La mejor postura para meditar

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La práctica de la meditación no se entiende si no se adopta la postura correcta.

Alineación, relajación y elasticidad son los principios básicos.

Al pensar en la meditación, la entendemos como una práctica mental. Sin embargo, los maestros coinciden en señalar que se inicia asumiendo un gesto concreto del cuerpo. Si la postura no es correcta, no es posible llegar demasiado lejos ni conseguir todos los beneficios que se asocian a la práctica. De la misma manera que no se puede ser feliz en una casa mal construida, que hace aguas por todos sitios y los cimientos amenazan con derrumbarse, no se conquistan nuevos estados de conciencia mientras el cuerpo adopta una postura al azar o indolente.

La postura es la manera en que se relacionan las distintas partes del cuerpo entre sí y en relación con el espacio.  También define una actitud personal que se corresponde con una determinada imagen de uno mismo que se proyecta hacia los demás consciente o inconscientemente. Cuanto más intentamos que nuestro cuerpo refleje una actitud determinada, más difícil es que resulte creíble por falta de naturalidad. Es lo que les ocurre a los actores aficionados, por muy buena intención que pongan. La naturalidad es una conquista en el trabajo del buen actor.

Posición natural

 

La postura correcta de meditación también es natural porque alinea el cuerpo y la mente de la manera más cómoda y eficaz para el flujo de la energía vital. Sin embargo, el principiante enseguida se da cuenta de lo complicado que resulta adoptarla.

Es normal, porque el trabajo de la mente y el del cuerpo es el mismo. Si con la meditación se persigue dejar atrás todo lo que ha sido mal aprendido, el cuerpo también debe deshacerse de las poses forzadas. Con la práctica, al mismo tiempo que se conquista la paz mental y uno se reconcilia consigo mismo, se descubre que existe una manera natural e idónea de colocar el cuerpo.

Según Will Johnson, autor de La postura de meditación y terapeuta acreditado por la escuela de Integración Estructural, fundada por la doctora Ida Rolf, si la evolución continua de los primates ha llevado al ser humano a una postura vertical, erguida, que ha ido acompañada de una expansión de la conciencia, los estados de conciencia avanzados que es posible alcanzar mediante el proceso de meditación depende también del afinamiento continuo de la verticalidad y del equilibrio relajado del cuerpo.

Existen decenas de técnicas de meditación. Unas se basan en la repetición de mantras u oraciones, otras en la concentración en la respiración. En algunas se realizan visualizaciones, en otras se reflexiona sobre enigmas. Pero todas coinciden en la postura. Desde fuera, no se puede asegurar qué técnica está practicando el meditador. Solo se observa que está sentado de determinada madera. Se podría afirmar que mantener la postura es lo más importante que están haciendo.

Los maestros de meditación repiten las instrucciones una y otra vez. Hay que sentarse con la espalda recta y la musculatura relajada, respirando con naturalidad, lenta y profundamente. Parece sencillo, pero cumplir estas órdenes es un trabajo que no se acaba nunca. En cada sesión de meditación aparecen retos que hay que superar y se consiguen nuevos logros.

La propia intención de realizar la postura es un obstáculo. Al mantener derecha la espalda, nos ponemos rígidos y se arruina la relajación. Al concentrarse en la respiración y conseguir la relajación, el cuerpo se viene abajo. Cuando ocasionalmente se consigue alinear la columna y se permanece relajado, la meditación comienza a producir frutos. Cuerpo y mente se ponen de acuerdo y el despliegue vital se pone en marcha. Por eso, se puede decir que la postura es un medio para conseguir los objetivos de la meditación y que ésta es la manera de lograr la postura correcta. Quienes meditan saben que la buena posición va acompañada de claridad mental, calma y una sensación energética que atraviesa el cuerpo. Los estados de conciencia avanzados se caracterizan por ser más espaciosos, profundos y satisfactorios que los anteriores. Son sensaciones que se corresponden con la relajación física y la verticalidad de la figura.

 

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La alineación

Cualquier niño que juega con piezas de construcción sabe qué es la alineación. Si los bloques se colocan con los bordes en línea, la pila se mantiene en pie y crece. Si hay desplazamientos, por pequeños que sean, la caída es inminente.

El mismo principio funciona en el cuerpo humano. Los bloques que lo conforman son los pies, las piernas, los muslos, la pelvis, el abdomen y la parte baja de la espalda, el pecho y la parte alta de la espalda, los hombros y los brazos, el cuello y, por último, la cabeza. Si están bien alineados, los músculos pueden relajarse, pues no tienen que tensarse para corregir desplazamientos.

Al relajarse, la energía disponible puede ser utilizada por la conciencia. Se genera un estado de alerta, de claridad mental. Es fácil comprender que la falta de alineación lleva a la tensión muscular y esta a la irritación. Todo lo contrario de lo que se busca.

La fuerza de gravedad

La verticalidad de la alineación se corresponde con la fuerza de gravedad de la Tierra. Es la energía que atrae a todas las cosas hacia el centro del planeta. Es también la fuerza que sostiene las estructuras que consiguen alejarse más del centro.

