Cómo incorporar la naturaleza al diseño y la arquitectura, por Richard Luov

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En Connecticut, un diseñador de interiores decoró con ocho abedules el salón de su vivienda de estilo rústico. Tom Manselle, productor y realizador de vídeos musicales de treinta y un años, afincado en Ann Arbor, Michigan, llena su casa de sonidos de la naturaleza que ha grabado.

El interés actual por las casas renaturalizadas puede relacionarse, en parte, con la popularización del feng shui, una antigua disciplina china basada en el taoísmo, que algunos diseñadores tienen en cuenta cuando reordenan un espacio (para los vivos o para los muertos), a fin de que tenga un buen qi, la energía vital en circulación que, según la filosofía china, está presente en todas partes.

Un «lugar perfecto» es un espacio y un eje en el tiempo en que la orientación de una estructura y su interior potencia al máximo la energía positiva que emana del entorno, incluyendo la inclinación del terreno, la vegetación, la calidad de la tierra y el microclima.

En la actualidad, asistimos también a un resurgimiento de otra antigua disciplina similar, una filosofía india llamada vastu shastra, o simplemente vastu, término sánscrito que se puede traducir aproximadamente por «energía», con sus propias normas de diseño. (No sitúe su dormitorio en el extremo sudoeste de la casa: allí reside el fuego, elemento perturbador, y no dormiría bien.)

Yo, como tantos otros, desconfío de cualquier propuesta de tintes esotéricos. Pero no hace falta ser devoto de vastu para tener un hogar tonificante. Ni tampoco comprar un póster con las montañas del Tíbet.

El mercado de la renovación natural del hogar está creciendo. Las ventas de ornamentos «naturales» ecosensibles van en aumento. Una empresa de venta por catálogo llamada Viva Terra, por ejemplo, ofrece muebles rústicos de madera no tratada, un «tocador de época» hecho con madera de abeto reciclada, batas «sostenibles» confeccionadas con tela de bambú, taburetes rústicos artesanos hechos con cepas de abeto chino...

Una de las técnicas de renovación natural de la casa más interesantes y que cada vez se populariza más es el jardín vertical de interior o de exterior, con sistemas de riego por goteo y rejillas y paneles para las plantas. Se trata de un método que fue desarrollado para preservar la vida humana y mejorar la calidad del aire durante misiones espaciales prolongadas. Al parecer, elimina hasta un 80 % del formaldehído y otras sustancias tóxicas que hay en el aire de los espacios cerrados. Al principio la empresa se especializó en paredes vivas para edificios comerciales, pero ahora las ventas a particulares han crecido de manera espectacular. [En España, la empresa Terapia Urbana comercializa jardines verticales domésticos]

Uno de los motivos podría ser el hecho de que la gente es cada vez más consciente de la mala calidad del aire que se respira en la mayoría de espacios cerrados. Pero las paredes vivas tienen sus inconvenientes, por ejemplo los insectos que atraen, que deben ser controlados por
medios ecológicos, o el aumento de la humedad que provocan, con la consiguiente aparición de moho. No todos los científicos especializados en la calidad del aire creen que las plantas de interior sean eficaces como filtros de aire. Aun así, mucha gente afirma que sus efectos beneficiosos en el estado de ánimo y la sensación de bienestar que producen compensan sus efectos negativos, que pueden ser controlados.

Para los particulares y para algunas inmobiliarias, está emergiendo una incipiente filosofía de diseño de viviendas que utiliza alta tecnología y lo que podríamos denominar alta naturaleza que se basa en el ahorro energético, el uso de materiales inocuos para el medio ambiente y la aplicación de los principios del diseño biofílico a fin de fomentar la salud, la energía y la belleza.

Una casa híbrida podría tener una cisterna para recoger el agua de lluvia, un tejado verde superaislado que puede durar ochenta años y quizá paredes hechas con balas de paja, que se mantienen en pie un siglo. Añadamos a esta lista de posibilidades vigas recicladas, mampostería de madera (maderos ajustados entre sí con argamasa de tierra), cemento mezclado con pasta de papel y hormigón aireado. Casas construidas así son tan eficientes desde un punto de vista energético que normalmente no necesitan aire acondicionado.

