Ritos cotidianos que aportan felicidad

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Celebrar los pequeños rituales es una manera de hallar serenidad dentro de la agitación de los días, así como un camino hacia nuestra identidad más profunda.

La naturaleza humana siempre ha estado ligada a los rituales. Tal vez ya no sigamos los ritos de una tribu, pero hay otros actos simbólicos que ocupan el lugar de los que llevaban a cabo nuestros ancestros: despertarnos con la radio, la ducha matutina, el café a media mañana con los compañeros, la novela en la mesita de noche…

El ser humano es un animal de costumbres, y son justamente esas costumbres las que nos confieren una identidad

Somos ritualistas y estos actos dan orden y sentido a nuestra jornada, además de ser un hilo conductor que nos aporta seguridad y comodidad. Cada vez que los realizamos, nos sentimos en casa, por eso, muchas veces, cuando estamos de viaje y no podemos llevarlos a cabo, parece que nos falta algo.

El ser humano es un animal de costumbres, y son justamente esas costumbres las que nos confieren una identidad. Los ritos cotidianos trazan el mapa íntimo de nuestra geografía emocional.

Momentos íntimos

En uno de sus poemas más célebres, el dramaturgo Bertolt Brecht enumeraba así su catálogo personal de satisfacciones cotidianas: “La primera mirada por la ventana al despertarse, el viejo libro vuelto a encontrar, rostros entusiasmados, nieve, el cambio de las estaciones, el periódico, el perro, la dialéctica, ducharse, nadar, música antigua, zapatos cómodos, comprender, música nueva, escribir, plantar, viajar, cantar, ser amable.”

Puede resultar útil elaborar un listado de la felicidad para tomar conciencia de los pequeños rituales que nos hacen sentir vivos. Cuando la maraña de las preocupaciones es tan densa que nos impide apreciar estos momentos, nos estamos perdiendo lo más sublime de la existencia.

Todos necesitamos pequeños rituales para ser felices. Hay quien empieza el día con una asana de yoga como el saludo al sol, hay quien desayuna mirando el parte meteorológico y hay quien reza sus plegarias antes de acostarse. Son momentos de recogimiento y de placer que nos conceden un respiro en cualquier momento del día y abren un oasis de calma en nuestro devenir diario.

Elogio de lo corriente

En un artículo de fondo, el experto en comunicación José Ramón Blázquez criticaba la búsqueda de la felicidad en lo excepcional, cuando, a su parecer, ésta se halla en lo cotidiano. “Le debemos la vida a la rutina. No  sería posible casi nada sin la repetición de lo ordinario. Lo que pasa es que para comprender el valor de la rutina y superar el horror a lo invariable hay que percibir el diseño divino de la vida (…) Cada día es diferente y todo es distinto en la engañosa apariencia de su repetición. Si le molesta la tenacidad de la rutina, piense que lo nuevo, que tanto satisface a los aburridos por la costumbre, surge de la tentativa de mejorar lo corriente (…) En la sublimación de las cosas corrientes de cada día está la raíz de una vida feliz. Mirando a lo más alto, humildemente, me apunto al ensalzamiento de la vida ordinaria –la experiencia real y no lo imposible y quimérico– porque éste es el único modo humano de construir una existencia extraordinaria.”

De hecho, la cotidianidad de la que tanto nos quejamos es lo primero que echamos en falta cuando algo nos arrebata la infravalorada normalidad. El enfermo de larga duración en un hospital o la persona que ingresa en la cárcel experimenta una fuerte añoranza por rituales tan cotidianos como tomar un café en el bar, dar un paseo o incluso acudir al trabajo que antes le disgustaba tanto. Por esa razón, mientras podamos disfrutar de ellos, es importante dar brillo a estos raíles por los que transcurre, un día tras otro, nuestra existencia.

En su clásico de la autoayuda Simplifica tu vida, Elaine St. James remarca la importancia de abrir la jornada con un rito personal: “El mejor momento del día es la hora inmediatamente anterior a levantarse. Si usted es como la mayoría de la gente, se levantará con el tiempo justo para vestirse, desayunar un poco, mirar el avance informativo y llevar los niños a la escuela (…) Sin embargo, si uno se levanta una hora antes de estas obligaciones, de repente encontrará tiempo para pasear, establecer la propia rutina o desayunar relajadamente con la familia. Robar una hora al día para uno mismo, si no se utiliza para trabajar, es una forma muy efectiva de aliviar el estrés y empezar el día con buen pie.”[pagebreak]

Compartir rituales

El catedrático de Lingüística Sebastià Serrano destaca, así mismo, el valor de los rituales compartidos como punto de unión para los distintos miembros de una tribu, también en la sociedad moderna. “Los rituales –asegura– contribuyen a desactivar la agresividad y facilitan la cohesión del grupo, además de marcar la diferencia con otros grupos sociales. La función del ritual es facilitar el acercamiento y la interacción. Por eso, cada separación, los ofrecimientos y las súplicas, los servicios, las invitaciones, las presentaciones y los compromisos son actos ritualizados.” Por consiguiente, los ritos no sirven simplemente para pautar de forma individual los distintos momentos del día, sino que son también un punto de encuentro con otras personas de nuestro entorno.

