Todo sobre el orgasmo
¿Qué es y para qué sirve?
El orgasmo suscita todo tipo de reacciones. Desde la fervorosa dedicación al rechazo pasando por la indiferencia. Unos dicen que acerca a lo sublime y otros que forma parte de la baja naturaleza animal. Se afirma tanto que favorece la salud como el desequilibrio. Parece un tema interesante y de hecho desde hace por lo menos cuarenta años es objeto de estudio por parte de esforzados investigadores, pero la ciencia está lejos de saberlo todo sobre él. Es demasiado complejo para ser abarcado por el método científico. Su naturaleza en gran parte subjetiva e íntima no se lleva bien con los laboratorios donde los voluntarios hacen el amor o se masturban ante cámaras de vídeo y conectados a aparatos que miden sus reacciones fisiológicas.
Se ha utilizado la tecnología más compleja para observar el orgasmo, pero todavía nadie ha podido responder a la pregunta más simple: ¿qué es? Se ha escrito que su misión es asegurar el interés de los seres humanos por la reproducción, aunque muchas especies –y parejas humanas– se las arreglan para procrear sin orgasmos.
Según Roger Short, bióloga de la reproducción en la Universidad Monash de Melbourne (Australia), el placer sexual tiene como misión reforzar los vínculos entre las personas. Compartir una experiencia física y emocional intensa, al margen de todo control social, seguramente favorece la construcción de individuos maduros y de relaciones profundas.
También es posible que tenga alguna función en la regulación energética del organismo: dado que la tensión sexual existe, es lógico que deba llegar un momento en que se haga máxima, se descargue y luego se produzca una relajación. Para Wilhelm Reich, el psicoanalista austríaco que escribió La función del orgasmo (1942) y La revolución sexual (1945), la tensión sexual produce energía biológica que se libera durante el orgasmo. Por tanto Reich asociaba el orgasmo a la salud y la anorgasmia a todo tipo de enfermedades físicas y mentales. Sin embargo, no se puede negar que personas que no lo han disfrutado nunca llegan a edades avanzadas sanas y felices.
Interacción cuerpo-mente
Investigaciones recientes sugieren que el orgasmo es, como el sueño, fruto de una sutil interacción entre el cuerpo y la mente. Por eso sus manifestaciones no se limitan a los genitales, tal como estamos acostumbrados a pensar, sino que invaden lo psicológico.
Las investigaciones realizadas por el psiquiatra Joseph Bohlen en la Universidad Southern Illinois (Estados Unidos) lo demuestran. Estudió trece variables fisiológicas –frecuencia cardiaca, presión arterial, intercambio de oxígeno, contracciones musculares, circunferencia del pene, conductividad de la piel y otras– y su relación con las percepciones psíquicas y descubrió que no había relación.
Algunas personas experimentan respuestas físicas intensas que van acompañadas de descripciones sosas del orgasmo que acaban de disfrutar. En cambio otras refieren maravillas de un supuesto clímax que apenas ha hecho parpadear los aparatos de medición. Un tercio de las mujeres estudiadas por Bohlen dijeron haber tenido un orgasmo sin que se pudieran detectar las contracciones de que hablan los libros de sexología.
Para Bohlen está claro que “se trata de una experiencia cerebral”. Gorm Wagner, del Panum Institute de Copenhage (Dinamarca), también ha estudiado la intervención de los distintos sistemas corporales —nervioso, endocrino, inmunitario...— en la respuesta orgásmica y ha concluido que se trata esencialmente de “un fenómeno introspectivo, un estado autosensitivo de satisfacción física o mental”.
Experiencia íntima e inclasificable
Según los sexólogos clásicos, el orgasmo aparece cuando se tocan los botones adecuados y tiene unas pautas previsibles, con sus fases y “síntomas” específicos. Los pioneros Kinsey, Masters y Johnson hicieron énfasis sobre los síntomas fisiológicos del orgasmo porque los podían medir con aparatos. El orgasmo se definió como un reflejo que consiste en espasmos rítmicos sumamente placenteros del grupo muscular pubococcígeo, que sostiene el suelo pélvico, con una frecuencia de 0,8 segundos. Puede ir acompañado de eyaculación, evidente en el hombre —alcanza los 45 km/h— y más discreta en la mujer.
Los especialistas dicen que el orgasmo es la tercera fase de la respuesta sexual humana. La primera es la excitación y puede durar sólo unos minutos o varias horas. El hombre experimenta la erección y en la mujer se lubrica y expande la vagina. Además, se produce un aceleramiento de los latidos del corazón, de la presión arterial y de la respiración.
La segunda fase es la meseta y en ella se acentúan los cambios fisiológicos. En la mujer, los labios vaginales se engrosan y cambian levemente de color, el clítoris se endurece, las paredes vaginales se llenan de sangre y la entrada se amplía. También se suele producir un enrojecimiento de la piel en estómago, pecho, hombros o cara.
La tercera fase, la del orgasmo, es la más corta pues dura sólo unos segundos. La cuarta y última fase, la de resolución, significa el retorno al estado de reposo y dura de 5 a 60 minutos. El pene, el útero y el clítoris regresan a sus posiciones normales, los músculos se relajan, las frecuencias cardiaca y respiratoria se normalizan.
