El Disneyland del sarampión, los “antivacunas” y el “vacunas para todo”
Hace cosa de un mes y medio un brote de sarampión, enfermedad que se creía “erradicada” enEstados Unidos, ha afectado a numerosas personas que han contraído el virus en Disneyland (California). Como viene siendo habitual se han cargado las responsabilidades a un supuesto “movimiento antivacunas”. Pero la cosa no es tan sencilla.
El debate está abierto. Ayer sin ir más lejos Radio Caracol una de las más destacadas deColombia me entrevistaba por teléfono sobre el particular. Algo que se ha publicado es que al parecer es en los distritos más ricos de California y de USA donde menos se vacuna, por lo general. Podemos discutirlo todo pero el nivel cultural e informativo en las personas con más dinero, suele ser para bien o para mal, mejor que en quienes no tienen recursos o sus vidas giran en torno a cómo seguir viviendo.
En España, además, no ocurre lo mismo que en EE.UU. Como cuenta el médico Juan Gérvas, los brotes de sarampión, son cuestión de la exclusión social y no de la oposición de los “antivacunas” (término muy ambigüo pues ¿a quién se considera tal, a quien “olvida” aplicar una inmunización, la mitad de ellas, a quienes no aplican ninguna?).
Se habló mucho del brote de sarampión de Granada, con apenas 50 casos (entre una comunidad con voluntaria defectuosa vacunación) y poco de Sevilla, con más de 1.000 casos (entre pobres, gitanos y otros excluidos) -explica Gérvas-. Los insignificantes no cuentan”.
Y lleva razón el galeno: El sarampión en España surge más de la exclusión que del rechazo a vacunar, indica El País, diario nada sospechoso de ser “antivacunas”.
Añade este médico:
Tampoco cuentan, porque son también ‘insignificantes’, las mujeres ancianas y por ello no se vacunan contra el tétanos y mueren. Hay pocos casos en España, pero el 84% fue en mayores de 65 años, predominantemente mujeres”.
Resulta curioso esto del “vacunas para todo” que parece que es la ideología subyacente. Algo que consideran errado hasta los más devotos de las vacunas (es que me parece que hay mucho de religión en la defensa incondicional de las mismas). Tras mi intervención ayer en la mencionada radio colombiana, le tocó el turno a Amós García Rojas, que es presidente de la Asociación Española de Vacunología. Dijo algo consecuente:
"no todas las vacunas son para todos”.
Antes yo había preguntado si alguien se ha molestado en saber si hay un límite de dosis de vacunas a poner sin que peligre la salud de las personas que las reciben. Cada vez se ponen más vacunas ¿es esto seguro?
Porque hay vacunas como la de la gripe, inútiles y que además, son un gran negocio. O la delpapiloma humano, cuya efectividad no la conoceremos hasta dentro de muchos años (cuando se demuestre si han evitado cáncer de cuello de útero y en qué medida). Por ello se unen más de 20 sociedades científicas (la mayor parte cargadas de conflictos de interés con la industria de las vacunas) para urgir a que se vacunen los propios profesionales, otra recomendación sin fundamento científico y sin ética.
En la era de Internet, en la que la información (la buena, la mala y la regular), corre como la pólvora, es inadmisible la opacidad que rodea a los sistemas de vacunación; la gente busca información independiente y “le da por no vacunar”. Es cierto que esto puede entrañar peligros para la salud pública. Por eso es necesario dotar a los sistemas de inmunización de la mayor transparencia.
Hay que exigir a la industria TODA la información sobre seguridad y eficacia de sus vacunas. Las personas que vayan a vacunarse han de recibir un completo consentimiento informado POR ESCRITO. Lo ético es crear un sistema de compensación de daños para que quienes hayan perdido la salud tras una inmunización, reciba reconocimiento y el aseguramiento de su futuro.
Hay que racionalizar al máximo el uso de las vacunas cuidando que sólo se pongan las realmentenecesarias, efectivas y seguras (no todas lo son). Nada de todo esto ocurre hoy.
Insultar, despreciar, acusar, señalar a quienes son críticos con las vacunaciones empeora el escenario. Hay que buscar consensos y es la ciudadanía, no las corporaciones y “sus” instituciones, quien ha de protagonizarlos.
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