Cuidado natural de la piel
El bienestar comienza en la piel. Sus alteraciones, donde se reflejan tanto conflictos emocionales como agresiones externas, pueden solucionarse gracias a las terapias y los remedios naturales.
La dieta y la higiene son las principales herramientas preventivas.
El poeta Paul Valery escribió que “la piel es lo más profundo”. La frase está llena de sentido desde el punto de vista de la salud. La piel y el sistema nervioso tienen su origen en el ectodermo, la capa más externa de las tres que forman el embrión humano y se mantienen durante toda la vida en permanente comunicación a través de sustancias químicas mensajeras.
Existe un estrecho vínculo entre las emociones, la mente y la piel. Cuando aparece un síntoma hay que investigar sus causas
Por otra parte, la piel funciona como límite del cuerpo y como zona de contacto con el exterior. Es por tanto un órgano complejo, donde se manifiestan la salud del resto de órganos, el estado anímico, los conflictos personales o los efectos del entorno físico. Por tanto, cuidarse la piel no es nada superficial. Significa tomarse en serio el bienestar general, y debe hacerse con medidas desde dentro y desde fuera.
Un cuadro de mandos
El enfoque sobre la piel de la medicina china da una idea sobre su importancia. La acupuntura utiliza la piel como un cuadro de control para actuar sobre los procesos internos. Y para los terapeutas orientales el aspecto de la piel es más útil que una radiografía.
Para la medicina occidental, la piel desarrolla múltiples funciones: actúa como barrera inmunitaria, contribuye a regular la temperatura corporal, sintetiza la vitamina D, elimina sustancias tóxicas y es fundamental para la comunicación emocional con las otras personas.
Es necesario hidratar y nutrir la piel desde dentro, con agua y alimentos ricos en determinados nutrientes como el betacaroteno
Lo que vemos de la piel es la epidermis, la capa más superficial, formada por varios estratos celulares. En el inferior o germinativo se crean constantemente células nuevas que ascienden y se transforman para constituir la capa córnea, cubierta por una fina capa de agua y grasa con un pH ligeramente ácido que impide la multiplicación de la mayoría de bacterias, hongos y virus patógenos.
Por debajo se encuentra la dermis, el tejido compuesto de fibras, agua y colágeno –gel de azúcares y proteínas– que fortalece la piel y le aporta elasticidad. En la dermis están los vasos sanguíneos y linfáticos, los nervios, las glándulas sudoríparas y los folículos pilosos.
Bajo la dermis se halla el tejido graso subcutáneo, integrado por células adiposas y tejido conjuntivo. Más de la mitad de la grasa del organismo se encuentra ahí.
Un órgano vulnerable
La piel es un sistema vulnerable. Con el paso de los años pierde inevitablemente agua y grasa, y por lo tanto elasticidad. El trabajo, la contaminación, el estrés, los productos cosméticos e incluso los de higiene pueden dañarla. En verano, a las agresiones habituales se suman la radiación solar, el cloro de las piscinas o la pérdida de agua al sudar.
Para contrarrestar todas estas amenazas es preciso mimarla, pero las alteraciones de la piel no siempre tienen un origen exterior. Es posible que la causa se halle en la mente y la vida emocional.
La piel reacciona con intensidad a emociones como el miedo, la vergüenza, la ansiedad o la ira. Existen especialistas en psicodermatología que estudian las relaciones entre la mente, las emociones y la piel.
Un nivel elevado y continuado de estrés constriñe los pequeños vasos sanguíneos que irrigan la piel y reduce la llegada de nutrientes, favoreciendo la aparición de eritemas, acné, edemas, picores, herpes labial y genital, alopecia areata y psoriasis, entre otros trastornos. Por tanto, cuando los conflictos emocionales o la ansiedad coinciden con síntomas cutáneos hay que sospechar que exista una relación. En estos casos el cuidado de la piel debe ser psicológico, aunque se puedan aliviar los síntomas desde fuera.
