Mas años y mas salud
La palabra antiaging –antienvejecimiento– tiene el éxito asegurado. Adorna portadas de libros y revistas, productos cosméticos, suplementos nutritivos y tratamientos en centros de salud. Llega de los Estados Unidos, donde su popularidad se multiplica por cien y donde se ha creado incluso una Academia de Medicina Antienvejecimiento. Pero el éxito no oculta las contradicciones del antiaging. ¿Acaso es posible luchar eficazmente contra el envejecimiento? ¿Es una idea saludable?
La humanidad ha buscado siempre el elixir de la eterna juventud. En nuestros días ha tomado la forma de una medicina que recurre a las tecnologías más sofisticadas y que describe cientos de sustancias y terapias con efectos beneficiosos. La medicina antiaging se caracteriza por proponer un gran número de pruebas diagnósticas para evaluar a fondo el estado del organismo y después establecer los tratamientos adecuados. Parece una buena estrategia preventiva, pero no todos los expertos están de acuerdo en la utilidad de todas las pruebas ni en la interpretación de los resultados. Los críticos aseguran que suelen descubrirse desajustes y peligros donde no los hay, y que muchos de los remedios no han demostrado su eficacia.
El antiaging triunfa en una sociedad que adora la juventud y rechaza la vejez y la muerte, pero toda la ciencia del mundo no puede detener el natural envejecimiento. Parte del arte de vivir a cualquier edad implica asumir el paso de los años con sus ventajas y desventajas, y hacer lo necesario para que el organismo funcione a pleno redimiento sin que se deteriore más de lo inevitable. Para ello la prevención es fundamental y a veces tan sencilla como tomarse la tensión arterial en casa. La hipertensión aumenta el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares –una de las principales causa de muerte en nuestro país– por lo que si las mediciones superan por poco los 120 mm de máxima o los 8 mm de mínima se hace necesario perder peso, realizar más ejercicio, practicar alguna técnica de relajación y tomar alimentos ricos en calcio y magnesio.
Obesidad y colesterol
Otro factor de riesgo es la obesidad. Cuando el peso sobrepasa el idóneo en unos 45 kg se multiplica la probabilidad de sufrir enfermedades cardiovasculares, diabetes, osteoartritis y cáncer. Como perder kilos es difícil, conviene prevenir haciendo ejercicio y siguiendo una dieta que no proporcione las calorías justas.
Un indicador tradicional de peligro es el colesterol, aunque el análisis de los niveles de HDL, LDL y total debiera ampliarse con la medición de la homocisteína, los triglicéridos y la proteína C reactiva para que el especialista se haga una imagen real del auténtico riesgo. Además es buena idea realizarse una vez al año análisis completos de sangre y orina y un electrocardiagrama.
Forma parte de la estrategia preventiva evitar las inflamaciones, que en sus etapas iniciales pasan desapercibidas pero que están relacionadas con el asma, las enfermedades autoinmunes, la esclerosis múltiple, el intestino irritable, la enfermedad de Alzheimer, el Parkinson, el cáncer y otras enfermedades relacionadas con el envejecimiento.
Parece ser que la causa de las inflamaciones que con el tiempo dan lugar a estos trastornos se encuentra en la dieta. Para prevenirlos se aconseja reducir la ingesta de grasas omega-6 –se hallan en el aceite de girasol y de maíz, en las margarinas y en los productos de bollería y platos preparados que contienen grasas vegetales– y evitar los hidratos de carbono de absorción rápida como los que se encuentran en los alimentos elaborados con harinas refinadas, los refrescos, los dulces o las patatas fritas. En cambio conviene consumir ácidos grasos monoinsaturados –en el aceite de oliva–, omega-3 –en el pescado azul, el aceite de lino, la verdolaga o las nueces– e hidratos de carbono de absorción lenta, como los contenidos en los cereales integrales, las legumbres y las frutas.
Por otra parte, hay que tener cuidado con los excesos en el consumo de carne roja, de pollo y de pescado de gran tamaño –el atún, por ejemplo– porque estos alimentos suelen contener contaminantes ambientales como mercurio, plaguicidas e incluso medicamentos utilizados en granjas y piscifactorías.
nutrientes y fitoquímicos
Los alimentos debieran proporcionar los suficientes minerales y vitaminas para que los procesos fisiológicos se desarrollen sin problemas. Para reducir el riesgo de deficiencias es necesario consumir al menos siete raciones diarias de frutas y verduras, la mitad frescas. Estos alimentos también proporcionan fitoquímicos con capacidad para estimular el funcionamiento del sistema inmunitario. Aunque se conocen muchos, los más destacables quizá son las antocianinas y los carotenoides. Las primeras, que se hallan en los vegetales rojos, púrpuras y verdes, protegen todos los tejidos del cuerpo contra el efecto degenerador de los radicales libres. En especial previenen las enfermedades del hígado, el cáncer de piel, la diabetes y las dolencias neurológicas, entre otras.