Por otro lado, entre las características de alta tecnología de una casa híbrida podemos enumerar: un sistema de calefacción geotérmico que aprovecha la temperatura constante del subsuelo, placas solares que generan electricidad suficiente para la iluminación y los ordenadores, tubos fluorescentes que regulan su intensidad a lo largo del día mediante sensores de luz instalados en las ventanas, dispositivos en los cristales para que los pájaros no se estrellen contra ellos, interruptores sensibles al movimiento, grifos y suministradores de jabón regulados mediante sensores, urinarios sin agua, tazas de váter ahorradoras de agua, claraboyas con placas solares incorporadas, y quizá un sistema natural de tratamiento de las aguas residuales, incluyendo un jardín con estanques.

Doug Tallamy, profesor y jefe del Departamento de Entomología y Ecología Animal de la Universidad de Delaware, es un hombre modesto con una idea innovadora: la clave para el renacer de la biodiversidad se halla en nuestros jardines y huertos caseros.

–Mi mensaje fundamental es que si no recuperamos la vegetación autóctona en nuestros ecosistemas suburbanos, el futuro de la biodiversidad no es nada prometedor, dice.

Atenúa esta sombría predicción con dos gotas de optimismo:

–Ante todo, aún no es demasiado tarde para salvar la mayor parte de las plantas y los animales que mantienen los ecosistemas de los que dependemos nosotros mismos. En segundo lugar, recuperar la vegetación autóctona en la mayoría de paisajes dominados por el hombre es algo relativamente fácil.

Por primera vez en la historia –continúa–, la jardinería ha asumido una función que va más allá de las necesidades del jardinero. Les guste o no, los jardineros se han convertido en un sector importante en la gestión de la flora y la fauna de nuestro país. Ahora depende de los jardineros particulares la consecución de algo que todos soñamos: «ser influyentes». En este caso, influir en el futuro de la biodiversidad, de las plantas y los animales autóctonos de Norteamérica, así como de los ecosistemas que los sustentan.

Normalmente, cuando los paisajistas recomiendan el uso de vegetación autóctona lo hacen con el objetivo de ahorrar agua, salvar plantas autóctonas o bien sustituir las usuales por otras nuevas. Tallamy sugiere una nueva motivación: salvar insectos y, con ello, la flora y la fauna que dependen de ellos para subsistir. Esto responde a un descubrimiento que hizo personalmente.

En el año 2000, Tallamy y su mujer se trasladaron de la ciudad a una finca de cinco hectáreas en el sudeste de Pensilvania, en una zona que había sido cultivada durante siglos antes de ser parcelada.

–Conseguimos un entorno rural, más o menos, pero no era en absoluto el pedazo de naturaleza que estábamos buscando –recuerda Tallamy–. Como en muchos «espacios abiertos» de este país, por lo menos el 35 % de la vegetación de nuestra finca (sí, lo calculé) estaba formado por especies de plantas agresivas originarias de otros continentes que estaban sustituyendo rápidamente a las autóctonas.

Él y su familia decidieron marcarse como objetivo eliminar las plantas foráneas y reemplazarlas con las especies propias de los bosques caducifolios del este del país, las que se habían desarrollado en el lugar durante millones de años. Cuando empezaron a eliminar
los olivos de otoño, las madreselvas japonesas y las centinodias se dieron cuenta de algo curioso: los insectos las habían respetado o casi no habían dañado sus hojas, mientras que resultaba evidente que la vegetación autóctona (Acer rubrum, Quercus palustris, Prunus serotina y otras) sí que les había servido de alimento.

Se podría pensar que este hecho representaba una desventaja para las plantas propias del lugar, pero Tallamy vio una cosa diferente:

–Era alarmante porque indicaba una consecuencia de la invasión de especies alóctonas en todo Norteamérica que ni yo ni nadie más (según descubrí tras revisar la literatura científica) habíamos tenido en cuenta. Si nuestros insectos nativos no pueden, ahora o en el futuro, alimentarse de plantas foráneas, entonces su población en las áreas con mucha presencia de vegetación alóctona será menor que en las áreas donde imperan las plantas autóctonas. Y como son muchos los animales que dependen de los insectos como fuente de proteínas, una tierra sin insectos es una tierra que carece de la mayoría de formas de vida superior.

