Cómo evitar y tratar la osteoporosis

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Para evitar y prevenir la pérdida de masa ósea, hay que asumir un estilo de vida que favorezca la correcta estructura y densidad del hueso.

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La osteoporosis es un trastorno del metabolismo óseo que consiste en la pérdida, por encima de lo habitual, de masa ósea y un deterioro de la microarquitectura del hueso. El hueso se vuelve más frágil y aumenta el riesgo de sufrir fracturas. Las regiones que se fracturan con mayor frecuencia son la cadera, vértebras dorsales y lumbares, muñeca y húmero. No cursa con una sintomatología concreta hasta el momento en el que se produce una fractura. Es detectable con una densitometría ósea.

La densidad mineral ósea

Para diagnosticar la osteoporosis se utiliza la densitometría ósea, que cuantifica la densidad mineral ósea (DMO) en relación a la población con características similares de edad, sexo, etnia… Se trata de una técnica que se practica con facilidad, relativamente económica y utiliza una cantidad de radiación pequeña. La medida de la DMO viene expresada en g/cm. Cuando la pérdida comparada con la densidad de referencia es pequeña se habla de osteopenia, y si es mayor de osteoporosis. Normalmente se mide la DMO de la zona lumbar y de la cadera (cabeza de fémur).

Las densitometrías no se deben repetir a intervalos de menos de un año, porque los cambios en la densidad ósea se producen a un ritmo lento. Se aconseja practicarlas siempre con el mismo equipo.

EL HUESO

El hueso está formado en un 20-30% por una parte o matriz orgánica (fibras de colágeno), en un 70-75% por una masa mineral de sales de calcio, fósforo, magnesio, sodio, potasio… y en un 5% de agua. Esta peculiar composición mineralizada hace que el hueso sea muy resistente y, por tanto, el tejido más adecuado para soportar los pesos.

Los niños deben hacer ejercicio de forma regular, pues la verdadera prevención de la osteoporosis se inicia en la infancia y la pubertad

El hueso es un tejido vivo, dinámico y con gran plasticidad. Su estructura cambia a lo largo de la vida. Durante el crecimiento se produce la formación de hueso; este aumenta de tamaño e incluso de forma. En cambio, el hueso adulto ya no crece, pero si que se reorganiza y reestructura para enfrentarse a nuevas necesidades. Durante la infancia e inicio de la adolescencia se acumula el 40% de la masa ósea corporal, y a los 25 años es cuando los huesos adquieren la máxima densidad y fuerza, el pico de masa ósea, y a partir de este capital óseo viviremos el resto de nuestra vida. La masa ósea  viene determinada por la genética, la alimentación y la actividad física principalmente. En la edad adulta temprana la masa ósea permanece estable y, a partir de los 40 años, se produce una pérdida lenta y natural. En las mujeres, durante la menopausia, la pérdida de masa ósea aumenta (o puede aumentar) debido al cese de la producción estrogénica. En personas de edad avanzada, también se produce una pérdida de masa ósea, pero en este caso debido a falta de actividad física, algunos fármacos u otros factores.

FORMACIÓN DEL HUESO

Aporte de nutrientes. La composición del hueso está directamente relacionada con el aporte de los nutrientes que le llegan a través de la alimentación. La masa mineral determina la densidad ósea, especialmente a partir del calcio; pero tan importante como el calcio es tomar magnesio y fósforo en las proporciones adecuadas. La parte proteica o matriz orgánica (colágeno) que define la estructura ósea necesita de flavonoides, vitaminas A, B6, B12, ácido fólico, vitamina K y zinc, para su salud. También es necesario el aporte de boro y silicio, dos oligoelementos que nutren la masa mineral y la matriz orgánica.

La resistencia que tiene el hueso a la tensión depende más de su estructura que de su densidad. Una alta densidad sin una buena matriz o estructura puede hacer que los huesos sean más frágiles o quebradizos.

Secreción gástrica. La absorción del calcio –en forma de suplementos de sales de calcio (el carbonato de calcio es el más utilizado) y otras sales de calcio insolubles– depende de que sean solubilizadas e ionizadas por el ácido del estómago. Las personas con la secreción gástrica disminuida –según estudios, el 40% de las mujeres menopáusicas de nuestra sociedad– solo absorben el 4% de las dosis orales de carbonato de calcio frente al 22% de las personas que tienen una secreción gástrica normal. Sin embargo, del calcio en forma de citrato, lactato o gluconato, se aprovecha cerca del 45% a pesar de la existencia de déficit de la secreción gástrica.

Desequilibrios metabólicos. El exceso de proteínas y de sal y el uso habitual de café facilitan la pérdida de calcio por la orina. Así mismo el abundante consumo de carne, pescado, mariscos y refrescos con cola, que proporcionan un aporte excesivo de fósforo en relación al calcio, acidifica la sangre, disminuye su pH, y pone en marcha la producción de sales minerales alcalinizantes que consumen nutrientes como el calcio para neutralizar o tamponar dicha acidez.