Niños con dermatitis
Cada vez son más frecuentes los casos de niños con dematitis atópica, también llamda eczema atópico o neurodermitis. Los síntomas -erupciones, descamaciones o ampollas que pican- aparecen sin una causa evidente y pueden llegar a mantenerse durante meses. Se trata de una afección en parte hereditaria y que puede coincidir con la tendencia a experimentar alergias. Por fortuna, la mayoría de niños la supera con la edad, pero conviene no confiar únicamente en el tiempo, ni en remedios demasiado agresivos como los corticoides.
Los remedios naturales ayudan a recuperar el equilibrio sin la agresividad de los medicamentos convencionales más usados
Hay que investigar los factores que desencadenan las dermatitis. Las alteraciones de la piel son a menudo un mensaje cuando éste no se puede expresar con palabras. Por ejemplo, el eczema puede aparecer como consecuencia de una agresividad interiorizada y debida a un conflicto en la escuela o en casa.
No obstante, no hay que descartar motivos banales, como el contaco con tejidos artificiales o sustancias irritantes. Por supuesto, a los adultos les puede ocurrir lo mismo. Tanto en pequeños como en grandes, el consejo psicológico, la homeopatía y los remedios naturistas pueden ser una ayuda más eficaz que los medicamentos supresores convencionales.
Por otra parte, si se está a tiempo de prevenir el eczema, vale la pena saber que los niños que se alimentan con leche materna son menos propensos a padecerlo, sobre todo si la madre también evita la leche de vaca en su dieta.
Buenos alimentos
Las afecciones más frecuentes, como el resecamiento o la descamación, suelen estar causadas por deficiencias en la alimentación. La piel se regenera por completo cada 28 días y para que esta renovación continua se realice con éxito resulta necesario un aporte continuado de nutrientes, especialmente vitaminas A, B2, B6 y E, hierro, selenio y ácidos grasos esenciales.
• Vitamina A. Es esencial para la renovación celular y para el buen funcionamiento del las glándulas sudoríparas y sebáceas. También previene la aparición de manchas. Fuentes alimentarias son los huevos y los productos lácteos. En forma de betacaroteno, que en el cuerpo se transforma en vitamina A, se halla en la zanahoria, la calabaza, el melón cantalupo, el mango, el pomelo, el albaricoque, los melocotones, las nectarinas, el brócoli, la espinaca y la mayoría de las hortalizas de hoja verde. Cuanto más intenso es el color de la fruta u hortaliza, mayor es el contenido de betacaroteno.
• Vitaminas B2 y B6. Su deficiencia puede ocasionar un exceso de grasa en la piel. La vitamina B2 o riboflavina abunda en los productos lácteos, los huevos, las legumbres y los frutos secos. La vitamina B6 o piridoxina se halla en los frutos secos, las judías verdes, el germen de trigo, la levadura de cerveza, las algas, los huevos y en general en los productos frescos.
• Vitamina E. Previene la degeneración relacionada con el ataque de los radicales libres, tanto los producidos por el propio como organismo como los que llegan del exterior. Esta vitamina se encuentra en abundancia en los aceites virgen extra y crudos de oliva, girasol y germen de trigo, en los aguacates y en los frutos secos.
• Hierro. Una piel y unas mucosas pálidas pueden deberse a una deficiencia de hemoglobina y por tanto a una carencia de este mineral. Además de la carne y el pescado, fuentes recomendables de hierro son los huevos, la levadura de cerveza, los frutos secos, los cereales integrales, las legumbres, las verduras de hoja verde y las frutas desecadas. Para mejorar la absorción del hierro conviene tomar suficiente vitamina C, abundante en los cítricos (naranja, mandarina, limón, pomelo), los kiwis, las bayas o los pimientos frescos. Esta vitamina también participa en la formación de colágeno.
• Selenio. Como las vitaminas A, C y E es un potente antioxidante que reduce el riesgo de aparición de tumores, entre ellos el de piel o melanoma. Además de en la carne, el pescado y el marisco, se encuentra en los cereales intergrales, los huevos, las nueces de Brasil y otros frutos secos.
