El mensajero de la plantas
Kew Gardens es algo así como el “Vaticano” de las plantas. Y Carlos Magdalena (Gijón, 1972) ejerce de “sumo sacerdorte” de los viveros tropicales de Londres, con su melena “postbíblica aunque prehípster”, sus aros en las orejas y sus manos de brujo, alquimista o cirujano, presto a resucitar la moribunda Ramosmania rodriguesii, o a salvar de la extinción la minúscula Nymphea thermarum, o a descifrar el secreto de la Victoria regia o amazónica para mantener calentitos a los escarabajos mientras dura la polinización.
Por su sabiduría vegetal y su mano de santo, Carlos Magdalena fue rebautizado en el estanque de nenúfares como El Mesías de la plantas (Debate). El sobrenombre, estampado en la portada del libro que pronto se traducirá al japonés y al coreano, le sigue pareciendo un poco excesivo. En todo caso “mesías” al estilo Monty Python, con ese punto irreverente y sacrílego. Y más que “redentor”, dejémoslo en “mensajero”, porque si algo necesitan las plantas es un portavoz…
Si las plantas hablaran, ¿qué nos dirían?
Nos dirían que paráramos, que ya está bien... Un 20% de las 300.000 especies que conocemos están en peligro de extinción, y nadie las defiende. Si el orangután se extingue es porque su hábitat se exingue, pero eso no lo tenemos en cuenta. Las plantas nos dan comida, medicina, vestidos. Nos proporcionan el oxígeno que respiramos y absorben al CO2. Ellas tienen la clave del ciclo del agua y del nitrógeno. Sin ellas, simplemente, no viviríamos. ¿Y cómo se lo agradecemos?
En una muestra diaria de gratitud hacias las plantas, Carlos Magdalena suele pasar sus dos primeras horas regándolas, cuidándolas y mimándolas. “Tenemos 18.000 plantas en los viveros y el riego es individualizado”, explica el horticultor gijonés, que se mueve como Tarzán por los invernaderos. “Aquí no hay un día “normal”. Lo mismo estás trasplantando, o preparando un colección, o con una visita de estudiantes y te llega a lo mejor una planta que te traen de Camerún, y entonces somos como los médicos de urgencias, haciendo un diagnóstico y poniéndola un tratamiento para mantenerla viva”.
¿A las plantas hay que hablarles?
Hay que hablarles mentalmente, como digo yo. Pero no pegarles un discurso, sino intentar escucharlas. Que sepan que te preocupas por ellas. Cuando te obsesionas por una planta, te lo acaban agradeciendo… Las plantas sienten y “piensan” a su manera, aunque no tengan cerebro. Son capaces se comunicarse entre ellas y también con los insectos: les dan avisos, les ponen señales de tráfico. Es un mundo apasionante que estamos empezando a descubrir. Los bosques son en realidad como internet: todo está conectado a nivel de las raíces y del micelio.
La querencia por las plantas le viene a Carlos de familia. Su madre, Edilia, era florista. La asombrosa naturaleza de Asturias, en contraste con el “monstruo” industrial de Avilés a lo lejos, hizo el resto. También contribuyó lo suyo la música hipnótica y “funky” con la que arracancaba El hombre y la tierra: “Yo, de pequeño, quería ser como Félix Rodríguez de la Fuente”…
Carlos Magdalena Rodríguez (nombre completo) fue sommelier antes que horticultor, todo hay que decirlo. Vino a Londres a aprender inglés y se abrió paso en poco tiempo en el mundo del vino. Pero un día leyó la triste historia de la Ramosmania rodiguesii, planta natural de Isla Rodríguez, y sintió una punzada en su corazón verde: “La llamaban la muerta viviente porque solo podía reproducirse con esquejes y no daba semillas. Así llevaba 20 años y, si algo no cambiaba, estaba llamada a la extinción”.
La “salvación” de la planta también conocida como “café marrón”, con pequeñas flores blancas, fue desde entonces su particular obsesión. Y la única manera de conseguirlo era embarcándose en el Arca de Noé de las plantas, el Kew Gardens… “Desde el primer día supe que este lugar me había estado esperando. Entré como becario en la Tropical Nursery, y por puro instinto, más que por currículum, acabé compareciendo ante un tribunal para demostrar mis conocimientos botánicos y ganarme una plaza. ¡Fue como si me hubiera tocado la lotería de la horticultura!”.
¿Para cuidar de las plantas hay que saber latín?
No necesariamente, aunque la verdad es que te orienta. Como en el caso de las plantas acuáticas, por las que siempre sentí predilección. Todo lo que empieza por Nymphaea me atrae irresistiblemente, no sé si por su belleza, por su perfume o por su magia. Existen unas ochenta especies conocidas de nenúfares, y he vivido auténticas aventuras ratreándolas y catalogándolas.
Pongamos que Carlos Magdalena disfrutaba en privado del mundo secreto de las plantas, hasta que una mano anónima robó el único ejemplar del nenúfar más pequeño del mundo (Nymphaea thermarum) que se exhibía en Kew Gardens. La noticia del nenúfar enano ugandés catapultó a la fama al botánico gijonés, que no solo había logrado progagarla al cabo de varias décadas de infructusos intentos, sino que contaba ya con una remesa en los viveros para evitar a toda costa su extinción.
Estas y otras aventuras, a la busca de nenúfares en África o Australia, en plena Amazonia con la Victoria regia, al rescate de los milenarios huarangos junto al “mesías” peruano Félix Qinteros o alrededor de la palmera más solitaria del mundo (el Hyophorbe americaulis de isla Mauricio) componen el fascinante micromundo de El Mesías de las plantas, cuyo trabajo ha despertado la admiración de David Attenborough o de Jane Goodall.
Carlos Magadalena tiene un hijo, Matheo, a quien le gustaría trasmitir por último la misma pasión que heredó de su madre y del verde asturiano… “Los niños han perdido prácticamente el con la naturaleza, y así va a ser muy difícil de curar esta ceguera que tenemos hacia las plantas. Hay que replantearse la educación y reconectar con el mundo natural. Tenemos un solo planeta y no hemos sabido cuidar de él: la misión de la próxima generación es reverdecerlo y plantar. Cualquiera puede ser un mesías en su propio entorno”.