Los carotenoides, un grupo compuesto por unas 600 sustancias presentes en los vegetales de color amarillo y naranja y en las algas, protegen específicamente ciertos tejidos corporales: la luteína de la lechuga protege la retina, mientras que el licopeno del tomate es benefactor para la próstata y la mucosa oral.
Otras sustancias fitoquímicas interesantes son los compuestos azufrados de las coles, las cebollas y los ajos, de demostrado efecto anticancerígeno, o la epigalocatequina, un flavonoide del té verde que es uno de los antioxidantes más potentes que se conocen.
Alimentos o suplementos
La mayoría de expertos antiaging aconseja que se tomen algunos complementos, pero los estudios demuestran que en general los beneficios de los alimentos son superiores a los de los suplementos. La razón es que éstos son una copia simplificada del original. La vitamina E tal como se encuentra en los alimentos está compuesta por ocho moléculas, pero la mayoría de suplementos proporciona sólo una. El efecto no puede ser el mismo. Sin embargo, incluso médicos que reconocen esta diferencia creen que las pastillas evitan las deficiencias y facilitan el consumo de grandes dosis de determinadas sustancias beneficiosas. Andrew Weil, en su último libro Las fuentes de la eterna juventud, recomienda un multivitaminas de calidad y algunas sustancias antioxidantes adicionales: la coenzima Q-10, cuya producción en el cuerpo se reduce con la edad, a razón de 60 mg diarios; el extracto de semilla de uva o de corteza de pino, para prevenir las enfermedades cardiovasculares, las cataratas y la degeneración macular (100 mg diarios); y el ácido alfa-lipoico con acetil-L-carnitina (de 100 a 400 mg por día) porque reduce el riesgo de sufrir diabetes y favorece el metabolismo.
Ejercicio, siempre
Un estudio de la Fundación MacArthur ha demostrado que longevidad y actividad física van de la mano. No es extraño, porque estimula todos los sistemas corporales, incluido el inmunitario, pero no vale cualquier tipo de ejercicio. Si es demasido exigente produce más inconvenientes que ventajas. Basta con practicar una actividad de tipo aeróbico –que haga trabajar el corazón y los pulmones y no sólo los músculos – durante 30 minutos diarios con una intensidad moderada, es decir, sin perder el aliento. Caminar a paso ligero, correr, subir escaleras, nadar o ir en bicicleta son ejercicios diarios óptimos. Además no estaría mal realizar dos o tres veces por semana sesiones de método Pilates, yoga o taichi para reforzar la flexibilidad y la comunicación entre el cuerpo y la mente.
El descanso es la otra cara de la moneda. Resulta muy necesario para que los procesos de autorreparación se lleven a cabo con éxito. Siete horas de sueño, si es posible en armonía con las horas de luz y de oscuridad, son obligatrias.
Además durante el día se deben reservar momentos para la relajación. Después de comer o cada dos horas de trabajo conviene hacer una paradita –y estirarse si se ha estado sentado– aunque sólo sean unos minutos. Es también una manera de mantener bajo control el estrés, auténtica amenaza para la salud. Ejercicios respiratorios, técnicas de meditación y visualización o masajes son recursos en los que profundizar si la ansiedad se ha convertido en un problema.
Alimentarse, ejercitarse, descansar son cosas que conviene hacer, pero son eficaces si se realizan con actitud optimista. Las emociones y las actitudes que hacen sufrir –sobre todo la autocrítica en sentido negativo– son un lastre para el sistema inmunitario y para el cerebro, que ve minada su capacidad para gobernar el organismo.
Cambiar las emociones que nos dominan no se consigue en un instante. A veces se hace necesaria una terapia larga y dolorosa. Pero ya se busque un cambio de tono o una revolución interior, se conseguirá más fácilmente si nos zambullimos sin más en el cultivo de las actitudes positivas: el humor, el optimismo, el gusto por la belleza y lo placentero, el perdón, la gratitud… Con la edad debiéramos sentirnos orgullosos de ser más sabios y también más comprensivos con las debilidades de las otras personas. Si además se da sentido a la vida haciendo cosas útiles para los demás, las probabilidades de vivir más años sanos aumentan. Y aunque no fuera así, serán más alegres y plenos.