Dicho de otro modo: a la larga, esterilidad. Tallamy señala que:

–Los ecosistemas terrestres de los que dependemos todos los humanos para seguir existiendo dejarían de funcionar sin nuestros amigos de seis patas.

E. O. Wilson llama a los insectos «esas cositas que hacen funcionar el mundo».

–A menos que cambiemos los lugares donde vivimos, trabajamos y jugamos para que satisfagan no solo nuestras necesidades, sino también las de otras especies –dice Tallamy–, prácticamente todas las especies de flora y fauna autóctonas de Estados Unidos desaparecerán para siempre.

Esto no es ninguna hipótesis, insiste, sino un pronóstico que se basa en décadas de investigaciones ecológicas sobre la necesidad de la biodiversidad. Sin embargo, lo que las predicciones no tienen en cuenta son las posibilidades de incrementar el número de especies con las que cohabitan los humanos.

–Innumerables especies –afirma– podrían vivir de manera sostenible con nosotros si diseñáramos los espacios donde vivimos teniéndolas en cuenta.

Tallamy y sus colegas han iniciado los proyectos de investigación necesarios para establecer con certeza este punto y ya se empiezan a acumular datos preliminares.

–De momento, los resultados obtenidos dan toda la razón a los jardineros que ya han empezado a cultivar especies autóctonas o que se muestran entusiasmados con la idea.

Si su hipótesis resulta cierta, Tallamy afirma que estos jardineros pueden cambiar el mundo, y lo cambiarán, modificando la alimentación de la fauna y la flora autóctonas. Su trabajo subraya uno de los puntos básicos del Principio de la Naturaleza: conservar la naturaleza salvaje no es suficiente; debemos conservar y crear naturaleza, en la forma de hábitat autóctono, allí donde nos sea posible: sobre los tejados y en los jardines de nuestras ciudades y barrios.

Es este el camino que conduce a las comunidades naturales. El libro de Tallamy Bringing Nature Home: How Native Plants Sustain Wildlife in Our Gardens es uno de los mejores sobre este tema y resulta muy útil para los que quieren naturalizar su casa. Cuando le pedí algunos consejos al respecto, me dio los siguientes:

Rehacer las redes alimentarias autóctonas. No hay nada que viva aislado. Todas las especies existen dentro de sistemas de especies interrelacionadas que los ecólogos llaman redes alimentarias. Para que determinada especie prospere en el jardín, debemos proporcionarle las partes fundamentales de su red alimentaria.

