El verde te cura

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Los elementos naturales curan. No solo las plantas medicinales, sino los parques, las montañas o la compañía de animales. 

El paciente entra en la consulta de la seguridad social, explica sus síntomas al doctor y le entrega los resultados de la última analítica. El médico le hace algunas preguntas y le examina. Justo antes de que se cumplan los tres minutos que corresponden a cada enfermo comienza a escribir las recetas. Le prescribe un paseo de media hora diario por el parque de su barrio, tiene que colocar plantas en todas las habitaciones, los fines de semana debe pasarlos en un hotel rural –paga la seguridad social– y le recomienda que se haga con la compañía de un gato o un perro. 

Ningún médico ha prescrito aún un tratamiento así, pero lo cierto es que el contacto con la naturaleza tiene efecto curativo y no es una exageración ni una metáfora, sino un hecho comprobable científicamente. No está tan lejos el día en que una consulta como la descrita se hará realidad. Howard Frumkin, profesor de la Universidad Emory de Atlanta (Estados Unidos) y experto en salud ambiental y laboral, es uno de los más importantes investigadores sobre de los efectos de la naturaleza en la salud humana. Cree que la corriente médica dominante ha marginado toda una tradición conocedora de que "la relación del ser humano con la naturaleza es un componente de la buena salud". Algo que es sabido, o intuido, desde los tiempos de los faraones, que ordenaron el diseño de jardines para reconfortar el espíritu, y de Hipócrates (siglo V adC), que explicó cómo curaban los elementos naturales, pasando por el movimiento naturista centroeuropeo del siglo XIX hasta los actuales médicos naturistas, pero que la medicina oficial, volcada hacia la química y la tecnología, ha obviado.

La magia natural
Por muchos estudios científicos que se hacen siempre queda la sensación de que la naturaleza tiene algo inaprensible y que eso es precisamente lo que la hace más valiosa para la salud. ¿Qué tiene de mágico la naturaleza? El psicólogo Carl G. Jung se refirió a "la tierra nutriente del alma". Henry David Thoreau escribió que los seres humanos necesitan "el tónico de lo silvestre". El psiquiatra Wilhelm Reich creyó descubrir la energía orgónica y construyó cabinas terapéuticas a base de materiales orgánicos. El pneuma de los antiguos griegos, el prana de los hindúes o el chi de los chinos se refieren a una energía natural, tan esencial para la vida como sutil. Según Lawrence Leger, editor de la revista Health Promotion International, parte de las molestias físicas y psíquicas que sentimos actualmente pueden explicarse por la fanta de intensidad y variedad de estímulos naturales que sí disfrutaron nuestros ancestros y que han sido reemplazados por el efecto del cemento, la polución y el ruido.

La hipótesis “biofilia”

Frumkin piensa que las personas, incluidos los propios médicos, están tan aislados en entornos artificiales que no pueden reconocer los efectos beneficiosos de la conexión con el mundo natural. A menudo cita al biólogo premio Nobel E.O. Wilson, quien describe en su libro La hipótesis biofilia, "la afinidad emocional innata e inconsciente de los seres humanos hacia el resto de seres vivos". La biofilia explica por qué las ciudades están repletas de mascotas, los balcones rebosan de plantas y las montañas son destinos elegidos para pasar el tiempo libre.

En la sabana, como en casa
Frumkin ha especificado qué entorno resulta más beneficioso porque ciertamente una selva tropical repleta de vida, la cima del Everest o el desierto son lugares muy naturales pero que seguramente provoquen en la mayoría de personas más estrés y encogimiento físico que otra cosa. Según Frumkin, estudios realizados con individuos de todo el mundo indican que la respuesta más positiva se produce en paisajes de tipo sabana: con horizontes lejanos, suelo con tierra, hierba o vegetación de baja altura y homogénea, árboles desperdigados o en pequeños grupos y presencia de agua. El escenario se asemeja mucho al que debieron ocupar nuestros más remotos ancestros y en él todavía sentimos la gozosa sensación de estar como "en casa".