Piénsese en una secuoya o un rascacielos. Según Will Johnson, es lógico que al alinearse al cuerpo con la vertical marcada por la energía gravitatoria se experimente una percepción de ligereza, incluso de ser literalmente levantado. En la posición correcta, alineado con la gravedad, uno se encuentra bien en el mundo. En la incorrecta, uno se siente a disgusto y amenazado.

Para que la alineación sea posible deben cumplirse una serie de condiciones. La pelvis debe inclinarse ligeramente hacia adelante y quedar por encima de las rodillas, de manera que el peso de la parte superior del cuerpo descanse encima o un poco por delante de los isquiones.

Con esta base, la parte superior del cuerpo se endereza de forma natural y alcanza el estado de equilibrio casi sin esfuerzo. Los costados derecho e izquierdo se vuelven casi simétricos, en tanto que la pelvis, el abdomen y la parte baja de la espalda, el torso y la parte alta de la espalda, el cuello y la cabeza se apilan uno encima del otro igual que las piezas de construcción formando una columna perfecta. 

Cuando las zonas sacra, torácica y cervical de la columna pueden adoptar su ligera curvatura natural, la parte superior del cuerpo consigue la posición vertical. Se crea el máximo de espacio en el abdomen, donde los órganos pueden reposar cómodamente y las restricciones de los movimientos respiratorios se minimizan. Por tanto, la postura se siente como cómoda y natural. Tanto, que resulta terapéutica, pues ayuda a deshacer los desequilibrios estructurales del cuerpo que todos padecemos en menor o mayor medida.

La relajación

La relajación está en función de la capacidad del cuerpo de entregar su peso a la atracción de la gravedad. Es el resultado de la alineación, aunque es posible concebir una alineación rígida. La falta de relajación bloquea la posibilidad de que la conciencia pueda experimentar el instante, lo que ocurre dentro y fuera de la mente. La tensión restringe la capacidad de percepción de los sentidos y favorece que el monólogo interior se lance a un discurso sin fin. En la medida en que no se siente a través del cuerpo, se alimenta la actividad más superficial de la mente.

Con la expansión de la sensación de relajación, se penetra en niveles de conciencia cada vez más avanzados. Nos vemos impulsados a redefinir nuestra identidad, que ya no puede basarse en la identificación de un yo mental separado de cuerpo físico, que a su vez está separado del mundo. Cuanto mayor es la relajación, más rápida y profunda es la transformación personal.

Mantenerse erguido al tiempo que entregado a la relajación parece una contradicción sin solución, pero es la expresión de la vitalidad. En el ciclo biológico de la planta, la misma energía se encarga de dirigir su crecimiento hacia el cielo. El meditador puede sentir que una fuerza, parecida a la gravedad, pero de dirección opuesta, le eleva.

Según Will Johnson, cuando los místicos dicen sentirse alzados o acercados a Dios, se debe a la activación de esta fuerza corporal interior. Llegar a esta experiencia supone resolver la contradicción entre verticalidad y relajación. Entonces se comprende la sabiduría encarnada en la postura de meditación.

La elasticidad

Los maestros de meditación piden a sus alumnos que se estén muy quietos, como una montaña inmóvil o una escultura. Sin embargo, la inmovilidad es incompatible con la vida y con el ser humano en particular. Todo lo vivo está en movimiento y todo pulsa, desde cada una de las células que forman el organismo hasta un elefante. La postura de meditación resuelve esta aparente contradicción entre quietud y movimiento añadiendo el elemento de elasticidad a los estado de alineación y relajación.

Aplicar quietud para favorecer la actitud de meditación significa suavizar y apaciguar gradualmente el cuerpo y la mente. No implica rigidez o inmovilidad. Entendida y experimentada como es debido, la tranquilidad de la meditación promueve la cualidad de la quietud, que en realidad está en función de un ligero movimiento elástico, pues el cuerpo solo puede permanecer aparentemente inmóvil en postura sentada mediante una cierta tensión y contracción muscular continua.

Si, al sentarse a meditar, cada vez que aparece una sensación desagradable, física o mental, reaccionamos moviendo o reorganizando el cuerpo, o incluso nos ponemos de pie y abandonamos la sesión, la búsqueda meditativa no puede llegar muy lejos. Al mismo tiempo, si se persiste en una inmovilidad artificial, se crea una rigidez que se traduce en pensamientos involuntarios negativos, lo que dificulta igualmente el progreso.

La elasticidad necesaria depende de la aceptación y la entrega a las fuerzas de la naturaleza que se mueven en nuestro interior. Puede tratarse de la fuerza de la gravedad, las sensaciones del cuerpo o el movimiento de la respiración. La hoja mecida por el viento es elástica. También lo es el agua del océano. Los árboles y los edificios más altos ceden al viento, aunque no lo veamos. Si no lo hicieran, se partirían. [pagebreak]

Por tanto, en la postura de meditación, el cuerpo se halla en movimiento continuo y sutil. Prestar atención a la respiración es uno de los medios más directos de conectar con el carácter ininterrumpido del movimiento elástico sutil. Y es que, donde hay respiración, hay movimiento. Si por cualquier razón aguantamos la respiración, aumentamos la inmovilidad del cuerpo.

