¿De verdad nuestra sanidad pública era tan buena?
Sólo se puede simpatizar con las reivindicaciones de la marea blanca, pero a fuerza de eslóganes para denunciar los recortes y las privatizaciones se cae en una idealización de la sanidad pública que teníamos. La verdad es que las actuales dificultades tienen mucho que ver con las debilidades que sufría el modelo y que solo pueden agravarse en el futuro. La vuelta al pasado no es la solución, seguro.
Las privatizaciones son nefastas pero reconozcámoslo, la llamada sanidad pública no era perfecta ni mucho menos. Es cierto que el sistema de trasplantes era y todavía es admirable. Es verdad que cualquiera podía recibir una atención digna. Pero no se puede ocultar que el sistema entero era y es un magnífico comercializador de los medicamentos y servicios de empresas privadas. Se gasta una fortuna incalculable en tratamientos que son innecesarios o no son los mejores disponibles, pero que producen beneficios ingentes a las farmacéuticas.
Al mismo tiempo ya no hay dinero para administrar a tiempo medicamentos que salvan vidas –como el sofosbuvir para la hepatitis C– y en el futuro lo habrá menos para tratamientos cada vez más caros y personalizados. Se impone sin enunciarla la idea de que solo podrá recuperar la salud quien pueda pagar, pues será imposible que el sistema público sufrague el mejor tratamiento para quien lo necesite. La prueba de que se va asumiendo es que no extraña que los famosos y ricos se vayan a Estados Unidos cuando caen gravemente enfermos. No es un escándalo que los médicos traten de curarles al mismo tiempo que rechazan a quienes no pueden permitirse el tratamiento.
El problema es obvio: un sistema médico realmente universal y justo es inviable mientras se quiera compaginar con el beneficio privado. No tiene sentido hablar de “sanidad pública” cuando se compran los medicamentos a empresas privadas que son libres de poner precio a sus productos. Las farmacéuticas o las aseguradoras son empresas como las demás y su objetivo es conseguir el mayor beneficio posible.
Sin embargo, la actividad médica no es una profesión más. No es como vender churros o coches. La medicina surge del instinto altruista o de la naturaleza compasiva del ser humano que lleva a prestar ayuda a cambio de nada para evitar el sufrimiento de los demás, a veces hasta extremos heroicos, como cuando una persona se lanza a las vías del tren para salvar a otra o un bombero se adentra en las llamas. En comparación, es poco admirable que un médico se esfuerce por obtener el dinero de un rico…
Sí, mi conclusión es que la medicina debiera ser una especie de sacerdocio altruista. Pero es un plan a largo plazo, basado en la r-evolución de la conciencia individual y colectiva. Podemos empezar por transformar el actual sistema, eliminando las patentes de las medicinas; estableciendo órganos científicos y políticos de decisión completamente independientes de las empresas; abriéndolo a los profesionales de las terapias naturales que ofrecen tratamientos baratos, eficaces y seguros; promoviendo las cooperativas de salud, la prevención y el autocuidado.
¿Sanidad pública? Sí, pero no la que teníamos, sino otra mejor.
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