La era de la vigilancia total

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Aplicaciones para “geolocalizar” a quienes puedan contagiar el coronavirus. Códigos de salud en los teléfonos móviles (verde, amarillo, rojo) para decidir si podemos o no salir de casa. Drones comos “moscones” en el cielo, vigilando cada uno de nuestros pasos. Cámaras equipadas con tecnología de reconocimiento facial en cada esquina… La distopía ya está aquí, y antes de lo que imaginábamos. Como ocurrió tras el 11-S, las medidas de emergencia pueden estar aquí para quedarse. Lo impensable hace unos meses es ahora el pan de cada de día ¿Estamos ya en la sociedad de vigilancia total?

China no solo ha exportado el virus, sino también las severas medidas de control de la población, en el nombre de la sanidad pública. Con la contribución de los gigantes de la tecnología (los grandes ganadores de esta crisis), al menos 25 países están dando pasos hacia una fusión sin precedentes de las telecomunicaciones, del “big data” y de la inteligencia artificial que ha disparado las alarmas de los grupos de libertades civiles.

Imaginemos que el Gobierno obliga a los ciudadanos a llevar un brazalete biométrico para salir de casa. El brazalete mide tu pulso cardíaco las 24 horas y envía la información a una base de datos. Los algoritmos lo interpretan sobre la marcha y determinan que estás “enfermo”, antes de que tú mismo lo sepas. El sistema identifica con quién has estado en contacto en los últimos siete días y en décimas de segundo se reconstruye la “cadena de infección”. Principio y fin de la epidemia.

El ejercicio de “imaginación” lo propone astutamente Yuval Noah Harari, el autor de “Sapiens”, para hacernos precisamente pensar. Si el Gobierno sabe cuál es tu temperatura corporal, tu presión sanguínea y tu frecuencia cardíaca mientras estás viendo –pongamos- una serie de televisión, también sabrá que es lo que te hacer reír, lo que te hace llorar y lo que más te cabrea.

En pocas palabras: el Gobierno y las compañías que hacen posible ese “milagro tecnológico” lo sabrán todo de ti. Y no solo decidirán si puedes abrir la puerta, sino que podrán predecir también tu conducta, manipular tus sentimientos y venderte lo que quieran, en un permanente estado de “vigilancia bajo la piel”.

“Muchas de las medidas de emergencia a corto plazo están aquí para quedarse”, advierte Harari, en su peculiar análisis del mundo después del coronavirus en las páginas del Financial Times. “Decisiones que en tiempos normales llevarían años se toman en minutos. Tecnologías inmaduras y peligrosas se ponen en marcha porque el riesgo de la inacción es aún mayor. Países enteros sirven como conejillos de indias de experimentos sociales a gran escala”.

Y ahora dejemos de imaginar porque lo que vendrá después del “cerrojazo” al estilo Wuhan puede parecerse peligrosamente al “código de salud” que se está implantando en China. El Gobierno decide quién sale, cómo sale y dónde sale. Gracias a una novedosa “herramienta de rastreo” (o sea, una aplicación incorparada al móvil), los ciudadanos son etiquetados con tres colores: rojo, amarillo y verde. El primero significa “peligro”, el segundo “alerta” y el tercero “libertad”.

La aplicación ha sido desarrollada por WeChat del Tencent y por el servicio de pagos electrónicos Alipay del Grupo Alibaba (o sea, los equivalentes a Whatsapp y a Amazon). Con la displicencia habitual, sin entrar en disquisiones sobre el uso del big data o sobre el derecho a privacidad que tanto obsesiona a los occidentales, la inmensa mayoría de los 1.400 millones de chinos se abonarán a la mágica aplicación.

Todos ellos velarán para poderse levantarse con el “verde” liberador en su aplicación del móvil. Si les sale el “amarillo” (contacto con un infectado) deberán permanecer siete días en casa. El “rojo” (“posible portador del covid-19”) les forzará a guardar cuarenta de 14 días. Los infractores serán “tratados severamente”, y no se hable más.

