Sol y luz natural para ganar salud
El ser humano ha evolucionado bajo el cálido sol, y la vida en la tierra depende de él. Muchas de nuestras funciones biológicas solo son posibles al recibir los rayos solares. Por ello, la luz natural es biodinámica y una fuente de salud: nos brinda energía, vitalidad y buen humor, refuerza el sistema inmunitario, aporta vitamina D –fundamental para la absorción del calcio, la salud de los huesos y para prevenir el cáncer–, actúa sobre el sistema nervioso y regula el ciclo de actividad y descanso, de día y noche. Nos sincroniza con el entorno.
La primera regla de oro para beneficiarnos de todo ese torrente de salud es pasar al menos 20 minutos al día expuestos al sol directo, a ser posible en un 40% del cuerpo.
La segunda es crear una iluminación artificial apropiada y lo más similar posible a la beneficiosa luz solar. Actualmente, elegimos bombillas y luminarias en función de su gasto energético, pero no pensamos en cómo afecta a nuestro organismo. Para determinar cuál es la más adecuada debemos tener en cuenta estos criterios técnicos.
Intensidad de la luz
Es el flujo luminoso que incide sobre una superficie concreta y se mide en lux. En plena naturaleza disfrutamos de unos 120.000 lux en un día claro a mediodía; de unos 1.000 en un día nublado; 400 a la hora del crepúsculo; y 0,25 en noches de luna llena.
Según la actividad que desarrollemos en un interior se requerirá una intensidad diferente porque el esfuerzo visual que realizamos al leer no es el mismo que el que se necesita para un pasillo, por ejemplo. Por ello, en las zonas de trabajo, contaremos con luces de más 800 lux (2.500 si es un entorno de trabajo de alto rendimiento), ya que para sentirnos despiertos precisamos de una luz brillante con una intensidad que se acerque a 1.000 lux (despacho, estudio, taller...), al menos 300 en una cocina y unos 50 en zonas de paso.
Temperatura de color
Las frecuencias cromáticas de una fuente de luz pueden ser frías (azuladas y verdosas) o cálidas (amarillentas y rojizas) dependiendo de su temperatura, que se mide en grados Kelvin. La luz de un día soleado tiene una temperatura de color de unos 6.000ºK. La del amanecer o atardecer entre 2.000 y 2.200ºK.
Así, las luminarias blancas y azules (por encima de 4.000ºK) son las adecuadas para trabajar por la mañana, porque nos activan, pero no debemos exponernos a ellas por la tarde o de noche, ya que pueden provocar sobreexcitación y problemas para dormir.
En las últimas horas del día, las lámparas deberían ser de blanco cálido (entre 2.000 y 4.000ºK). El problema es que por la noche no solo nos exponemos a la luz de lámparas, sino también de todo tipo de dispositivos electrónicos (ordenadores, tabletas...), que incorporan LED de temperatura fría e interfieren en la producción de melatonina, la hormona que induce a dormir. En el dormitorio no debe quedar encendido –ni en stand by– ningún equipo electrónico.
Índice de reproducción cromática
En las especificaciones técnicas de las lámparas, podemos leer las siglas IRC (o CRI, en inglés): es la capacidad de una luminaria para reproducir los colores reales de los objetos en comparación con la luz del sol.
Si el porcentaje es bajo, como en un fluorescente, el color se distancia del real (por eso en algunas tiendas de ropa a veces nos cuesta distinguir un color y confundimos el negro con el azul marino, por ejemplo). Una lámpara con un IRC superior al 90 o 95% (full-spectrum) reproduce el máximo espectro solar y será la más adecuada.
Luces para descansar
En casa, por la mañana, lo ideal es abrir persianas para permitir que entre la luz del sol y active las hormonas que mantienen el cuerpo en estado de vigilia (cortisol, adrenalina y dopamina), a la vez que frena la melatonina, la hormona del sueño.
Trabajaremos siempre que sea posible cerca de una ventana y, si la luz no es suficiente, la complementaremos con lámparas con más 800 lux, un alto porcentaje de IRC y por encima de 5.000ºK de temperatura. De esta forma se evitan daños oculares. Esas mismas cualidades debe tener la iluminación de cualquier lugar donde se requiera concentración y rapidez mental por la mañana (estudio o despacho, cocina, etc).
Ya por la tarde, y para favorecer el descanso, las bombillas deben emitir luz cálida (temperatura baja). El dormitorio es el lugar donde el organismo descansa y se regenera. Elegiremos luces cálidas, de unos 2.500ºK, y muy suaves (menos de 100 luxes).
Expertos en crear hábitats saludables recomiendan las lámparas halógenas por su calidad de luz, porque no parpadean y generan campos electromagnéticos bajos. Sobre todo, durante el sueño, la oscuridad debe ser total para no interferir en la producción de melatonina. Un déficit de esta hormona se relaciona con el cáncer.