• Ácidos grasos esenciales (linoleico y alfalinolénico). La defiencia de cualquiera de los dos provoca deshidratación de la piel, disminuye su elasticidad y afecta al equilibrio del manto ácido. Los alimentos más abundantes son los pescados azules (salmón, trucha, sardinas...), los frutos secos y los aceites de semillas (girasol, maíz, soja, lino, sésamo...).
Además de los nutrientes, es necesaria una ingesta suficiente de líquido para mantener la piel hidratada y sana. Conviene beber un mínimo de un litro –cuatro vasos– al día de agua mineral natural, más otro tanto de líquido aportado por unas cinco raciones de frutas y verduras frescas, que están compuestas en un 90 por ciento por agua
Pero no sólo las deficiencias ocasionan problemas. El exceso de proteínas puede saturar los órganos filtrantes, hígado y riñones, obligando a la piel a que actúe como órgano depurador de urgencia.
Los productos lácteos, los huevos, el marisco, las fresas, el chocolate, los embutidos, las conservas, el queso curado, los productos de panadería y los frutos secos pueden provocar urticarias y eczemas en personas sensibles. En realidad, cualquier alimento es capaz de provocar reacciones alérgicas que se manifiestan en la piel.
Hábitos cotidianos de higiene
El cuidado de la piel no pasa por utilizar muchos productos de higiene o cosméticos. El uso excesivo de jabones, por ejemplo, reduce la acidez de la piel y altera su funcionamiento. Los ingredientes artificiales contenidos en los productos convencionales pueden irritarla, aumentar su permeabilidad a los agentes tóxicos y provocar reacciones alérgicas.
El auténtico cuidado natural consiste en seguir una alimentación equilibrada, rica en los nutrientes que participan en los procesos fisiológicos de la piel, realizar baños y masajes con sustancias naturales, y hacer ejercicio físico regularmente para activar su funcionamiento.
La ducha diaria puede realizarse con una cantidad mínima de jabón. No es necesario que la espuma cubra toda la piel. Es mejor dejar que corra el agua, ni fría ni por encima de los 38 grados, durante unos minutos y friccionarse con suavidad con un guante de lufa o de toalla.
Si es posible, el agua debe estar libre de cloro y sus derivados, así como de cal. Un filtro de carbón activo en la toma de agua de la casa o en la salida del baño puede eliminar estos elementos indeseables.
Tras la ducha conviene aplicarse sobre la piel todavía húmeda un aceite vegetal que ayude a retener la humedad. Los de almendras dulces y sésamo son ideales, aunque también puede utilizarse ocasionalmente aceite de oliva.
La piel de la cara y el cuello está expuesta a la contaminación ambiental, que la cubre con una capa de suciedad que tapona los poros. Es necesario lavarse estas zonas por la mañana y también por la noche, antes de dormir. Conviene realizar una rutina específica.
• Lavar es el primer paso. Deben usarse exclusivamente jabones vegetales y plantas medicinales. Se puede empezar con agua caliente y terminar con agua fría.
• Tonificar es necesario para equilibrar la acidez de la piel (el lavado la alcaliniza demasiado). Para ello hay que elegir tónicos naturales certificados. Son recomendables las lociones de hamamelis y de rosa mosqueta.
• Hidratar, después de lavar y tonificar, con aceites y cremas de día de características adecuadas al tipo de piel personal (seca, grasa o normal).
• Nutrir con un aceite o crema específica por la noche. Estas cremas suelen tener como base el aceite de almendras dulces.
• Exfoliar cada dos semanas ayuda a eliminar las impurezas y las células muertas.
• El masaje facial tonifica los músculos y la piel. Se hace con las yemas de los dedos, mediante una presión leve que sigue el sentido de los músculos, siempre en sentido ascendente. Termina con toquecitos sobre toda la cara, incluidos los párpados.
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