Curiosamente, el “código de salud” se ha superpuesto al polémico “sistema de crédito social” que a lo largo del 2020 pretende “registrar cada acción y trasacción de los ciudadanos chinos en tiempo real”. Gracias a los algoritmos onmipresentes, esta especie de Gran Hermano digital decidirá otorgar recompensas o penalizaciones los cuidadanos, según su comportamiento económico, social o moral…

“Bajo sus fronteras, China está trabajando para crear un perfecto estado de vigilancia”, advierte Kai Strittmatter, ex corresponsal en Pekín del Süddeutsche Zeitung y autor de “We have been harmonised” (“Nos han armonizado”) . “Se trata de una mezcla colorista de “1984” de George Orwell y “Un mundo feliz” de Aldoux Huxley, en la que la gente se entrega al comercio y al placer, y a cambio consienten ser vigilados por su propio acuerdo”.

En este contexto, y en aras de la salud pública, el coronavirus ha sido algo así como la “tormenta perfecta” para todas las tecnologías de vigilancia que se han ido perfeccionando en la última década: desde las aplicaciones que convierten a los móviles en nuestra segunda piel a las ubicuas cámaras de reconocimiento facial. La red Skynet (que toma irónicamente el nombre de inteligencia artificial de Terminator que quiere eliminar a la humanidad) tiene ya 200 millones de “ojos” repartidos por todo el país y es capaz de identificar a cualquier ciudadano chino en un segundo.

“La conciencia crítica ante la vigilancia digital en Asia es prácticamente inexistente”, advertía reciente el filósofo surcoreano Byung-Chul Hang. A diferencia de Europa, la “protección de datos” o el “derecho a la privacidad” son cuestiones que importan muy poco en la sociedad china, donde prácticamente todos los momentos de la vida están bajo observación . Y eso explica por qué la epidemia se ha combatido no solo con virólogos y epidemiólogos, sino con “informáticos y especialistas en macrodatos”.

Dese su observatorio en Alemania, el autor de “La sociedad del cansancio” presagia un grave dilema para Europa, entre la tesitura de seguir el camino drástico tomado por China para contener la epidemia (e imponer el control social de la población) o encontrar una solución más equilibrada y acorde con los valores democráticos occidentales. Incluso la Unión Europea, tan celosa en el pasado en cuestiones como la “protección de datos” y tan deseosa de hincarle el diente a los gigantes de la tecnología, está bajando la guardia ante lo que se nos viene encima y habla ya de una aplicación de rastreo común a los 27.

Las escenas futuristas y “caseras” del dron de la Policía Municipal, instando con altavoces a los paseantes de Madrid Río a “evitar la vía pública y permanecer dentro de sus domicilios”, dieron la vuelta al mundo como ejemplo del inquietante “cerrojazo” a lo Wuhan impuesto en España (en contraste con otras cuarentenas más permisivas como la del Reino Unido, donde se ha consentido a los ciudadanos una salida al día para hacer ejercicio en los parques).

Algunas de las tácticas aplicadas en España y en otros países europeos son “alarmantemente similares” a las usadas en China, según apunta Samuel Woodhams, en un informe global sobre el impacto el coronavirus en los derechos digitales elaborado por la compañía británica Top10VPN (especializada en redes privadas virtuales).

“Lo que estamos viendo no solo ocurre en países autoritarios, sino en países democráticos en todo el mundo”, advierte Woodhams, que incluye a España como uno de los nueve países que han recurrido a “tecnologías de vigilancia física” para imponer medidas de distancia social. Otros 23 han decidido introducir ya aplicaciones de proximidad para el rastreo digital y al menos 12 han impuesto medidas de censura en internet.

Israel fue uno de los primeros en aprovechar el coronavirus para otorgar a su agencia de seguridad poderes especiales de vigilancia normalmente reservados para combatir el terrorismo. El “premier” Benjamin Netanyahu ha sido acusado de usar la crisis para enterrar la corrupción y reforzar su poder. Decenas de israelíes se manifestaron esta semana ante el Parlamento desafiando las órdenes de confinamiento (“no es un una petición, es una obligación”) y promulgando gritos de “No a la dictadura” y “Democracia en peligro”.

El presidente ruso Vladimir Putin se anticipó incluso con la entrada en vigor en noviembre de la “ley de internet soberano”, criticada por permitir la creación de un “muro de fuego” (firewall) similar al que utilizra el Gobierno chino para censurar la red. Rusia ha copiado también el uso de polémica tecnología de reconocimiento facial que ha entrado en vigor en Moscú y San Petersburgo (más de 200 personas pueden haber sido detenidas hasta la fecha por violar las órdenes de cuarentena impuestas en cumplimiento del sistema de vigilancia “Ciudad Segura”).