El azúcar refinado y productos derivados (bollería, pastelería, bebidas azucaradas) para ser absorbidos, necesitan entre otras sustancias del calcio, que el organismo sustrae de los huesos, aumentando así la secreción urinaria y la pérdida de este mineral. [pagebreak]

La vitamina D. La vitamina D es esencial para que el calcio presente en el intestino, procedente de los alimentos, pase al torrente sanguíneo y llegue a su destino (huesos). La acción de la luz solar durante unos minutos al día, entre 10 y 20 según sea la piel más blanca u oscura, es suficiente para que se genere la dosis necesaria de vitamina D (colecalciferol) que potencia hasta diez veces su acción después de pasar por el hígado–donde se transforma en 25-hidroxicolecalciferol– y los riñones, donde se produce 1,25-dihidroxicolecalciferol, la forma más activa de vitamina D. Por este motivo, los trastornos hepáticos o renales influyen negativamente en la función de la vitamina D y la fijación del calcio en los huesos.

Hormonas. La hormona paratiroidea y la calcitonina (producidas en la glándula paratiroides y en la tiroides) regulan los niveles de calcio en la sangre. Si disminuye este mineral en sangre, aumenta la producción de hormona paratiroidea y disminuye la de calcitonina. Si aumenta el calcio sanguíneo ocurre lo contrario. Ello se explica porque la hormona paratiroidea aumenta el calcio en sangre a expensas del que sustrae del hueso (activa los osteoclastos, células que descomponen el hueso), de la disminución de la eliminación del calcio por los riñones y del aumento de la absorción de calcio en el intestino. La calcitonina en cambio disminuye el calcio de la sangre, incrementando la actividad de las células que lo incorporan al hueso (osteoblastos) y aumentando su densidad.

La disminución de estrógenos que se produce durante la menopausia se relaciona con una sensibilidad mayor de los osteoclastos a la hormona paratiroidea, lo que aumenta la destrucción ósea y eleva los niveles de calcio en sangre, provocando un descenso de dicha hormona, lo que hace que se pierda más calcio por la orina y se reduzca la producción de vitamina D necesaria para incorporar el calcio a los huesos.

Actividad física. El hueso varía su estructura y sus propiedades en función de las tensiones y cargas a las que es sometido. Por ejemplo, los cuerpos de los astronautas que viajan al espacio y no tienen que luchar contra la gravedad, o los convalecientes en cama durante largos periodos, sufren una pérdida de masa ósea, aunque reversible. Esto se debe a que los huesos no son sometidos al peso del cuerpo, ni otras cargas, haciendo que su estructura se vuelva más frágil.

El ejercicio físico, a través de las contracciones musculares que actúan como bomba de inyección de los nutrientes hacia el hueso, es también necesario para una buena nutrición y salud ósea.

Factores de riesgo

Son considerados factores de riesgo los antecedentes familiares de osteoporosis (especialmente las fracturas de fémur de la madre), la edad avanzada (mayores de 65 años), el sexo femenino, la menopausia precoz (antes de los 45 años) o el bajo peso. Todos estos factores individuales pueden ser contrarrestados con unos buenos hábitos de vida.

Estos pasan por evitar el tabaquismo (los fumadores tienen un contenido mineral óseo menor), el consumo excesivo de bebidas alcohólicas (el alcohol disminuye el trabajo de los osteoblastos, formándose menos hueso del que se destruye), las dietas carenciales (por falta de nutrientes como el calcio o el magnesio), o la sobrealimentación (exceso de proteínas, grasas y productos refinados) y el sedentarismo (falta de actividad física o inmovilizaciones prolongadas).

Hay enfermedades que afectan a la formación de hueso, como la anorexia, procesos de mala absorción intestinal, como la enfermedad de Crohn, amenorreas prolongadas (falta de menstruación), hipertiroidismo y algunas patologías hepáticas (cirrosis…) o renales (insuficiencia renal crónica). Uno de los factores de riesgo más frecuentes y menos considerados es la acción prolongada en el tiempo de determinados medicamentos: corticoides (especialmente el uso en pacientes crónicos como los asmáticos), heparina, antiestrógenos, dosis excesivas de hormona tiroidea, metotrexato… Hay que destacar que los inhibidores de la bomba de protones (IBP), fármacos de referencia en el tratamiento de la úlcera de estómago y en el reflujo gastroesofágico, y de uso común como protectores gástricos (omeprazol y similares), se asocian a un aumento de riesgo de fractura osteoporótica. Tal como se describe en el Butlletí Groc del Instituto Catalán de Farmacología, hay estudios que demuestran que personas tratadas durante más de un año con IBP tenían un 44% más de riesgo de fractura de cadera que los no tratados, valor que aumentaba al 59% a los cuatro años de consumo. Otros estudios hablan de un aumento del 62% de riesgo de padecer esta fractura al cabo de cinco años, y un incremento de un 92% de cualquier tipo de fractura al cabo de siete años.

Prevención de la osteoporosis

Lógicamente la prevención pasa por evitar los factores de riesgo, como el consumo excesivo de tabaco, alcohol y café, las dietas hiperproteicas con abundancia de sal, alimentos refinados ricos en azúcar y la falta de actividad física o de exposición moderada al sol.