Los médicos son formados para ver el entorno como una fuente de amenazas contra la salud. Virus, bacterias, mohos y agentes tóxicos campan por doquier. En cambio no ven en la naturaleza los factores que pueden reforzarla. Frumkin los ha buscado y descrito. Disciplinas científicas como la biología, la psicología ambiental y la arquitectura de paisajes han desarrollado conocimientos sobre cómo los entornos naturales pueden hacernos más sanos e incluso más felices e inteligentes. 

Investigaciones científicas tan rigurosas como las que sirven para dar salida a los medicamentos al mercado justifican la adopción de una serie de medidas en la ubicación y la construcción de los hospitales, el diseño urbanístico de las ciudades o en los esfuerzos por conservar los ecosistemas naturales. Existe todo un movimiento de arquitectos, antropólogos, médicos, psicólogos y otros especialistas que trabajan en este sentido porque creen que la artificialidad que nos rodea provoca estrés, neurosis y enfermedades. La necesidad de llevar un estilo de vida más verde se intensifica a medida que el entorno se hace más denso, urbanizado y tecnológico.

Más allá de lo que digan la ciencia y los expertos, la gente común asocia la salud con los lugares de naturaleza exuberante y los paisajes verdes. Entre las motivaciones de quienes hacen turismo rural ocupa un lugar principal el cuidarse la salud. El neurólogo y brillante escritor Oliver Sacks, autor de Despertares y de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, describió en su libro Con una sola pierna cómo tras un accidente decidió que lo mejor para su recuperación era ir a un centro de rehabilitación con hermosos jardines en lugar de un hospital con las tecnologías más avanzadas. "Una alegría pura e intensa, una bendición, sentir el sol en la cara, el viento en el cabello, escuchar los pájaros, ver, tocar y acariciar plantas (...) alguna comunión esencial con la naturaleza se restableció después de los terribles estados de aislamiento y alienación que había sufrido. Alguna parte de mí recobró la vida cuando fui llevado al jardín". 

Recuperar la conexión

En nuestra sociedad moderna y occidental, la sabiduría tradicional sobre las propiedades curativas de los elementos naturales parece haberse perdido para las corrientes predominantes en medicina, psicología, arquitectura y diseño. "La humanidad se ido separando de los ritmos, imágenes y sensaciones de la naturaleza, por lo que mucha gente siente un vacío pero no sabe qué ha perdido", escribe Fran Segal en The Whole Mind. Frumkin añade que los profesionales responsables de la salud pública no creen en las propiedades de la naturaleza, a pesar de que la gente se dirija instintivamente hacia ella. 

Lo curioso es que actualmente hay que demostrarlo todo científicamente, hay que ponerlo en forma de números, y esta cuestión, la del efecto de la naturaleza, no ha interesado y casi se ha despreciado por banal, ingenua o lírica. Pero últimamente han aparecido investigadores dispuestos a hacer ese trabajo. 

La "experiencia" de la naturaleza produce una serie de efectos saludables. En general, se puede afirmar que las personas que tienen un contacto más frecuente con el campo suelen enfermar menos y recuperarse más rápido. Es difícil enumerar con precisión cada una de las respuestas del organismo, pero los expertos, tras revisar la literatura científica existente, han concluido que los efectos se pueden incluir en tres grandes categorías. 

• Aumento de la salud física. Cualquier tipo de actividad física -correr, ir en bicicleta, nadar o simplemente pasear- que se desarrolle en un entorno natural tiene una serie de efectos sobre la salud: mejora la capacidad de los sistemas respiratorio y cardiovascular, refuerza el sistema muscoloesquelético reduciendo el riesgo de osteoporosis y fracturas, aumenta la flexibilidad y la movilidad... A estos efectos directos se añaden los indirectos del ejercicio a través del "masaje interno" sobre los órganos o el incremento de la actividad metabólica. 