La humanidad ha buscado siempre el elixir de la eterna juventud. En nuestros días ha tomado la forma de una medicina que recurre a las tecnologías más sofisticadas y que describe cientos de sustancias y terapias con efectos beneficiosos. La medicina antiaging se caracteriza por proponer un gran número de pruebas diagnósticas para evaluar a fondo el estado del organismo y después establecer los tratamientos adecuados. Parece una buena estrategia preventiva, pero no todos los expertos están de acuerdo en la utilidad de todas las pruebas ni en la interpretación de los resultados. Los críticos aseguran que suelen descubrirse desajustes y peligros donde no los hay, y que muchos de los remedios no han demostrado su eficacia.
El antiaging triunfa en una sociedad que adora la juventud y rechaza la vejez y la muerte, pero toda la ciencia del mundo no puede detener el natural envejecimiento. Parte del arte de vivir a cualquier edad implica asumir el paso de los años con sus ventajas y desventajas, y hacer lo necesario para que el organismo funcione a pleno redimiento sin que se deteriore más de lo inevitable. Para ello la prevención es fundamental y a veces tan sencilla como tomarse la tensión arterial en casa. La hipertensión aumenta el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares –una de las principales causa de muerte en nuestro país– por lo que si las mediciones superan por poco los 120 mm de máxima o los 8 mm de mínima se hace necesario perder peso, realizar más ejercicio, practicar alguna técnica de relajación y tomar alimentos ricos en calcio y magnesio.
Obesidad y colesterol
Otro factor de riesgo es la obesidad. Cuando el peso sobrepasa el idóneo en unos 45 kg se multiplica la probabilidad de sufrir enfermedades cardiovasculares, diabetes, osteoartritis y cáncer. Como perder kilos es difícil, conviene prevenir haciendo ejercicio y siguiendo una dieta que no proporcione las calorías justas.
Un indicador tradicional de peligro es el colesterol, aunque el análisis de los niveles de HDL, LDL y total debiera ampliarse con la medición de la homocisteína, los triglicéridos y la proteína C reactiva para que el especialista se haga una imagen real del auténtico riesgo. Además es buena idea realizarse una vez al año análisis completos de sangre y orina y un electrocardiagrama.
Forma parte de la estrategia preventiva evitar las inflamaciones, que en sus etapas iniciales pasan desapercibidas pero que están relacionadas con el asma, las enfermedades autoinmunes, la esclerosis múltiple, el intestino irritable, la enfermedad de Alzheimer, el Parkinson, el cáncer y otras enfermedades relacionadas con el envejecimiento.
Parece ser que la causa de las inflamaciones que con el tiempo dan lugar a estos trastornos se encuentra en la dieta. Para prevenirlos se aconseja reducir la ingesta de grasas omega-6 –se hallan en el aceite de girasol y de maíz, en las margarinas y en los productos de bollería y platos preparados que contienen grasas vegetales– y evitar los hidratos de carbono de absorción rápida como los que se encuentran en los alimentos elaborados con harinas refinadas, los refrescos, los dulces o las patatas fritas. En cambio conviene consumir ácidos grasos monoinsaturados –en el aceite de oliva–, omega-3 –en el pescado azul, el aceite de lino, la verdolaga o las nueces– e hidratos de carbono de absorción lenta, como los contenidos en los cereales integrales, las legumbres y las frutas.
Por otra parte, hay que tener cuidado con los excesos en el consumo de carne roja, de pollo y de pescado de gran tamaño –el atún, por ejemplo– porque estos alimentos suelen contener contaminantes ambientales como mercurio, plaguicidas e incluso medicamentos utilizados en granjas y piscifactorías.
nutrientes y fitoquímicos
Los alimentos debieran proporcionar los suficientes minerales y vitaminas para que los procesos fisiológicos se desarrollen sin problemas. Para reducir el riesgo de deficiencias es necesario consumir al menos siete raciones diarias de frutas y verduras, la mitad frescas. Estos alimentos también proporcionan fitoquímicos con capacidad para estimular el funcionamiento del sistema inmunitario. Aunque se conocen muchos, los más destacables quizá son las antocianinas y los carotenoides. Las primeras, que se hallan en los vegetales rojos, púrpuras y verdes, protegen todos los tejidos del cuerpo contra el efecto degenerador de los radicales libres. En especial previenen las enfermedades del hígado, el cáncer de piel, la diabetes y las dolencias neurológicas, entre otras.
