Donde la naturaleza es arte

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En pleno esplendor del otoño, visitamos el Kew Gardens (Gran Bretaña), que ha inspirado al artista David Nash medio centenar de obras en mágica simbiosis con la vegetación.

'Cork Dome', obra de David Nash, en Kew Gardens (Londres). Fotos: Carlos Fresneda

Nada más propicio que un día de neblina para adentrarse en los misterios de Kew Gardens. Todo lo que tiene Londres de ciudad-jardín alcanza su máxima expresión en este vergel de 132 hectáreas, declarado Patrimonio de la Humanidad, donde aún es posible la inmersión total en este otoño tardío y deslumbrante.

La decadencia de los jardines botánicos deja aquí paso al máximo esplendor en cualquier momento del año, incluso en ese invierno acechante que extenderá pronto la sábana sobre este triángulo inaudito al sur del Támesis, lindando con la extensión salvaje de Richmond Park.

Aquí tenemos la oportunidad de hermanarnos a 18 metros de altura con los poderosos robles, de experimentar el murmullo centenario de las secuoyas gigantes, de sentir el bamboleo del bambú y la punzada de todas las variedades inimaginables de acebos. Aquí podemos penetrar como gusanos hasta las raíces, o sentirnos como pájaros desde la incomparable pagoda, o volver a ser niños y trepar hasta las casas en las copas de los árboles.

Aunque habrá quienes prefieran el calor reconfortante de los invernaderos, el humillo de la gigantesca montaña de 10.000 metros cúbicos de compost, el viaje relámpago de 3.500 millones de años en la casa de la evolución o la visita al mayor banco de semillas del mundo...

Lo que empezó siendo un jardín real alrededor del Palacio de Kew (capricho de la princesa Augusta, allá por 1759) es ahora el espejo verde, amarillo y ocre al que se mira esa pasión de los ingleses por la naturaleza. Kew Gardens da para muchos viajes, por lo menos uno en cada estación, pero el más fascinante de todos es sin duda el que nos espera en otoño, rastreando el “duende” de David Nash.

Entre los robles y los arces del jardín botánico más fascinante del mundo emerge de pronto la mano sutil y a veces imperceptible de este artista de 67 años, que ha convertido la naturaleza en su razón de ser y crear…

David Nash, el artista de la naturaleza, en el Kew Gardens de Londres.

"Todas las formas están casi siempre ahí, en la madera, sugiriéndome cómo continuar. Yo no hago más que dejarme llevar por todo lo que se manifiesta en la naturaleza. Procuro alinearme con los ciclos y con las estaciones, y de ese contacto laborioso e intenso nace lo que estamos viendo".

Lo que estamos viendo es el fruto del año largo que pasó emboscado David Nash en Kew Gardens, inspirándose con todo lo que le rodeaba. Mesas, cubos, esferas y pirámides compiten con formas prodigiosas y asimétricas. A cielo abierto y en el mayor invernadero de la era victoriana, nos esperan luego medio centenar de obras en mágica simbiosis con la vegetación.

La 'Galería Natural' de Nash abrió sus puertas hace dos primaveras. Pero es ahora, en pleno esplendor del otoño, cuando el artista se siente finalmente en su hábitat y el diálogo de sus viejas y sus nuevas piezas se intensifica con el mosaico multicolor de la fronda…

"Hay algo en el otoño que definitivamente da una nueva vida a las piezas a cielo abierto. No es sólo el color, son también las texturas, que cobran un relieve y un significado muy especial".

Dos años después de su exposición en el Yorkshire Sculpture Park con la que conquistó el reconocimiento mundial, cualquiera diría que muchas de las obras fueron concebidas para mayor gloria de Kew Gardens en esta época del año. Ahí tenemos la Cúpula de Corcho, fruto de la fascinación del autor por la desnudez del alcornoque.

El Tronco Negro, de madera carbonizada, impone de una manera especial, casi sagrada, en contraste con la verticalidad de la Pagoda. Las Tres Colillas de eucalipto parecen arrojadas por un ser gigante a la salida del invernadero. Los árboles corretones nos esperan en la cantera en la que al artista trabajó durante el verano. Y cerca de allí, en una explanada, tenemos el fulminante rayo de metal.

"Cuando me pasé al metal hace algunos años, me criticaron los puristas, como hicieron con Dylan cuando se hizo 'eléctrico'... Pero lo cierto es que el bronce y el acero me han permitido reencontrarme con el color y concebir obras que, de lo contrario, se deteriorarían por completo a cielo abierto".

Así llegamos a El Rey y la Reina, dos bronces que imitan a la perfección la textura de la madera, al igual que la Tres Jorobas o el Torso. El efecto es tan real, que hay que tocar el metal para comprobar que no estamos viendo madera, como ocurre también con los dos cucharones o con la gigantesca semilla de bronce. El altísimo Trono, eso sí, procede de una haya. Y el Cuenco Mizunara es puro roble japonés.

"Llevo toda mi vida trabajando con la madera, y aunque he decidido explorar otros materiales (ahora me atrae especialmente la piedra), siempre vuelvo a ella con una veneración especial. Mi estancia en Kew Gardens me ha permitido además aproximarme de un modo menos artístico y más científico a los árboles. Ahora los aprecio todavía más. Lo que he aprendido aquí con ellos me lo llevaré puesto toda la vida".

Llevo toda mi vida trabajando con la madera, y aunque exploro otros materiales, siempre vuelvo a ella con una veneración especial

David Nash nos invita por último a hacer un viaje de rama en rama por el árbol genealógico de su vida y obra. Toda su manera de ver y concebir la forma está concentrada en ese dibujo en el que recrea la evolución de sus piezas, más o menos moldeadas por la naturaleza.

Después de contagiarnos ese ritmo peculiar, fruto de su diálogo directo con los árboles, nos pide que nos sentemos con él a contemplar una película de algo más de veinte minutos que resume todo su quehacer.

Al ver un inmenso roble abatido por una tormenta (casi todo su trabajo en madera es con naturaleza ya muerta), sintió la tentación de moldear con su tronco un canto rodado de madera. La esfera de 400 kilos fue lanzada en 1978 al río Dwyryd en Gales, cerca de donde vive y crea. Durante 25 años estuvo siguiendo y rodando su avance por aguas mansas y revueltas, con una paciencia comparable a la de Antonio López “El sol del membrillo”.

En el 2003 le perdió la pista a su “canto rodado” de madera, pero el 2008 se produjo un último e inesperado avistamiento río abajo... "Todo hace pensar que a estas alturas, mi obra estará posiblemente flotando en el mar". Moraleja: "Agua somos y al agua volvemos… Somos parte indisoluble de la naturaleza y en la naturaleza encontramos todo lo que da sentido a nuestra fugaz existencia".


Roca de madera que Nash lanzó al río Dwyryd (Gales). Foto: David Nash

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