Diseñar el entramado urbanístico de manera que las personas tengan un acceso sencillo a los espacios naturales y a los parques puede ser una de las maneras más eficaces de reducir las incidencias de enfermedades coronarias y vasculares, cáncer de colon, osteoporosis, artritis, obesidad y diabetes no insulino dependiente, según Roger Ulrich, quien señala que, de hecho, la construcción de parques y jardines en las ciudades está basada desde siempre en la intuición, presente en todas las culturas, de que el contacto con la naturaleza resulta beneficioso para la salud. La tradición europea de los "jardines curativos" alrededor de los hospitales puede remontarse hasta el siglo XII y se ha mantenido casi hasta nuestros días. 

Árboles en las ciudades
Las investigaciones sobre el efecto de la naturaleza en el cuerpo y el estado de ánimo están influyendo sobre las políticas públicas sanitarias y urbanísticas, o mejor dicho, volviendo a influir. En Europa, a lo largo del siglo XIX se descubrió la función higiénica del verde en la ciudad. Castro, el ingeniero autor del Plan de Ensanche de Madrid de 1860 se refería a los árboles como “agentes poderosos de higiene pública” e Ildefons Cerdá, planificador del Ensanche de Barcelona, concibió los espacios urbanos arbolados como «espacios regeneradores de aire». Domènech i Montaner construyó el Hospital de Sant Pau de Barcelona a finales del siglo XIX con espacios ajardinados y teniendo en cuenta las vistas desde las habitaciones. El nuevo hospital que se levanta en su lugar es muy moderno pero no lo tiene en cuenta. Mientras, un documento actual del Consejo Superior de Investigaciones Científicas se hace eco de los estudios sobre el efecto de los espacios verdes y recomienda que se consideren en las políticas sanitarias.

• Mejora del estado psíquico. El ejercicio físico tiene un efecto directo sobre el estado de ánimo pero la naturaleza actúa también a otros niveles. En un ensayo realizado por Terry Hartig, del Instituto para la Vivienda y la Investigación Urbana de la Universidad de Uppsala (Suecia), se dividió a los participantes en tres grupos —uno debía pasear durante 40 minutos por un espacio natural, otro por la ciudad y los miembros del tercer grupo podía sentarse y leer o escuchar música— y se les sometió a unos cuestionarios para determinar su capacidad de concentración y su estado de ánimo. Los que habían paseado por el campo obtuvieron los mejores resultados. Según Hartig, la exposición a la naturaleza reduce la fatiga mental, la irritabilidad y los accidentes, y mejora la habilidad para resolver problemas y tomar decisiones, especialmente en personas que normalmente viven en áreas urbanas.

La percepción estética de los paisajes junto con la permanencia en un entorno diferente al habitual y que se siente como beneficioso ayuda a relajarse y a sentirse satisfecho. El campo se ha convertido en el lugar donde es posible escapar de los agobios de la vida urbana e incluso de los problemas familiares o sociales. Permite vivir una experiencia multisensorial que además libera la mente de las rutinas y facilita el pensamiento reflexivo, filosófico y contemplativo. Estas vivencias físicas y mentales extraordinarias pueden favorecer la percepción de que uno está armoniosamente integrado en el entorno, felizmente vinculado a los demás seres vivos y personas.

• Refuerzo de las habilidades personales y de la comunicación social. Las salidas al campo refuerzan los vínculos entre las personas, que además incrementan su autoestima. En consecuencia se sienten más apoyadas socialmente y más capaces de valerse por sí mismas. Estas sensaciones tienen un efecto positivo sobre los sistemas cognitivo e inmunitario. El excursionismo, la jardinoterapia o huerto-terapia se utilizan con personas mayores, con enfermos que sufren deterioro de las facultades intelectuales o con personas con dificultades para integrarse socialmente (adolescentes problemáticos, delincuentes, adictos...). 