Como respiramos todo el tiempo, siempre estamos sometidos a un movimiento, que no queda restringido al torso y el diafragma, sino que se experimenta en todo el cuerpo. Según Will Johnson, “el movimiento de la respiración de un extremo a otro de un cuerpo alineado y relajado se puede percibir como si fuera una ola que viaja a través de un cuerpo de agua”.

El movimiento respiratorio se inicia con la contracción involuntaria del diafragma que provoca la entrada del aire en los pulmones. Con cada contracción se expande ligeramente el vientre. Al relajarse el diafragma, se espira, evacuando el dióxido de carbono, y el vientre se encoge. Pero en la postura de meditación, el movimiento asociado a la respiración se propaga de articulación a articulación.

En un cuerpo relajado, es posible percibir cómo la fuerza de la expansión sube por el torso hacia la cima de la cabeza y cómo baja por la pelvis y las piernas. Al subir desde el vientre, la fuerza expansiva abre ligeramente el pecho y la reacción en cadena prosigue hacia los hombros y los brazos hasta llegar a las manos. Por último, puede sentirse cómo el cuello y la cabeza se mecen encima de todo lo demás. Con la exhalación, se produce un movimiento en sentido contrario.

Vibraciones corporales

La relajación y la elasticidad permiten sentir las vibraciones que proceden de todos los rincones del cuerpo. Es posible sentir flujos, oscilaciones y pulsos en distintos lugares. La percepción de estas sensaciones se puede entender como un proceso de eliminación de los atascos físicos y mentales. Si nos cerramos y les oponemos resistencia, generamos tensiones que dificultan el mantenimiento de la postura de meditación. Rendirse al movimiento de la respiración y al despertar de la conciencia a las sensaciones corporales forma constituye un avance eficaz en la práctica.

La apertura de los sentidos es necesaria para no perderse en el monólogo interior. La mayoría de las prácticas de meditación enseña que la identificación del yo con este monólogo interior crea  un sentido de sí mismo muy limitado. Esto es lo que se trata de superar con la meditación.

Al introducir la elasticidad en la postura, el monólogo interior disminuye. El sentido ordinario de lo que llamamos “yo” se disuelve y se desarrolla una identidad más amplia que va ocupando el vacío dejado en la conciencia por el pequeño yo. Por supuesto, las observaciones sobre las sensaciones que proceden del cuerpo se aplican igualmente a la sucesión de pensamientos, que no deben ser rechazados, sino aceptados, pero sin dejar que conquisten el lugar de la conciencia que simplemente observa.

Como una obra de arte

La postura de la meditación es un proceso mediante el cual el cuerpo se alinea con el campo gravitatorio, se relaja y permite responder a movimientos sutiles y naturales. En consecuencia, no se consigue nunca la postura perfecta, sino que se perfecciona continuamente   como una obra de arte que no se acaba.

Es posible que durante la meditación se sienta que se ha alcanzado una integración perfecta de todos los aspectos que determinan la postura. Esto quiere decir probablemente que se ha conquistado un nivel de conciencia más profundo. Luego, se percibirán de nuevo sensaciones que deberán ser asimiladas con correcciones en los gestos de alineación, relajación y elasticidad.

Es normal que se sienta que se da un paso atrás, pero en realidad forma parte del proceso de crecimiento. Con la práctica constante, el cuerpo y la mente se sosiegan de nuevo. El fruto de la meditación se obtendrá en forma de mayor autoconocimiento y mayor bienestar.

Sentir la relajación

Puede que resulte más sencillo experimentar la entrega del peso del cuerpo a la atracción de la gravedad si empezamos tumbándonos boca arriba. Se puede hacer sobre una cama, una colchoneta o directamente sobre el suelo. Dejamos pasar un minuto, sin intentar nada, esperando a que el cuerpo se pose sobre esta superficie de manera natural.

DESDE LOS PIES

Llevamos la atención al pie derecho y, si apreciamos alguna tensión, la soltamos. Esperamos a sentir la relajación. Luego, llevamos la atención a la pantorrilla y hacemos lo mismo. Seguimos por el muslo, la pelvis, el abdomen, la zona lumbar, el pecho, la parte alta de espalda, los hombros, los brazos, el cuello y la cabeza. Al terminar, nos fijamos en las sensaciones que produce el cuerpo relajado, en los cambios en la respiración y en la mente.

SENTADOS

Nos incorporamos y nos sentamos. Buscamos la alineación en la postura de meditación sin perder la relajación. Respiramos hondo varias veces y, tras la última espiración, llevamos de nuevo la atención hacia las sensaciones que proceden del cuerpo, permitiendo que la respiración siga un ritmo natural. Si durante el recorrido descubrimos lugares donde todavía hay tensión, esperamos pacientemente a que se disipe, sin realizar ningún esfuerzo (si lo hiciéramos, sería una contradicción).