Viajando con la Tierra
Existe un turismo alternativo que no supone una amenaza ni para la naturaleza ni para otras culturas. Significa viajar viviendo una experiencia de conocimiento con un impacto mínimo.
Los días de vacaciones son los más esperados del año. Representan la oportunidad de escapar de las rutinas, de disponer libremente del propio tiempo y de entregarse a la curiosidad y al bienestar. Para muchos, vacaciones son sinónimo de viaje, y cuanto más ejos, mejor. De este impulso tan vital vive la inmensa industria del turismo que acaba por convertir los viajes en una rutina aburrida y, lo que es peor, produciendo un impacto enorme sobre el entorno natural y sobre las culturas minoritarias que se ven literalmente invadidas por el Homo turisticus.
España es uno de los países más visitados y a su vez, los nativos no pierden oportunidad de salir del país, si la situación económica se lo permite. Los turistas gastan en hoteles, comidas, transportes, ocio, artesanías y recuerdos, pero en muchos países, de todo este dinero sólo una pequeña parte llega a la población local. La mayoría se lo queda la agencia de viajes, la compañía aérea y el hotel, que, probablemente, pertenece a una multinacional con sede en Europa o Estados Unidos, además de los intermediarios. Por otra parte, esta industria causa el 5% de las emisiones de gases con efecto invernadero y favorece la invasión urbanística de parajes naturales, con la consiguiente amenaza para la biodiversidad.
Las personas que no se puedan permitir un gran viaje tienen la alternativa de probar otro tipo de turismo. Después de muchos años y millones de kilómetros recorridos, muchos viajeros empedernidos concluyen que el viaje más enriquecedor es el que te lleva a la casa del abuelo en el pueblo. El autor de Simplicidad radical, Jim Merkel, propone que no nos dejemos seducir por el romanticismo del gran viaje, sobre todo en estos tiempos que por muy lejos que te vayas, acabas delante de un McDonalds o de una televisión que ofrece el mismo partido de fútbol en todas partes.
Merkel sugiere que redescubramos el auténtico sentido del viaje a través de un medio de transporte lento como la bicicleta, que puede llevarnos a lugares donde no se suelen perder los grupos organizados. A veces, lo cercano es más desconocido y sorprendente que la postal exótica, al fin y al cabo previsible. El simple hecho de moverse en bicicleta permite vivir cada metro de recorrido y entablar relaciones espontáneas con la gente de a pie. Nada que ver con la burbuja que rodea al grupo organizado que sigue al guía y va del avión al autobús.
Las consecuencias de volar
Los vuelos baratos e han puesto al alcance de la mayoría, pero volar en masa tiene serias consecuencias ambientales. Los aviones emiten CO2, vapor de agua y óxidos de nitrógeno a gran altitud, contribuyendo de manera importante al calentamiento de la atmósfera. Un viaje a Bali de ida y vuelta significa quemar una hectárea y media de bosque por persona en términos de liberación de CO2.
Una manera de compensar ese impacto es adquirir junto con el billete de avión créditos de carbono, con los que financiaremos, por ejemplo, la plantación de árboles que puedan fijar la misma cantidad de gases que hemos emitido. Estos créditos constituyen uno de los tres mecanismos propuestos en el Protocolo de Kyoto para la reducción de emisiones causantes del calentamiento global.
Habrá quien desee realmente conocer una cultura o un paisaje lejano. En ese caso, vale la pena organizarse uno mismo y elegir, por ejemplo, un pequeño hotel local en lugar de una gran cadena; moverse en transportes públicos y hacer las compras en comercios familiares o de cooperativas. Y es que no hay nada más ridículo que comprar en una tienda de recuerdos una auténtica talla africana made in China.
Otra posibilidad es confiar las gestiones a alguna pequeña agencia que sepa salirse de las rutas trilladas y que se adapte a nuestras preferencias. Finalmente, existe una tercera opción, que es recurrir a las redes de intercambio, poniendo la propia casa a disposición de los turistas de otros países que quieran visitar el nuestro.
Visitas responsables
Al tiempo que se ha extendido la conciencia ambiental, ha aparecido el nuevo mercado del ecoturismo. Por desgracia, muchas empresas usan el concepto de manera equivocada, cuando no irresponsable. Sólo hay que ver cómo se venden con la publicidad del turismo ecológico iniciativas que alteran ecosistemas que antes estaban a salvo, y lo mismo ocurre con la etiqueta añadida de “turismo de aventura”.
La International Ecotourism Society afirma que el verdadero ecoturismo es aquel cuyos objetivos son conservar el entorno y mejorar el bienestar de las comunidades mediante visitas responsables a áreas naturales. Esto se traduce, por ejemplo, en el control del impacto de los turistas sobre la cultura local, la construcción y mantenimiento de edificios con respeto a las tradiciones y con criterios de sostenibilidad, la contribución a la economía regional y la no participación en cualquier actividad que implique una vulneración de los derechos humanos y del trabajador.
Exsiten dos webs (ecotourism.org y viajesostenible.org), avaladas por la organización, que ofrecen bases de datos con destinos en los cinco continentes que cumplen una serie de requisitos.
Ocasión para el crecimiento
El viaje siempre se ha visto como una oportunidad para el aprendizaje, incluso para el crecimiento personal. No se trata sólo de moverse de un punto a otro, curiosear y volver a casa. El verdadero viaje debe hacernos mejores de alguna manera. Puede ayudarnos a conocer mejor tanto las maravillas como los problemas del planeta, ya que el contacto con personas de otras culturas obliga a ver las cosas desde una perspectiva nueva. Pero esto no es posible si el turista se limita a contemplarlo todo como si estuviera al otro lado del cristal de un escaparate, donde paisajes, objetos y personas sólo están ahí para ser comprados o fotografiados. El viajero tiene que participar de la vida del lugar que visita.
De entrada, hay que asegurarse siempre de que uno va a ser bien recibido, ya que muchas comunidades en el mundo valoran su privacidad y prefieren no relacionarse con gente desconocida de otras partes. Es probable que históricamente hayan sido visitados por soldados, religiosos dogmáticos o ladrones. De alguna manera, el viajero tiene que ser invitado por una comunidad, no sólo por una empresa turística que también llega desde fuera. Esta invitación puede tomar la forma de restaurantes, hoteles y todo tipo de negocios o puede ser una simple sonrisa al cruzar las miradas. Por otra parte, para ser bien recibido es necesario que el turista sea respetuoso con las tradiciones locales.
Alguien que se siente superior y que no está dispuesto a adaptarse es mucho mejor que no salga de su casa.
Otra manera de viajar, sostenible y participativa, consiste en apuntarse a los campos de trabajo creados por organizaciones no gubernamentales en colaboración con asociaciones o cooperativas locales. Por ejemplo, se puede trabajar durante un par de semanas o un mes en la construcción de un hospital o una escuela, mano a mano con las personas que luego los utilizarán.
La organización Setem, por ejemplo, ofrece cada año más de 30 campos de solidaridad en países como Bolivia, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Perú, India, Nepal y Etiopía que combina acciones en las áreas sanitaria, educativa, comercio justo y cultura con actividades de ocio.