Cómo desarrollar la inteligencia social
Nuestra capacidad para comunicarnos con el grupo y entender sus emociones es determinante para disfrutar de armonía en el trabajo y en la sociedad.
Desde que en el año 1990 los psicólogos Peter Salovey y John Mayer utilizaran por primera vez la expresión “inteligencia emocional” (IE) como alternativa al clásico coeficiente intelectual, los investigadores han continuado explorando otras clases de inteligencia para entender qué habilidades otorgan ventajas a unas personas sobre otras. Uno de los más recientes es el de la inteligencia social (IS), sobre el cual han publicado simultáneamente sendos ensayos Daniel Goleman y Karl Albrecht.
Cuando se habla sobre la diferencia entre la IE y la IS, suele ponerse el ejemplo de Ronald Reagan. El presidente norteamericano era un excepcional comunicador que se metía a la gente en el bolsillo con sus chistes y su simpatía natural; es decir, poseía una aguda inteligencia social. Sin embargo, se sabe que tenía una mala relación con sus propios hijos, lo cual indicaría un déficit de inteligencia emocional. Dicho de otro modo: tener la capacidad de comunicarse con las masas –como es el caso del popular Barack Obama– no garantiza la empatía a nivel individual.
Los comportamientos nutritivos hacen que los demás se sientan valorados, capaces, queridos, respetados y apreciados
Interaccionar con los otros
Tras popularizar en 1995 la IE en su best seller internacional Inteligencia emocional, Daniel Goleman ha dirigido sus esfuerzos hacia la inteligencia social. En opinión del psicólogo, esta capacidad tan útil a la hora de pronunciar un discurso, superar una entrevista de trabajo o llamar la atención de la persona que nos gusta requiere que el individuo posea una conciencia social que se compone de las siguientes habilidades:
• Empatía primordial: sentir lo que sienten los demás e interpretar adecuadamente las señales emocionales no verbales que nos transmiten.
• Sintonía: escuchar de manera receptiva para conectar con los demás.
• Exactitud empática: comprender los pensamientos, sentimientos e intenciones de los demás.
• Cognición social: entender el funcionamiento del mundo que nos rodea.
Pero el hecho de experimentar cómo se siente otra persona o de saber lo que piensa o pretende no es más que el primer paso para alcanzar la IS. La siguiente dimensión, la aptitud social, es la capacidad de interaccionar con los demás de forma sencilla y eficaz. Y en este segundo nivel, el espectro de aptitudes sociales incluye:
• Sincronía: relacionarse fácilmente con el otro a un nivel no verbal.
• Presentación de uno mismo: saber de qué manera nos mostramos a los demás.
• Influencia: dar la forma adecuada a las interacciones sociales para que éstas nos beneficien de algún modo.
• Interés por los demás: preocuparse por las necesidades de los otros y actuar.
Ya que hemos empezado poniendo como ejemplo a dos presidentes norteamericanos, citaremos un tercero que ha pasado a la historia por su carisma –un concepto muy ligado a la inteligencia social– y por su capacidad de entender las emociones ajenas: John Fitzgerald Kennedy. Este político dio la siguiente receta sobre el arte de debatir en público: “Ten la cabeza fría y la paciencia ilimitada. No acorrales nunca a un oponente, ayúdale siempre a tener categoría. Ponte en el lugar del otro para ver las cosas a través de sus ojos. Evita la autosuficiencia, huye de ella como del demonio. Nada ciega tanto.”
Personas magnéticas
Karl Albrecht, autor de un libro de idéntico título al de Goleman, nos ofrece un enfoque menos académico de la inteligencia social, que describe como “la capacidad para llevarse bien con los demás y conseguir que cooperen con nosotros”. Para ello, este consultor distingue entre dos tipos de conducta según la respuesta social que obtenemos:
• Comportamientos tóxicos: hacen que los demás se sientan devaluados, intimidados, inadecuados, furiosos, frustrados o culpables con nuestros actos.
• Comportamientos nutritivos: hacen que los demás se sientan valorados, capaces, queridos, respetados y apreciados por nuestra parte.
Las personas de elevada inteligencia social resultan magnéticas, pues las personas que tratan con ellas se sienten alimentadas beneficiosamente por el encuentro. En palabras del propio Albrecht: “La capacidad de comportarse con habilidad en un abanico de situaciones sociales –hablar con el jefe, participar en una reunión, realizar una presentación ante un grupo, compartir experiencias con el cónyuge o pareja, presentarse a una entrevista de trabajo– conlleva cierta profundidad y amplitud de sabiduría vital, un profundo conocimiento de la propia cultura –y, posiblemente, de otras–, el saber acumulado que procede de la constante observación y el aprendizaje de lo que funciona y lo que no en las situaciones humanas.”
Este autor divide las cinco habilidades que caracterizan la inteligencia social con las siglas SPACE (espacio):
• “S” de “situación”. Ser capaz de entender a las personas y sus sentimientos en las diferentes situaciones vitales.
• “P” de “presencia”. Resultar accesible, transmitir proximidad y confianza.