  • Todo empieza con las plantas. Las redes alimentarias empiezan con las plantas, puesto que son los únicos organismos (exceptuando algunas bacterias) que pueden captar la energía del sol, fuente de la vida. Todos los animales obtienen la energía que necesitan comiendo directamente plantas o comiendo otros animales que se alimentan de plantas. La cantidad de vegetación que tengamos en el jardín determinará la cantidad de naturaleza presente en él.
  • No todas las plantas son iguales. Desgraciadamente, no todas las plantas tienen la misma capacidad para sustentar las redes alimentarias. Estas se han desarrollado localmente a lo largo de miles de generaciones y cada miembro de la red se ha adaptado a las características especiales del resto de miembros. Una planta que se haya desarrollado fuera de una red alimentaria determinada, con frecuencia no podrá transmitir su energía a los animales de dicha red, porque su sabor les resultará desagradable.
  • Las especies autóctonas son mejores para la naturaleza. Normalmente, cuando urbanizamos alguna zona arrasamos todas sus comunidades vegetales autóctonas y luego la ajardinamos con plantas ornamentales. Podemos estar seguros de que una planta ornamental originaria de Asia o de Europa no se integrará en la red alimentaria autóctona, y por lo tanto su valor nutritivo será escaso o nulo para las criaturas cuyo crecimiento intentamos fomentar. Busquemos plantas autóctonas de nuestra región porque son mejores para la naturaleza de nuestro jardín.
  • Los insectos son fundamentales. A muchos de nosotros se nos ha enseñado desde pequeños que el único insecto bueno es el insecto muerto. Para alegría de muchos, hemos creado paisajes estériles, sin vida, pero precisamente es esta la razón por la que nuestros hijos ya no pueden disfrutar de la naturaleza en sus jardines. La mayoría de los animales obtienen la energía de las plantas, principalmente a través de los insectos. Los pájaros son un excelente ejemplo. El 96 % de las aves terrestres de Norteamérica crían a sus polluelos con insectos. En resumidas cuentas: si queremos que en nuestro jardín haya pájaros, o sapos, o salamandras o innumerables especies más de animales, debemos cultivar plantas que faciliten la vida de los insectos autóctonos.
  • Reduzcamos nuestro parterre de césped. Los terrenos con césped son los más regados de Estados Unidos y ocupan una extensión de unos veintitrés millones de hectáreas (incluyendo los campos de golf, y zonas residenciales y comerciales), es decir, el 23 % de la tierra urbanizada, una cifra que va en aumento. Y por lo que se refiere a mantener las redes alimentarias, el césped es casi tan malo como el pavimento. Consideremos la opción de reemplazar las zonas de césped que no usamos normalmente para pasear por jardines espesos de plantas autóctonas. La vida en esos jardines hará que nuestros hijos salgan de casa.
  • Plantemos un jardín para mariposas. Las mariposas necesitan dos tipos de plantas: plantas de cuyo néctar se alimentan las mariposas adultas y plantas que comen las orugas durante su desarrollo. Evitemos cualquier planta del género Buddleia: aunque su néctar es bueno, no hay en Estados Unidos ni una sola especie de mariposas cuyas larvas se alimenten de ellas y figuran en la larga lista de plantas ornamentales invasoras que destruyen nuestras zonas naturales.
  • Las plantas leñosas sustentan más vida animal. Los árboles y los arbustos acogen más falenas y mariposas que las plantas herbáceas, y por lo tanto proporcionan una alimentación más variada a los pájaros y otros insectívoros. Una cantidad suficiente de orugas en primavera y verano atraerá a nuestro jardín tantos pájaros como un comedero en invierno.

Si tales jardines se extienden por todas partes, ¿no sufriremos pronto una invasión de insectos no deseados? Tallamy dice que posiblemente los insectos ataquen algo más los jardines ecológicamente equilibrados, pero que estos están de acuerdo con su bioma y que por lo tanto también atraerán un gran número de depredadores naturales, como por ejemplo mariquitas, luciérnagas, mantis religiosas, así como millares de diminutos insectos parásitos demasiado pequeños para ser vistos, junto con una mayor diversidad de pájaros, sapos y salamandras. Todos ellos mantendrán bajo control, a los insectos fitófagos.

Podemos empezar buscando en Internet viveros de plantas autóctonas de nuestra región. Aparte de reemplazar las plantas del patio o del jardín con especies autóctonas, plantar arbustos y árboles propios de la región alrededor de la parcela, por ejemplo, también puede producir biodiversidad. Los beneficios que obtendremos son: un paisaje más interesante y potencialmente bello, al menos para el ojo entrenado, y también recompensas psíquicas.

Además de promover la biodiversidad, un jardín autóctono aporta beneficios físicos (no hay necesidad de pesticidas) y puede mejorar la salud del jardinero y la de su familia.

En un momento determinado, el museo de historia natural de mi ciudad estuvo considerando un proyecto (que al final no llegó a realizarse) consistente en repartir paquetes de semillas a los escolares para que pudieran plantar sus propios jardines con especies que ayudaran a restablecer las rutas migratorias de aves y mariposas. La idea sigue siendo atractiva. Es una buena manera de entrar a participar íntimamente en las corrientes vitales del mundo mediante un modesto jardín en las afueras o simplemente en un macetero en un barrio urbano.