Así se han descrito la respuesta sexual y el orgasmo universales, que son versiones reducidas y poco justas con las experiencias orgásmicas individuales y reales. Si se miran los detalles, cada persona tiene un orgasmo diferente y con sus propias razones. Libros muy serios de sexología afirman que “en las mujeres no existe el orgasmo sin estimulación del clítoris”, cuando en realidad algunas pueden “irse” mientras les acarician las palmas de las manos. Las fantasías, los recuerdos, las emociones influyen tanto sobre el orgasmo como los estímulos físicos. Por eso, si se trata de ofrecer consejos para obtenerlo no basta con explicar técnicas corporales. Lo esencial es rendirse, no poner obstáculos, abrirse a las sensaciones.
Interferencias psicológicas
La idea de que el orgasmo es una experiencia corporal que supera el territorio genital y que tiene un fuerte componente mental es apoyada por el hecho de que apenas se conocen trastornos físicos que puedan impedirlo. Sin embargo, el 1 por cien de los hombres y el 15 por cien de las mujeres son incapaces de disfrutarlo, según la Asociación Mundial de Sexología. Se sabe que prácticamente la totalidad de las anorgasmias tiene orígenes psicológicos. Se puede estar convencido, aunque no se sea totalmente consciente de ello, de que la sexualidad es una actividad sucia o inmoral. Se pueden albergar dudas sobre si uno mismo está a la altura de la pareja o si ésta es la adecuada. Cualquiera de estas sensaciones y muchas otras pueden bloquear a la persona y hacer imposible que llegue al orgasmo. Pero la interferencia psicológica más frecuente tiene relación con las expectativas. Imaginar el gran placer del orgasmo nada más empezar es de lo más contraproducente. Cuando una mujer o un hombre se enfrentan al acto sexual con el objetivo de alcanzar el orgasmo –el de la pareja y el propio– le puede pasar cualquier cosa: puede sufrir de eyaculación precoz, impotencia o frigidez. La paradoja es que cuanto más se persigue el orgasmo, más se escapa.
La solución es no buscar el éxtasis, sino estar simplemente dispuesto a que el orgasmo le encuentre a uno. Esto significa disfrutar a fondo de cada segundo de un encuentro sexual, desde la sensación más leve a la más intensa, del primer instante al último.
Los sexólogos suelen aconsejar a las parejas que se esfuercen en los “preliminares”, pero la misma palabra indica subliminalmente que la etapa final es la importante. Los amantes debieran entregarse al contacto y olvidarse de las fases, de los tiempos y de todo lo que se cree saber. Un acto sexual no resulta menos “completo” ni satisfactorio por no terminar con la eyaculación masculina o un orgasmo simultáneo.
Buscar la libertad en la intimidad
A diferencia de lo que ocurre en otras sociedades, en la nuestra se habla abiertamente del sexo. En la radio hay infinidad de consultorios sexológicos. Muchas revistas —las que no lo tienen por tema exclusivo— le reservan en cada número unas cuantas páginas. En la televisión se habla con desparpajo de técnicas sibaritas. En internet las charlas eróticas con desconocidos están al alcance de cualquiera. Y en el cine se representa una y otra vez el ideal de la actuación sexual. Sin duda esta publicidad tiene efectos muy positivos, como liberar de sentimientos de culpa injustificados o difundir información útil. Pero la universalización de la sexualidad se ha hecho a costa de despersonalizarla. Se enfoca como si fuera un fenómeno exclusivamente físico que exigiera el conocimiento de determinadas técnicas para alcanzar el objetivo anhelado. Y cuantos más orgasmos y más intensos mejor. Por supuesto, en un marco de cuerpos en forma, relación romántica y decoración moderna.
Tal panorama resulta paradójicamente un obstáculo para el orgasmo como experiencia enriquecedora. El entorno lleva a tener en la mente demasiadas cosas, excepto a uno mismo y a la otra persona, como para que vaya bien. Los amantes pueden verse empujados a representar una actuación digna de recibir la aprobación del público (de hecho ya existen concursantes dispuestos a ser filmados en el trance).
Es necesario recuperar la intimidad, en el sentido más amplio y profundo de la palabra. Intimidad y libertad para, si así se elige o si así es la propia naturaleza, vivir a gusto y plenamente sin orgasmos o experimentándolos con quién, cuándo, cómo y dónde realmente apetezca. Intimidad donde sentirse seguro, confiado, para abandonarse, para eliminar cualquier idea preconcebida y abrirse a la experiencia, que será como tenga que ser en cada momento y circunstancia.
No se puede estandarizar el orgasmo porque no hay dos iguales. No es una cosa, es una experiencia. No son igual con una persona que con otra, los de la juventud que los de la madurez, los de ayer que los de mañana, el primero que el segundo. No podemos asegurar cómo será el siguiente. Ha de ser una sorpresa.
