La burbuja de carbono
Los inversores siguen apostando por las energías sucias y se paraliza la apuesta por las renovables.
Los mercados pueden llevar a la economía y al planeta a una situación límite.
Al cabo de 40 años marcando el camino, BP decidió arrojar la toalla y renunciar definitivamente a la energía solar. Casi al mismo tiempo, y en uno de esos oscuros giros de la historia, la compañía que se hacía llamar Beyond Petroleum fue responsable del mayor derrame de petróleo en tiempos de paz: más 779.000 toneladas vertidas por la plataforma accidentada en el Golfo de México…
El desastre no ha menguado el apetito de crudo de BP ni de otros grandes monstruos. En el 2012, las 200 principales compañías energéticas invirtieron 674.000 millones de dólares a la busca de nuevas reservas de petróleo, carbón y gas natural, en pleno “boom” de la energía extrema.
Hace apenas cuatro años, el multimillonario T. Boone Pickens era agasajado como el gran héroe de la energía eólica, con sus proyectos para limpiar el expediente de Texas. De pronto, cambió el viento y decidió arrimarse al calor del “fracking”. La nueva fiebre americana del gas pizarra ha atraído también a grandes fortunas como la de Aubrey McClendon, con un control comparable con el que los hermanos David y Charles Koch (los “padrinos” del Tea Party) tienen sobre los oleoductos y las refinerías.
La crisis financiera y el negacionismo del cambio climático han conseguido finalmente su objetivo: asfixiar a las energías renovables. Así lo atestigua la Agencia Internacional de la Energía (IEA) en su último informe, que fue casi como un luto prematuro por el Día de la Tierra.
“El impulso para limpiar el sistema de energía en el mundo se ha estancado", certifica la directora ejecutiva de la IEA, Maria van der Hoeven. "El promedio de energía generada hoy en día es tan sucio como lo era hace veinte años. El 'boom' de las renovables en la última década no fue suficiente, y la falta de progreso debería servir para hacernos despertar".
“No podemos permitirnos otros 20 años de indiferencia”, alerta la directora de la IEA, que han lanzado un grito desesperado ante la “marcha atrás” de los poderes económicos y la complicidad total de los políticos. “Necesitamos una rápida expansión del sector de las tecnologías bajas en carbono para evitar un calentamiento catastrófico del planeta. Debemos acelerar el giro de las energías fósiles a las energías limpias".
No podemos permitirnos otros 20 años de indiferencia. Debemos acelerar el giro de las energías fósiles a las energías limpias"
Pero el “giro” se está produciendo en estos cinco últimos años justo en sentido contrario. En los últimos tres meses, la incertidumbre económica ha ralentizado incluso las inversiones en parques eólicos y en la solar fotovoltaica un 22%, en comparación con el 2012. Según el informe Bloomberg New Energy Finance, la caída es la mayor desde el inicio de la crisis y afecta no sólo a Estados Unidos y Alemania, sino también a China y Brasil, donde los nuevos proyectos se están enfrentando a dificultades crecientes. ¡Larga vida a las energías sucias!
La situación ha llegado a tal extremo que la organización Carbon Tracker (financiada por entidades bancarias como el HSBC y el Citi Bank) ha advertido ya de los grandes riesgos de una “burbuja de carbono”. El reciente informe “Unburnable carbón” advierte que las grandes inversiones en energías fósiles han creado una 'sobrevaluación' del precio del petróleo, del gas natural y del carbón que podría causar una tormenta económica.
"La crisis financiera nos enseñó lo que puede suceder cuando los riesgos se acumulan y no son visibles", advierte Lord Nicholas Stern, profesor en la London School of Economics y mentor del estudio. "Existe un riesgo muy grande en el sector de la energía, y eso es algo que los inversores y los reguladores no han llegado a admitir".
Se está invirtiendo en carbón, petróleo y gas como si pudiéramos quemarlo todo", escribe Will Hutton
En un demoledor artículo en The Guardian, Will Hutton resalta el terrible dilema al que nos están llevando los mercados: o quemamos el planeta, o nos enfrentamos a un nuevo desastre financiero. El sistema en el que vivimos nos ha llevado a un irrespirable callejón sin salida: si limitamos las emisiones, estrangulamos la economía. Esta era sin duda la estrategia los "reventadores" de la cumbre del cambio climático de Copenhague, donde se consumó una marcha atrás de casi dos décadas.
“Se está invirtiendo en carbón, petróleo y gas como si pudiéramos quemarlo todo", escribe Will Hutton, "cuando la verdad es que quemando tan sólo el 40% de la actuales reservas, las temperaturas globales podrían subir más de dos grados”.
Más aún que la falta de acción de los políticos, los mercados pueden llevar a la economía y al planeta a una situación límite. Para “amortizar” las inversiones en energías sucias de los últimos años, no va a haber más remedio que quemar todas las reservas de energías fósiles que tenemos. Si no lo hacemos, la economía se desestabilizaría. Queda cancelada pues, hasta nuevo aviso de los inversores, la transición hacia las energías limpias…
“Los mercados son un reflejo de la realidad política y cultural”, advierte Will Hutton. “La lucha de una larga década de la derecha conservadora contra el “socialismo ecológico” está dando sus frutos. El cambio climático se ha convertido en un caso perdido y oponerse a la “revolución” del gas pizarra es como luchar contra la libertad. Así es como funciona la política económica: la disfuncionalidad norteamericana se ha extendido ya por todo el mundo”.
Desde Estados Unidos nos llegan sin embargo voces disidentes y lúcidas como la de Bill McKibben, fundador de 350.org, que abanderó la campaña contra el oleoducto de Canadá a Texas (la puntilla de la mayor aberración ecológica de Norteamérica, las arenas alquitranadas de Alberta, comparable sólo a la “decapitación” que no cesa en los Apalaches para extraer carbón).
“Si pudiéramos ver nuestro mundo desde una perspectiva iluminadora, lo veríamos envuelto en una gigantesa burbuja de carbono”, advierte McKibben. “Si llega a explotar algún día, haría que la burbuja inmobiliaria del 2007 se viera como una pequeña broma. Por desgracia, la nueva burbuja es prácticamente invisible para la mayoría de nosotros”.