Ecologismo de barrio

Ecologismo de barrio

09 Diciembre 2012
0 comentarios

Gracias a los cursos de la Consejería de Agricultura, Joan pudo reaccionar a tiempo. Asistió a varios talleres donde le contaron -con pelos y señales– cómo evitar inhalaciones procedentes de los fitosanitarios empleados en las tareas del campo, qué ropa llevar, qué mascarillas utilizar, cuándo y cuántas veces ducharse. Tan bien se lo explicaron, tan a fondo… que le salvaron la vida."Estoy envenenando la tierra" dijo, y Joan se hizo ecoagricultor para no morir autointoxicado. Su pequeña parcela, fértil y sana, alimenta a decenas de familias y lo continuará haciendo durante muchos años. Sí, son pocas familias pero cada vez más, y son mucho más que todo lo que conseguirá el derroche de la agricultura industrial.

 Se encuentran en las calles y plazas de las ciudades, con sus equipos de naturalistas, cazamariposas, lupa, prismáticos... En frascos de cristal conservan –para que de ahí no salgan– a los malos bichos que mucho daño hacen al medio ambiente, como los bancos que especulan con las mejores tierras fértiles. Son activistas justicieros, invisibles, que no se dejan cazar.

 Le vemos pasar frente a nuestras casas una o dos veces al mes. Con su séquito, el Ministro de Medio Ambiente del Barrio va trabajando desde buena mañana. Recoge cartones de los contáiners o aquellos apilados en cualquier esquina, mientras sus perros olisquean y mean las basuras. Varios miles de árboles del planeta siguen generando sombra y oxígeno gracias al ecologismo de estos cartoneros pobres. Es poco pero son muchos y hacen más de lo que lograron todos los Ministros oficialmente nombrados con sus programas oficiales.

 El Ejército logró limpiar las costas gallegas de aquellos mazacotes de petróleo que el Prestige y la incompetencia política vertieron sobre el mar. Un ejército de seres humanos pacifistas y ecologistas que, sin coroneles ni órdenes de mando, ejerció cariño, ternura, afecto y respeto para su MadreMar. Nunca más.

 Si los acuíferos, ríos y lagos llevan y guardan algo de agua, aún, debemos agradecerlo a fantásticos proyectos que en importantes comidas de trabajo se contagian de boca a boca. "Este río lo desviamos por aquí, hacemos un pantano por allá y movemos de sitio estos pueblos", son disparates que NO se escuchan en las mesas del comedor escolar, donde un niño le cuenta a otro  –hay que cerrar el grifo al lavarse los dientes, así tendremos agua todo el verano–. Es poco, pero son muchas niñas y niños, y logran más que muchos Departamentos económicamente bien dotados.

 El Rey del país que se presume defensor de la biodiversidad, posa con los animales que encuentra a su paso. Con un elefante que cazó quedó retratado. Sus súbditos insubordinados siguen su ejemplo pero al revés: en los huertos cultivan muchas variedades autóctonas y se intercambian semillas entre campesinas y campesinos; en los montes desahuciados recuperan razas locales de cabras casi extinguidas; y en pueblos abandonados hay asociaciones para cuidar del murciélago vulgar. Actúan como reyes para el reino animal y como príncipes para el reino vegetal. Es poco, pero como son muchos, les debemos mucho.

 El activismo ecologista de la gente, que parece irrelevante, anecdótico o minoritario, consigue mucho más que ministros, reyes, departamentos y consejerías, que mucho dicen que hacen pero mucho de lo que hacen, lo hacen mal.