Lo natural y lo artificial
Cuando se hace referencia a los efectos de la naturaleza no debe pensarse en ésta como algo totalmente ajeno al ser humano. Los espacios de naturaleza virgen apenas existen o no existen en absoluto pues la actividad humana ha conseguido influir hasta sobre el clima del planeta. Por naturaleza entendemos lo orgánico y lo constituido por elementos naturales sin alterar. Artificial es lo creado por el hombre y especialmente lo fabricado mediante la ingeniería química. 
La mayoría de la realidad se encuentra en un espacio difuso entre lo natural y lo artificial. Una escultura de poliuretano está muy lejos de ser natural, pero una tallada en piedra se encuentra muy cerca. A menudo la creación artística intenta reproducir lo que en la naturaleza es más precioso. Por ejemplo, el jardín zen pretende recrear el movimiento de las energías en la naturaleza de manera que el ser humano al contemplarlo se integre más profundamente en ella. De la misma manera pueden interpretarse las geniales creaciones de paisajistas y arquitectos como Gaudí, Le Corbusier o Frank Lloyd Wright.
¿Pero en cuanto al efecto sobre la salud, podemos esperar lo mismo de un parque que de un bosque autóctono? Los antiguos griegos tenían claro que las creaciones de la naturaleza eran superiores a las del hombre, siempre sujeto a los posibles errores. En cambio, desde el Renacimiento tendemos a creer que el ser humano pone inteligencia y espíritu en sus obras y que la naturaleza se mueve tanto por necesidad física como por azar, a veces con consecuencias nefastas. Quizá la vara de medir sea la complejidad: las creaciones naturales son siempre mucho más complejas que las del hombre (comparemos el organismo humano y un robot) y esconden propiedades que no hemos podido comprender todavía ni por tanto reproducir.

Cómo cultivar la biofilia

Para cuidar la salud con dosis de naturaleza vale tanto ir a un espacio natural bien conservado o un parque como traerse el verde a casa. 

• Reservar tiempo para la naturaleza. De la misma manera que una agenda vital sana guarda tiempo para el descanso o para las relaciones sociales también debiera reservar espacios diarios para el contacto con los elementos naturales. Puede ser una buena idea hacer una pausa a media mañana para pasear por un parque cercano o hacerlo después del almuerzo o al terminar la jornada. Al final del día debiéramos haber disfrutado de por lo menos una hora de naturaleza. 

• Llevarla a casa. Las posibilidades son casi infinitas. Lo más usual es disfrutar de algunas plantas "depuradoras de aire" bien adaptadas a los ambientes interiores, incluidos los dormitorios, pues no es cierta la leyenda de que las plantas representen un peligro durante la noche. Otras opciones son instalar un acuario, un terrario o crear una vitrina con una colección de conchas, piedras, hojas y flores secas. Los muebles de materiales naturales, las alfombras vegetales y las lámparas que proporcionan una luz de espectro solar ayudan a naturalizar el hogar. 

• Sentirla. Además de ver verde debiéramos tocar texturas naturales -podemos tener en casa y en el trabajo diferentes objetos naturales que nos estimulen como piedras, musgo...-, oler aceites esenciales o el aroma de flores y escuchar sonidos como el que produce una pequeña fuente de agua. ¿Cuánto tiempo hace que no nos manchamos las manos con tierra o que no prestamos atención al canto de los pájaros?

• Aprender a descubrirla. Cuando paseamos vale la pena observar con un poco de detalle. Incluso en la ciudad se pueden descubrir animales y plantas que nos habían pasado desapercibidos. ¿Conocemos qué árboles y pájaros viven en nuestro vecindario o qué plantas crecen en el parque? ¿Nos hemos fijado en las curiosas formas de las piedras, de los troncos o de las nubes? Cuanto más sepamos acerca de todas estas cosas mayor será nuestro vínculo con lo natural.

• Costumbres sanas. Siempre que sea posible debiéramos acostumbrarnos a experimentar directamente lo orgánico. Podemos caminar descalzos sobre la hierba, la tierra mojada o la nieve. Se puede amasar la harina y hacer pan, e incluir más alimentos crudos en la dieta. Al comer una fruta no se trata sólo de ingerirla, sino de observarla, acariciarla y sentirla. 

