Deconstruir la escuela: Liberi
No sé qué quieres decir con eso de “tu camino” –protestó la Reina–. Todos los caminos de este lugar son míos.— Lewis Carroll
Encima del portón, esculpido en una lápida, puede leerse “Masia Ribes”. Nada sugiere que estemos a las puertas de algo que no sea una mansión señorial. Y sí, lo es, pero en el jardín de esta antigua masía ha crecido, como en el relato de Carroll, una miríada de flores vivientes cuyas voces, desde temprano, comienzan a oírse por los rincones. Estamos en una escuela que no quiere ser escuela, y que no lo es precisamente porque ha conseguido serlo. ¿Juego de palabras o declaración de principios? Bienvenidas y bienvenidos al otro lado del espejo.
En Premià de Mar, una localidad costera a media hora en tren desde Barcelona, está Liberi. La escuela, que cumple su tercer año como proyecto educativo para niños y niñas de siete a doce años, homologado y reconocido por la Generalitat, se asienta en el jardín de una magnífica masía con la que comparte parterres de flores, viejos árboles, un cuidado y precioso huerto cultivado con criterios de ecología y permacultura, y el perfume de las plantas aromáticas y las lilas. El espacio propio de la escuela son varias estancias de madera, con grandes puertas y techos acristalados por los que entra luz natural, decoradas con gusto, alegría y un estilo propio que recuerda a un mundo de fantasía.
Liberi se desmarca de los estereotipos que suelen asociarse con las escuelas “alternativas”. Huye de los dogmas, de la reverencia y la adhesión acrítica a ningún paradigma o teoría. Cuestionando constantemente su propio origen en el seno de la educación libre se esfuerza por vivir el presente de forma radical, por encontrar su lugar en la comunidad y su libertad de acción desde el reconocimiento oficial, no desde la marginalidad. La homologación es un trámite que le ha dado, por encima de todo, la posibilidad de hacer su camino sin presiones, sin miedo. Un camino que no es el de las escuelas tradicionales pero tampoco sigue la senda de ninguna “alterpedagogía” al uso, y en el que la idea de escuela, sea tradicional o alternativa, se deconstruye permanentemente. Parafraseando a Derrida: no existe nada fuera de la escuela, porque no hay distinción entre el “fuera” y el “dentro”, sino un todo inclusivo y sin límites, cuyo sentido se construye continua y activamente.
Mientras en el jardín Diego charla con Manel, el fundador y alma de la escuela, Jara y yo nos descalzamos y entramos en una sala de juego donde hay un gran sofá rojo. En la sala de al lado encuentro una estantería repleta de libros. Tres chicos juegan al ajedrez en un tablero gigante con piezas de madera. Suena música clásica. Y no parece una escuela, sino el elegante salón de una casa moderna. Al rato, una mamá se sienta a leerle cuentos a su hija. Y un grupo de niñas (y niño) ocupa el sofá para su sesión de punto, que algo después evolucionará en costura a máquina.
En Liberi la presencia de las mamás y papás es constante y forma parte integral de la escuela. Vemos a una madre, por ejemplo, impartiendo un taller de manualidades en inglés. Otros papás y mamás están jugando con un grupo de niñas y niños al póker. Algunos charlan en el jardín, o se quedan cerca de sus hijos más pequeños. Vemos muchos bebés. La sensación es de un lugar donde niños y adultos están juntos, disfrutando y aprendiendo, acompañándose mutuamente en un ambiente relajado y feliz.
Las niñas y niños pueden comer en el momento en que lo deseen. Las mesas del jardín son un lugar perfecto.
Entro en una sala decorada como un aula decimonónica, con bancos y pupitres de madera, y una pizarra. Unas niñas que esperan sentadas en primera fila le preguntan impacientes a la profe de historia cuándo va a empezar el taller. Este curso se han introducido asignaturas de asistencia voluntaria, como historia, catalán, matemáticas… y ¡teatro! Antes de que comience el taller de teatro hay una palpable expectación. El aula está repleta de chicas y chicos de muy diferentes edades, que hoy van a cantar un tango a modo de catarsis, y a hacer sus pinitos con obras de teatro clásicas (“Son las que más me gustan”, nos dice Alejandra). Así tenemos el privilegio de filmar un ensayo de Esperando a Godot, representada brillantemente por dos chavales que disfrutan como enanos y que se esmeran por hacerlo mejor cada vez.
Mientras Jara juega en el arenero, un pequeño grupo de niñas de unos diez años se le acerca y acaba por adoptarla y llevarla a recorrer el jardín. Me quedo momentáneamente sola, casi esperando que en cualquier momento asome la Reina Roja... pero sólo veo niños que se tiran de unas cuerdas colgantes, o que se suben a una caseta construida en un árbol. La emoción y la acción están servidas. Diego le ha prestado la GoPro a Sam, uno de los chicos, para que sea nuestro cámara por un día. En cuanto nos ven sacar el equipo de filmación, un montón de niñas y niños se pelean por participar en las entrevistas para nuestro documental y persiguen incansablemente a Diego hasta conseguirlo. Nos hablan de su experiencia en Liberi y de cómo entienden la educación. Y nuestra cámara, una vez más, graba instantes que atesoraremos siempre.
Ha llegado la hora de marcharnos: abrimos la puerta y atravesamos el espejo de nuevo. Ya afuera, nada sugiere que la escuela que hemos visto exista. Quizás sea que no hay un “afuera”. O quizás es que soñábamos. Pero tras la puerta se oyen aún voces y risas. No, Liberi no ha sido un sueño.
Con cariño para Marta, Jordi y Alexan.
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