Plátano, la mansión filosófica
El plátano es el árbol más común y conocido en los parques y jardines de nuestros pueblos y ciudades.
Resiste las difíciles condiciones que le impone la urbe y da una sombra densa y fresca durante todo el verano, mientras que en invierno se desnuda dejando pasar los rayos del sol.
Durante mucho tiempo se pensó que los plátanos eran árboles foráneos, introducidos en España desde la antigüedad. Pero hoy sabemos que hace 7.000 años los había en la Península, y que se resguardaron de las glaciaciones en los lugares más protegidos. Hay quien piensa, incluso, que aún podrían sobrevivir algunos de aquellos ejemplares, pese a la destrucción de sus hábitats naturales, y estarían a orillas de los ríos.
Hoy los principales ejemplares provienen de Europa del Este (Platanus orientalis), o de Norteamérica (Platanus occidentalis), o son híbridos de las dos especies. En todo caso, se trata de un árbol de amplia tradición europea que ya en la Grecia clásica era lugar de encuentro, como hoy en nuestras plazas.
En la antigua Grecia
En las cercanías de Atenas, Platón y sus discípulos enseñaron filosofía en el bosque sagrado donde había sido enterrado Academo. Era un paseo de plátanos y olivos, y dio nombre al propio concepto de academia que utilizamos todavía bajo distintas acepciones. Sócrates e Hipócrates enseñaron también a la sombra de viejos plátanos. Se dice que el primero juraba por el plátano, y que en la isla de Cos se conserva el mismo plátano bajo el que Hipócrates se sentaba con sus discípulos para iniciarles en el arte de la medicina.
Sabemos que hace 7.000 años había plátanos en la Península y que se resguardaron de las glaciaciones en los lugares más protegidos
Los grandes hombres de Atenas conversaban y se reunían bajo estos árboles, y así se resguardaban del sol o de la lluvia. De hecho,Temistocles reprochaba a los atenienses que lo tratasen como a los plátanos, bajo cuyo follaje iban a refugiarse cuando caía la lluvia. Puede decirse que Grecia entera veneraba a estos árboles que fueron escenario de eventos mitológicos, como el rapto de Europa.
Reminiscencia de aquella cultura son los magníficos ejemplares que encontramos en las avenidas y plazas. Hay parques enteros, como los de Aranjuez, en los que podemos pasear como aquellos filósofos que se inspiraban al cobijo de idéntica fronda; entre centenarios y colosales plátanos que sobrepasan los cuarenta metros de altura.
Conocemos algunos ejemplares famosos como La Lloca, que es el lugar de encuentro de los vecinos de Canals (Valencia), y otros muchos anónimos que han amparado las fiestas y las ferias o los juegos en los patios de los colegios.
Los plátanos de Isarasola
Pero, posiblemente, los plátanos más impresionantes que hemos conocido son los que plantó José María Isarasola, junto a su caserío de Ordizia (Guipúzcoa). Tal como él mismo nos contó: un buen día, cuando tenía 15 años, se acercó con su padre a la plaza del pueblo y recogió unas ramas recién podadas. Hincaron las estacas en un prado cercano, y 45 años más tarde, contemplamos el magnífico bosquete de ejemplares de más de 20 metros de altura que ya no pueden abarcarse con un solo abrazo. Con inmenso orgullo, el baseritarra nos mostró su magna obra, y aunque nos aseguraba que no los vendería por nada del mundo, añadía que si un día su familia se viera en un apuro, tenían en este bosque el mejor seguro de vida.
El plátano se ha convertido en el árbol ciudadano por excelencia, por la capacidad que tiene de adaptarse a todas las situaciones, soportando muchos de los agravios y malos tratos que puede soportar un árbol.
Otros usos
Desde niños conocemos al plátano por una utilidad poco edificante. Con los frutos esféricos, que deshacíamos entre las manos, hacíamos el pica-pica. Los pelillos dorados que rodean las semillas, puestos bajo la camisa del compañero o del desconocido, empiezan a picar hasta la desesperación, resultando una broma más bien pesada.
La madera de plátano es muy apreciada por sus cualidades, especialmente porque, debido a la rapidez de crecimiento, se obtienen pronto fustes muy rectos y gruesos. También se utiliza para la construcción y la ebanistería. Además, las varas podadas sirven para hacer entrelazados y cierres de todo tipo.