La pista de tenis donde juegan semanalmente los amigos, el parque al que los padres llevan a sus hijos o la pausa en la máquina de café son un espacio para que la tribu lleve a cabo su ritual de acercamiento y refuerzo de los vínculos, aunque no sean conscientes de ello. Nuestra felicidad depende también de estos pequeños rituales compartidos porque nos hacen sentir que pertenecemos a un círculo de afectos más allá de nuestro hogar.

Actos iniciáticos

Pero además de los rituales cotidianos, en todas las culturas existen actos simbólicos de especial trascendencia, dado que marcan el paso de una etapa vital a otra. Una de las personas que mejor han estudiado estos ritos iniciáticos es el antropólogo Josep Maria Fericgla.

Después de vivir nueve años con los indígenas de la alta Amazonia ecuatoriana, aprendió de ellos la importancia fundamental de los ritos de paso que, según este especialista, se han perdido en los últimos tiempos en Occidente.

En palabras del antropólogo, “la primera comunión, más allá de su sentido religioso, era un rito iniciático: una puerta simbólica que conducía de la infancia a la pubertad. Por ejemplo, a los niños se les compraba los primeros pantalones largos tras la primera comunión, lo que les convertía ya en hombrecitos. Esto coincidía con los primeros permisos para que los niños salieran a la calle solos, aunque únicamente fuera para comprar el pan. El padrino solía abrir una cuenta corriente con este mismo motivo. También en la primera comunión a los niños se les regalaba el primer reloj, lo que suponía un control adulto del tiempo (…) Al margen de cuestiones militaristas, para los chicos el servicio militar era un rito de paso de primera magnitud: los muchachos pasaban a ser hombres. Muchas empresas no querían emplear a jóvenes que no hubieran cumplido este rito porque implicaba haber aprendido una disciplina.”

La desaparición de estos peajes existenciales, afirma Fericgla, ha provocado que actualmente muchas personas no tengan conciencia de la etapa vital en la que se encuentran, lo cual se salda con confusión y con, por ejemplo, la prolongación de conductas infantiles en la vida adulta.

Al no atravesar la puerta simbólica que separa una etapa de la otra, se producen fenómenos como el llamado síndrome de Peter Pan, bautizado así por el psicólogo Dan Kiley en un ensayo del mismo título y que designa la inmadurez de muchos hombres que se resisten a abandonar su adolescencia. Como el niño que no quería crecer, de J.M. Barrie, los efectos secundarios en los adultos que han evitado este rito de paso son irresponsabilidad y reacciones infantiles, pánico al compromiso, falta de empatía y soledad, negación del envejecimiento e inestabilidad laboral. 

La belleza de las pequeñas cosas

Volviendo a los ritos de la tribu, Kent Nerburn –escultor, educador y especialista en la historia oral de los indios Ojibwa. La portada de su libro The Hidden Beauty of Everyday Life (La belleza oculta de la vida diaria) viene ilustrada con una pera partida que simboliza el corazón de las maravillas cotidianas, siempre cerca de nosotros, aunque a menudo no sepamos verlas.

"Nuestro día a día está lleno de momentos en los que la belleza oculta de la vida emerge a nuestra conciencia como un inesperado destello de luz. Sin embargo, demasiado a menudo somos ciegos a estos momentos. Estamos demasiado ocupados con nuestras obligaciones diarias, con nuestras idas y venidas, para dar a nuestro corazón la calma necesaria para escuchar las canciones más dulces de la vida”, explica Nerburn.

Cada vez que cuidamos los rituales que nos hacen felices estamos dando valor a la canción profunda de los días, a la vez que nos refrescamos en un oasis de íntima sabiduría. Si prestamos atención a estos momentos que nos conectan profundamente con nosotros mismos y los demás, tendremos siempre a nuestro alcance la serenidad e inspiración que necesitamos para vivir. Como decía la poetisa Emily Dickinson, “ocúpate de las pequeñas cosas, y las cosas grandes se ocuparán de ellas mismas.”