Los carotenoides, un grupo compuesto por unas 600 sustancias presentes en los vegetales de color amarillo y naranja y en las algas, protegen específicamente ciertos tejidos corporales: la luteína de la lechuga protege la retina, mientras que el licopeno del tomate es benefactor para la próstata y la mucosa oral.
Otras sustancias fitoquímicas interesantes son los compuestos azufrados de las coles, las cebollas y los ajos, de demostrado efecto anticancerígeno, o la epigalocatequina, un flavonoide del té verde que es uno de los antioxidantes más potentes que se conocen.
Alimentos o suplementos
La mayoría de expertos antiaging aconseja que se tomen algunos complementos, pero los estudios demuestran que en general los beneficios de los alimentos son superiores a los de los suplementos. La razón es que éstos son una copia simplificada del original. La vitamina E tal como se encuentra en los alimentos está compuesta por ocho moléculas, pero la mayoría de suplementos proporciona sólo una. El efecto no puede ser el mismo. Sin embargo, incluso médicos que reconocen esta diferencia creen que las pastillas evitan las deficiencias y facilitan el consumo de grandes dosis de determinadas sustancias beneficiosas. Andrew Weil, en su último libro Las fuentes de la eterna juventud, recomienda un multivitaminas de calidad y algunas sustancias antioxidantes adicionales: la coenzima Q-10, cuya producción en el cuerpo se reduce con la edad, a razón de 60 mg diarios; el extracto de semilla de uva o de corteza de pino, para prevenir las enfermedades cardiovasculares, las cataratas y la degeneración macular (100 mg diarios); y el ácido alfa-lipoico con acetil-L-carnitina (de 100 a 400 mg por día) porque reduce el riesgo de sufrir diabetes y favorece el metabolismo.
Ejercicio, siempre
Un estudio de la Fundación MacArthur ha demostrado que longevidad y actividad física van de la mano. No es extraño, porque estimula todos los sistemas corporales, incluido el inmunitario, pero no vale cualquier tipo de ejercicio. Si es demasido exigente produce más inconvenientes que ventajas. Basta con practicar una actividad de tipo aeróbico –que haga trabajar el corazón y los pulmones y no sólo los músculos – durante 30 minutos diarios con una intensidad moderada, es decir, sin perder el aliento. Caminar a paso ligero, correr, subir escaleras, nadar o ir en bicicleta son ejercicios diarios óptimos. Además no estaría mal realizar dos o tres veces por semana sesiones de método Pilates, yoga o taichi para reforzar la flexibilidad y la comunicación entre el cuerpo y la mente.
El descanso es la otra cara de la moneda. Resulta muy necesario para que los procesos de autorreparación se lleven a cabo con éxito. Siete horas de sueño, si es posible en armonía con las horas de luz y de oscuridad, son obligatrias.
Además durante el día se deben reservar momentos para la relajación. Después de comer o cada dos horas de trabajo conviene hacer una paradita –y estirarse si se ha estado sentado– aunque sólo sean unos minutos. Es también una manera de mantener bajo control el estrés, auténtica amenaza para la salud. Ejercicios respiratorios, técnicas de meditación y visualización o masajes son recursos en los que profundizar si la ansiedad se ha convertido en un problema.
Alimentarse, ejercitarse, descansar son cosas que conviene hacer, pero son eficaces si se realizan con actitud optimista. Las emociones y las actitudes que hacen sufrir –sobre todo la autocrítica en sentido negativo– son un lastre para el sistema inmunitario y para el cerebro, que ve minada su capacidad para gobernar el organismo.
Cambiar las emociones que nos dominan no se consigue en un instante. A veces se hace necesaria una terapia larga y dolorosa. Pero ya se busque un cambio de tono o una revolución interior, se conseguirá más fácilmente si nos zambullimos sin más en el cultivo de las actitudes positivas: el humor, el optimismo, el gusto por la belleza y lo placentero, el perdón, la gratitud… Con la edad debiéramos sentirnos orgullosos de ser más sabios y también más comprensivos con las debilidades de las otras personas. Si además se da sentido a la vida haciendo cosas útiles para los demás, las probabilidades de vivir más años sanos aumentan. Y aunque no fuera así, serán más alegres y plenos.
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