Abrirse con confianza
Acercarse al orgasmo de manera abierta, olvidando experiencias pasadas y con la actitud de quien va “a ver qué pasa”, puede sacar a la luz aspectos de uno mismo que no se conocían. Quizá se sea más apasionado de lo que se imaginaba. A lo mejor se superan inhibiciones y se prueban cosas que antes se rechazaban. La creatividad puede dispararse y no es extraño que afloren emociones reprimidas o intensos sentimientos de conexión profunda con la pareja.
Barry Long, en su obra Haciendo el amor, propone, a contracorriente del discurso sexológico dominante, que no se utilice la imaginación para excitarse, pues se trata de estar plenamente aquí y ahora. Para Long, los juegos y flirteos son una manera de huir de lo que se tiene realmente entre manos. Lo que hay que hacer es “salir de la mente y entrar en el cuerpo”.
Es la imaginación desbocada la que causa tanta eyaculación precoz (la sufren o están cerca el 30 por ciento de los hombres). Los adolescentes fantasean para excitarse en solitario y terminar cuanto antes. Luego este hábito les impide adaptarse a la pareja y reduce al mínimo la cantidad de matices que son capaces de percibir durante el encuentro sexual. Además, la prisa es un valor de nuestra cultura, como la productividad –cuantos más orgasmos mejor–, el individualismo –primero el mío– y el vivir orientados hacia el futuro.
Para los eyaculadores precoces, el orgasmo es la obsesión y el problema. Además de técnicas que les permitan durar más, consistentes básicamente en acostumbrarse a las sensaciones de placer preorgásmicas, deben aprender, como todas las personas, a confiar en el cuerpo, que es quien realmente sabe llevar el ritmo.
Si se elimina la ansiedad, se permite al cuerpo desplegar su sabiduría innata, su instinto. Entonces el orgasmo se produce por sí mismo, sin que ninguno de los dos amantes lo desee o lo provoque. O bien no se produce, y no pasa nada.
Vale la pena recordar que en culturas milenarias como la china se tiene una actitud mesurada hacia el orgasmo. Se reconoce que es un placer y que tiene una gran trascendencia en varios aspectos de la vida –la salud, la espiritualidad, las relaciones personales…– pero no se olvida que los derroches pueden tener consecuencias negativas.
Cada orgasmo significa un gasto de energía, especialmente para el hombre. Por eso se cultiva el arte de disfrutar con todo lo que rodea el orgasmo y éste se retrasa todo lo posible. Con las prácticas taoístas y tántricas se intenta incluso revertir el proceso y ganar energía en lugar de perderla.
La prudencia en las relaciones sexuales no ha sido sólo una manía china. En la Grecia clásica también se teorizó la necesidad de ahorrar en el gasto de semen, un fluido vital cuya producción debía costar un gran esfuerzo al organismo. Se pensaba que el semen tenía su origen en el lugar donde cuerpo y alma se unen, o que era fruto de una lenta y compleja transformación de los alimentos.
Una forma de meditación
La visión más elevada del orgasmo lo describe como un instante donde el conocimiento más profundo se hace posible. Durante unos segundos se pierde la noción del tiempo y del espacio mientras los dos miembros de la pareja se funden hasta sentirse uno. Según las disciplinas tántricas y taoístas, este efecto se multiplica aprendiendo a retrasar o suprimir la llegada del orgasmo para transformar la energía física sexual en otra de tipo espiritual. Sin aspirar a tanto, muchos utilizan el tantra para aumentar su control de la situación y gozar durante más tiempo de manera más consciente. Es, como todas, una forma legítima de hacer el amor, pero cabe preguntarse si no exige llevar demasiado la contraria al cuerpo.
Günter Nitschke, autor de Silent orgasm, dice que “dejarse ir completamente y abandonar todo control es un requisito para cualquier efecto curativo o transformador del amor”. Una vez satisfecha la obsesión sexual es cuando se abren las puertas hacia estados de conciencia más perceptivos, según Nitschke, que propone comenzar con la manera activa de hacer el amor y aprovechar el efecto del éxtasis para sumirse después en una meditación profunda. Para ello, tras el orgasmo, uno de los dos miembros de la pareja se mantiene absolutamente pasivo, relajado, con los ojos cerrados, viendo qué pasa dentro y fuera de sí mismo, sin juzgar, sin pensar, durante el máximo tiempo posible. Puede que no ocurra nada, pero también es posible que de pronto comprendamos espontáneamente algo importante. Nitschke lo llama “orgasmo silencioso”, “sexo mandálico” o “sexo transpersonal”.
Alejarse de fórmulas y encarar el orgasmo y el sexo de una manera personal puede tener sus efectos en el resto de los aspectos de la vida. Quizá se descubra, por ejemplo, que es igualmente provechoso dejarse ir, fluir y mantenerse relajado en lugar de intentar realizar la propia voluntad a toda costa en el trabajo, en el hogar y en general en la vida. O que la ternura tiene más ventajas que la mano dura.
El orgasmo es una puerta abierta a muchas posibilidades. Es una experiencia profundamente libre que potencia el conocimiento de uno mismo y de los demás. Atreverse a integrarlo de una manera personal en la propia existencia es sin duda un reto apasionante.
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