• “A” de “auténtico”. Ser sincero con uno mismo y con los otros, ya que quien es fiel a sí mismo es respetado por los demás.
• “C” de “claridad”. Saber expresar claramente los propios pensamientos.
• “E” de “empatía”. Estar dispuesto a sintonizar con las personas, entender su punto de vista y aceptar a los demás como son y por lo que son.
Yudo verbal
El experto en comunicación George Thompson creó en relación con la IS una disciplina bautizada como yudo verbal. Son una serie de técnicas especialmente útiles para las personas que tratan a diario con personas irritadas. Un ejemplo claro serían quienes trabajan en el depósito de la grúa o los teleoperadores que atienden reclamaciones.
En su libro Yudo verbal, el suave arte de la persuasión, este autor menciona una serie de expresiones que nunca deberíamos utilizar si aspiramos a la calma social. Según su método, éstas son las diez frases que a nadie le gusta escuchar:
1. “¡Usted, venga aquí!” Mejor, pedirlo “por favor” o ir a hablar con la persona.
2. “De todos modos, no lo entendería”. Es preferible decir: “Permítame que le intente explicar…”
3. “Éstas son las normas”. Si existen reglamentos estrictos, debemos tratar de explicarlos para intentar convencer a nuestro interlocutor.
4. “No es asunto suyo”. Una expresión que suele verse como una falta de respeto. Si hay algo que no puede decirse, podemos limitarnos a explicar las razones.
5. “¿Y qué quiere que haga yo?” Resulta mucho más efectivo decir: “Lo siento, no sé qué hacer ahora mismo, pero me gustaría poder ayudarle.”
6. “¡Cálmese!” Puesto que quien dice esto suele hacerlo gritando o incluso amenazando, sólo logra el efecto opuesto. Es preferible decir en voz baja: “Hablemos, seguro que hay una solución.”
7. “¿Cuál es su problema?” Esta frase desencadenará fácilmente un enfrentamiento. Suena más suave decir: “¿En qué puedo ayudarle?”
8. “Usted nunca…” / “Usted siempre…” Esta frase generalizadora está detrás de muchos divorcios y conflictos laborales del mundo. Es mejor sustituirla por: “En este momento, tú/usted…”
9. “Es por su propio bien”. Si es cierto, entonces hay que agregar un ejemplo, como: “Si hacemos las cosas de esta manera, para usted será mejor porque…”
10. “¡Sea razonable, por favor!” Dado que todos creemos ser perfectamente razonables, es preferible: “A ver si he entendido bien lo que me ha dicho” y repetir a la persona sus propias palabras para que reflexione en el momento.
Este arte marcial de la boca y los oídos está orientado a evitar el conflicto redireccionando los hábitos lingüísticos negativos. Al escuchar y hablar de forma más efectiva, logramos crear un clima de empatía con los demás, con lo que salvamos numerosas disputas.[pagebreak]
Cuestión de empatía
Al final, tanto en la inteligencia emocional como en la más amplia inteligencia social, la herramienta básica es la empatía, ya que cada vez que abandonamos nuestras posiciones para explorar el punto de vista del otro, estamos desarrollándola. El problema es que no siempre es fácil mantener alta la empatía, ya que en situaciones de tensión y dificultades, el umbral de tolerancia de las personas que nos rodean baja considerablemente. Pero es justo en esos momentos cuando más útil resulta la inteligencia social.
Una visión serena y distanciada del factor humano nos ayudará a evitar crearnos más problemas de los indispensables
Como sostiene en su libro Cómo tener buenas relaciones con los demás el psiquiatra Christian Zaczyk, se trata de “aprender a aceptar el desacuerdo, a expresarse sin herir al otro, a no dejarse llevar por la ira, a no sumirse en las emociones desagradables que acompañan a las dificultades en las relaciones (…) Todo ello se fundamenta en una destreza que podemos adquirir. Por supuesto, esta destreza implica tener un buen conocimiento de uno mismo, poner en tela de juicio determinadas verdades y mantenerse activo en todos los momentos de una relación.”
Cada individuo tiene su propio perfil en los conflictos y suele reaccionar de manera similar. Hay personas especialmente susceptibles que nos obligan a andar con pies de plomo; otras que son despistadas, sin que ello implique una falta de aprecio hacia nosotros... Son reacciones a menudo inconscientes que se han fraguado en la infancia, según el clima dominante en la familia, pero que también obedecen a la genética que determina el temperamento de cada uno.
Poner en cuarentena este tipo de reacciones sin tomarlas como un ataque personal es un recurso muy valioso e indicativo de una alta inteligencia social. Al final, la empatía no es sólo ponernos en el lugar del otro, sino también entender al otro en su totalidad. Esto significa no valorar a la persona por la última salida de tono, sino por su conjunto de virtudes y defectos, por sus buenos y malos momentos en el día a día.
En un mundo imperfecto y azotado por exigencias de todo tipo, una visión serena y distanciada del factor humano nos ayudará a evitar crearnos más problemas de los indispensables.
Sobre el autor |
Si quieres saber más sobre cómo mejorar tus relaciones con los demás, puedes leer también Trucos para potenciar las habilidades sociales, de Francesc Miralles.