Como hemos mencionado, la dieta es fundamental en la prevención de la osteoporosis. Las dietas vegetarianas se asocian a una reducción de los casos de osteoporosis a partir de los 60 años, lo que indica que, más que a un aumento de la masa ósea inicial, que es similar a la del resto de personas, esto se debe a una menor pérdida ósea, justificada por el consumo de frutas, verduras y alimentos integrales ricos en minerales, la menor ingestión de proteínas animales acidificantes y con exceso de fósforo, y de productos refinados como el azúcar o las bebidas edulcoradas que incorporan cafeína y ácido fosfórico (conocidas bebidas con cola). En las mujeres menopáusicas el consumo de soja y sus derivados, por su contenido en fitoestrógenos, reduce también el riesgo de osteoporosis.

Es importante destacar aquí que más que incrementar el aporte de calcio en la dieta de nuestras sociedades opulentas, que generalmente suele ser más que suficiente, lo importante es impedir su pérdida, que es la causa más frecuente de osteoporosis. Por este motivo, existe la paradoja de que el abuso de lácteos (ricos en calcio pero también acidificantes de la sangre), dentro de una dieta ya de por si acidificante (carne, azúcares, café…),  puede favorecer más la pérdida del calcio fijado en los huesos que el aprovechamiento del que aporta, especialmente si falta vitamina D y ejercicio, aumentando el riesgo de cálculos renales o biliares o la calcificación de las arterias. Basta observar el número de personas osteoporóticas que llevan años consumiendo cantidades importantes de lácteos sin frenar su pérdida de masa ósea. [pagebreak]

La actividad física es primordial a cualquier edad, pero la verdadera prevención de la osteoporosis empieza en la infancia-pubertad. Es en este momento en el que la persona adquiere un capital óseo a partir del cual vivirá el resto de su vida. Por esto, es recomendable que los niños tengan una actividad deportiva regular, tanto escolar como extraescolar. Y nos referimos no solo a deportes dirigidos, sino también a la carrera libre, saltar, trepar y todas las formas de movimiento que un niño puede experimentar.

Durante la edad adulta se mantiene la recomendación de practicar ejercicio. En especial, actividades como por ejemplo, correr, caminar con ritmo, bailar, tenis, voleibol, baloncesto, tai-chi. Si es difícil incluir en el día a día alguna de estas actividades, podemos sustituir el coche por andar a paso ligero, subir y bajar las escaleras de casa, del metro, del trabajo, y también podemos incluir algunos ejercicios en nuestro día a día.

Tatamiento farmacológico

La primera línea del tratamiento en la medicina convencional es la suplementación con calcio y vitamina D, y es la que se puede considerar menos agresiva

El empleo habitual de bifosfonatos (alendronato, etidronato, risedronato…) en la prevención y tratamiento de la osteoporosis está muy cuestionado. Su uso prolongado genera efectos adversos como dolor óseo, articular o muscular intenso, fibrilación auricular y, paradójicamente, fracturas atípicas (espontáneas o después de un traumatismo mínimo), algo que se explica por el efecto de los bifosfonatos, que se debe a la inhibición de la resorción ósea (reducción de la actividad de los osteoclastos, que eliminan las células viejas), con lo que no se renueva el hueso y este se vuelve más denso, pero menos vital  y más frágil y quebradizo. También se han descrito casos de osteonecrosis maxilar que impide cualquier implantación dental por imposibilidad de sujetar prótesis en un tejido muerto. Es pues normal que nos cuestionemos un tratamiento que parece que genera más riesgos que la propia enfermedad que intentamos tratar.

Lo mismo podemos decir de la prescripción en mujeres postmenopáusicas de calcitonina (hormona que ayuda a fijar el calcio), o del tratamiento hormonal sustitutorio (THS), cuyo uso prolongado se asocia a un aumento del riesgo de padecer cáncer de mama o de útero y de accidentes cardiovasculares o tromboembolismos.

Como conclusión, no hemos de olvidar que todos estos fármacos van dirigidos a frenar la pérdida de masa ósea y que la escasa recuperación que consiguen no es duradera si se deja el tratamiento, y tampoco garantiza menos fracturas (en ocasiones, al contrario). Por tanto, su uso como prevención parece todavía menos justificado.

Principales posturas y actividades que deben evitarse

• Los movimientos demasiado bruscos y las rotaciones forzadas, especialmente de columna.

• Las posturas con flexión de tronco cuando nuestra columna adopta forma de “C”. Por ejemplo, al coger pesos, cuando permanecemos sentados y nos dejamos caer, al hacer la cama…

• Los ejercicios abdominales clásicos, que además de flexionar el tronco, generan un exceso de presión a nivel pélvico, nocivo en casos de debilidad de la musculatura del suelo pélvico (incontinencia urinaria, prolapsos…).

SOBRE LOS AUTORES


Herminia García (Fisioterapeuta), Pedro Ródenas (Médico Naturista) y Rosalina Sicart (Pedagoga y Terapeuta de desarrollo personal), del equipo multidisciplinar de Integral, Centre Mèdic i de Salut (Barcelona).