“Bajo el pretexto de combatir el coronavirus, se están aplicando tecnologías como el uso de drones, aplicaciones de geolocalización, brazaletes y censura para tener un mayor control de la población”, advierte Artem Kozlyuk, al frente de la asociación Roskomsvoboda, que acaba de lanzar el programa Pandemic Big Bother, con un mapa interactivo de violaciones de los derechos digitales y un petición muy clara: la supresión de todas las medidas especiales de vigilancia cuando la epidemia haya quedado atrás.

Evgeny Morozov, autor de “La locura del solucionismo”, teme sin embargo que el coronavirus va servir para que los gigantes de la tecnología den un paso más en su afán por el control de la sociedad. “El capitalismo ha entrado en la UCI”, advierte Morozov. “Hay quienes piensan que el resultado de todo esto puede ser un sistema económico más humano, pero otros sostienen que la pandemia abrirá paso al futuro oscuro del Estado “tecnototalitario” de vigilancia”.

No hace falta precisar a qué lado del debate se encuentra el investigador bielorruso, que advierte sobre el doble rasero de medidas como el “código de salud” impuesto en China o la aplicación puesta en marcha en Polonia que obliga a los pacientes coronavirus a hacerse regularmente “selfies” para demostrar que están en casa.

“Después de décadas de neoliberalismo, llega el “solucionismo” para intentar dar respuesta a los problemas políticos”, asevera Morozov. “Los Gobiernos recurren a compañías como Amazon y Palantir para el modelado de datos. Google y Apple unen fuezas para rastrear el coronavirus (usando la señales de Bluetooth) preservando supuestamente la privacidad. Y cuando los países entren en fase de recuperación, la industria tecnológica cederá a sus expertos para hacer la limpieza. No es de extrañar que Italia haya puesto ya a Vittorio Colao, ex director ejecutivo de Vodafone, para hacerse cargo de la fuerza de choque post-crisis”.

“En todo el mundo, un coro diverso y creciente reclama el uso de la tecnología de proximidad para luchar contra el coronavirus”, certifican al alimón Andrew Crocker, Kurt Opsahl y Benett Cyphers, de la Fundación Frontera Electrónica (EFF). “Pero no se puede dar por sentado que el rastreo de los teléfonos inteligentes resolverá ese problemas. Y los riesgos que plantea para la privacidad individual y las libertades civiles son considerables”.

Los expertos del EFF cuestionan las dificultades técnicas y ponen sobre la mesa una serie de condiciones antes de abrir la espita de las aplicaciones de rastreo digital: el consentimiento, la minimización y la seguridad de la información, la total transparencia en el uso de datos y la expiración, acaso el punto más espinoso…

“Cuando la crisis del Covid-19 termine, cualquier aplicación construida para luchar contra esa enfermedad debería concluir también (…) El virus es una crisis mundial que amenaza con matar a millones de personas y a poner patas arriba la sociedad, pero la historia ha demostrado que la excepciones a las protección de las libertades subsisten muchas veces a la crisis misma”.

La historia nos da también leccines como las del 11 de septiembre del 2001, que no fue solo el año del atentado contra las torres gemelas y el Pentágono, sino también el del nacimiento de “La era del capitalismo de vigilancia”, como se titula el libro de la académica de Harvard Shoshana Zuboff.

“Antes de los atentados, el Gobierno norteamericano estaba a punto de poner en práctica regulaciones diseñadas para dar a los usuarios de internet el derecho a decidir cómo sus datos pueden o no pueden ser usados”, recuerda Zuboff. “En cuestión de días, la conversación cambió: de cómo regular a esas compañías que están violando las leyes de privacidad a cómo protegerlas y alimentarlas para que recopilen datos para nostros”.

La datos, ya se sabe, son el petróleo del siglo XXI. Y la crisis del coronavirus puede suponer la apertura de un “maná” mundial, en el nombre de la sanidad pública, de la seguridad nacional o de la vigilancia social, tanto da. Donde el común de la población ve “peligro”, los gigantes de la tecnología leen “oportunidad”.