Vivimos en una matriz de corrientes electrónicas y pitidos de móviles. ¿Y si fuéramos igualmente conscientes de las corrientes migratorias de, pongamos por caso, las mariposas monarca, cuya progenie recorre cada año más de mil seiscientos kilómetros para pasar el invierno en una pequeña zona de México? ¿O de los pájaros neotropicales: los zorzales mustelinos, las reinetas norteñas, los candelos escarlatas, los papes azulejos y los trupiales de Baltimore, que vuelan desde Kentucky hasta los Andes? ¿O de esas aves que cruzan mares y cadenas montañosas para migrar de Europa a África? ¿Y si tomáramos parte en las migraciones de estas aves cultivando las plantas de que se alimentan? Nuestros jardines estarían entonces conectados a un tipo de red muy diferente, una que es inmensa, misteriosa y magnífica.

Simplemente, hágalo. 

A estas alturas es posible que usted se pregunte: ¿quién dispone del tiempo necesario para hacer todo esto? Mi mujer y yo no nos consideramos expertos jardineros ni grandes innovadores del interiorismo biofílico o de cualquier otro tipo de interiorismo. En los años noventa, compramos una casa en una zona urbana deprimida. Recuerdo que la sala de estar estaba empapelada con un papel jaspeado de oro, semipsicodélico. Aquella decoración nos dejó perplejos, pasmados. Tratando de decidir qué hacíamos, acabamos enzarzándonos en una de las pocas riñas de verdad que hemos tenido. De manera que reunimos a duras penas unos dólares que no teníamos y contratamos a una profesional para que nos ayudara. Reemplazó el jaspeado semipsicodélico por otro de estilo victoriano que daba vértigo.

A partir de entonces, cuando alguien visitaba nuestra casa por primera vez señalaba el jardín y decía: «¿Ves ese montículo? Nuestra interiorista está enterrada ahí». No obstante, finalmente hemos cambiado ese papel pintado y hemos realizado algunas mejoras en casa, sobre todo introduciendo tantos materiales naturales y tantas imágenes de la naturaleza como nos ha sido posible. Hemos renaturalizado parcialmente el jardín (cosa que no ha supuesto demasiado esfuerzo, dada nuestra predisposición a ese tipo de trabajo). Hemos economizado el agua para riego, hemos intentado sin mucho éxito hacer un pequeño huerto, hemos colgado dos comederos de pájaros y hemos aprendido a ser más conscientes de quién vive en nuestro jardín o se pasea a veces por allí. Mofetas, mapaches, coyotes, zarigüeyas y conejos. Y ese lagarto que sigue apareciendo en la sala  de estar de vez en cuando.

Pregunté a Karen Harwell qué le diría a gente como nosotros.

–En Estados Unidos, siempre que tenemos que hacer algo actuamos de la misma manera: «Antes de ponerme manos a la obra, voy a estudiar más a fondo la materia». Así que aplazamos continuamente el inicio de cualquier actividad porque creemos que debemos aprender más sobre el asunto, asistir todavía a otro taller.

Me habló de Alan Chadwick, un experto jardinero inglés que había tenido un papel destacado en el desarrollo de la agricultura ecológica.

–Vino a Estados Unidos y creó los jardines de la Universidad de California en Santa Cruz –me dijo–. Allí hay una frase suya grabada en una placa de madera: «El jardín hace al jardinero». Chadwick solía preguntar a la gente: «¿Qué te gusta comer? Pues plántalo».

Decía: «Si siembras semillas en el lugar equivocado, las plantas te dirán enseguida que algo falla. Ve aprendiendo sobre la marcha, pero empieza ya».

Harwell sonrió.

–La primera vez que oí eso, todas las células de mi cuerpo se relajaron.

Dicho de otra manera: no te preocupes, planta tranquilamente y no te obsesiones por nimiedades. Me aconsejó que el objetivo debería ser crear un hogar, con un poco de ayuda de la naturaleza, que «simplemente te haga sentir bien».

Mi familia y yo aún estamos en el proceso de conseguir una casa y un jardín tonificantes. Pero avanzamos en la dirección correcta.

Por Richard Louv.