• Tiempo libre. Los fines de semana y las vacaciones pueden ser aprovechados a fondo para sumergirse a fondo en la naturaleza, las 24 horas del día. Puede resultar muy tentador visitar entornos vírgenes pero antes hay que asegurarse de que este tipo de turismo no perjudica el ecosistema. Por eso es mejor hacerlo, por ejemplo, bajo la supervisión de guías oficiales en parques nacionales. En cualquier caso hay que reducir al mínimo el impacto de la visita. El respeto hacia la naturaleza, que es inmensamente fuerte y vulnerable a la vez, debe ser máximo, especialmente si deseamos que nuestra salud se beneficie de ella.

Terapias de contacto

Algunas terapias basadas en el contacto con elementos naturales resultan por lo menos tan eficaces como los medicamentos y sin sus efectos secundarios. 

• Animales. Está demostrado que la compañía de mascotas o de animales de granja reduce la presión arterial, el colesterol y los triglicéridos, ayuda a controlar el estrés y disminuye la sensación de dolor físico o de malestar psíquico. Los expertos recomiendan especialmente las mascotas a las personas mayores que tengan que recuperarse de una operación quirúrgica. Además de perros y gatos, puede buscarse ayuda animal menos comprometida en un pequeño acuario o un terrario. Los estudios indican que el efecto de cuidar una iguana es el mismo que el de cuidar un perro. Otras formas de contacto con animales son la equinoterapia o la delfinoterapia, que ayudan especialmente a personas con dificultades para moverse o comunicarse.  

• Jardinoterapia o huerto-terapia. Aunque algunos terapeutas la utilizan para mejorar el estado de salud de las personas mayores que sufren algún proceso degenerativo físico o intelectual, el trabajo en el jardín es apto para las personas sanas y de todas las edades. Cada vez más personas se entregan a cultivar su pequeño terreno, balcón o terraza para experimentar el contacto con la tierra y las plantas y de paso proveerse de alimentos sanos. Algunos ayuntamientos ofrecen gratuitamente terrenos para que las personas mayores los trabajen. 

• Campamentos. Es una de las terapias de contacto con la naturaleza que más se está desarrollando. Las excursiones de “inmersión en la naturaleza”, en entornos vírgenes, con componente de aventura o supervivencia, ayudan a personas que sufren de baja autoestima, depresión o dificultades para las relaciones sociales de cooperación. Se utilizan con adolescentes problemáticos, pacientes con déficit de atención o historial adictivo.

Ver la naturaleza
El mero hecho de "ver" ya tiene efectos positivos. Rachel y Stephen Kaplan han descubierto que los oficinistas que tienen cerca una ventana hacia el exterior disfrutan más de su trabajo y se encuentran mejor de salud que los trabajadores que están rodeados de paredes. 
El psicólogo y experto en diseño y salud Roger Ulrich ha podido comprobar cómo los pacientes que han sufrido  cirugías abdominales o cardiacas se recuperan antes y necesitan menos medicación contra el dolor si desde sus habitaciones pueden ver un paisaje verde en comparación con aquellos enfermos que sólo pueden contemplar a través de la ventana la pared de otro edificio.
Ulrich considera que la naturaleza resulta tan fundamental para la psique humana -incluso cuando ésta no es consciente de ello- que acercarla a los pacientes debiera ser una preocupación fundamental de los sistemas públicos de salud, así como de las personas que diseñan colegios, fábricas, oficinas o nuevos barrios. Todos debieran integrar la naturaleza para beneficiar la salud de las personas.
Frances Kuo, psicólogo ambiental y director del Laboratorio de Investigación Hombre-Entorno de la Universidad de Illinois (Estados Unidos) confirma que las clínicas, hospitales, residencias e incluso prisiones que incorporan algún elemento natural, aunque sólo sea una vista verde a través de las ventanas, tienen unos índices de recuperación o de rehabilitación superiores. 
Incluso se ha comprobado que ver árboles a través de la ventanilla del coche consigue reducir la tensión arterial, la frecuencia cardiaca y las alteraciones del sistema nervioso simpático. Rohde y Kendle han corroborado que las vistas naturales tienen un potente efecto psicológico: reducen la ira y la ansiedad, favorecen la concentración y refuerzan las sensaciones placenteras.

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