¿Tenemos que crear una gran nube artificial para refrescar el planeta?

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Bill McKiben, activista contra el cambio climático, reflexiona en The Newyorker, sobre las propuestas de la geoingeniería para enfrentarse al reto del cambio climático. Propuestas como crear una gran nube artificial empiezan a parecer sensatas ante la incapacidad de las autoridades mundiales para poner freno a las emisiones de CO2. 

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Para enfriar el planeta, se podría crear una gran nube en la estratosfera con partículas altamente reflectantes de dióxido de azufre. La idea detrás de esta propuesta de geoingeniería solar es imitar lo que sucede cuando los volcanes emiten partículas a la atmósfera. La recoge Dan Schrag, director del Centro para el Medio Ambiente de la Universidad de Harvard, en el libro Bajo un cielo blanco, de Elizabeth Holbert. Ideas similares están siendo exploradas por el Foro de la Paz de París, el Carnegie Council y la Iniciativa Degrees. Ideas que parecían muy locas hace poco se están empezando a considerar seriamente en las altas instancias mundiales ante el horror que producen las consecuencias ya evidentes del cambio climático. 

Una cola de calor en Asia sin precedentes. Sequía terrible en Euorpa y el Cuerno de África. Inundaciones en Pakistán. El deshielo imparable de los polos. Y por ahora la temperatura "solo" ha aumentado 1ºC respecto a la media anterios a la industrialización en el siglo XIX. El objetivo planteado por los expertos del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático y aprobado en las cumbres climáticas era no superar los 1,5 ºC. Ya nadie cree que se pueda conseguir porque la estrategia era reducir las emisiones de CO2, y a nivel mundial están aumentando cada año. 

Andy Parker, investigador climático que dirige la Iniciativa Degrees, asegura que bloquear parte de la luz solar que llega a la tierra es "una idea descabellada", pero es la única manera de eliminar carbono de la atmósfera en grandes cantidades, a menos que se invente otra forma, y será un tema de discusión cuando el incumplimiento de los compromisos climáticos sea un hecho.

La estrategia era reemplazar los combustibles fósiles por energías limpias, pero es algo que no está sucediente porque el mercado global está dirigido por capitalistas que no están dispuestos a asumir los costes de la transición. No es extraño que la financiación de estudios a favor de las soluciones de geoingeniería se hayan acelerado.

Desde un punto de vista técnico, hacer volar unos cohetes para poner una cortina entre el sol y la Tierra es bastante sencillo. Costaría unos pocos miles de millones de dolares al año, según un artículo reciente en Harvard Environmental Law Review. Probablemente se produciría un enfriamiento rápido y sustancial en todo el mundo y el nivel del mar dejaría de aumentar. Pero también podría alterar “la calidad de la luz que usan las plantas para la fotosíntesis” y podría dañar la capa de ozono.

El efecto podría compararse a lo que sucedió en 1815 debido a la erupción del volcán Tambora, en una isla que ahora es parte de Indonesia. La nube de humo hizo que la temperatura bajara un grado centígrado. 1816 fue un año sin verano en gran parte del hemisferio norte, la producción de cereales se desplomó y hubo revueltas de multitudes hambrientas. Bajar la temperatura produciría resultados diferentes y difíciles de predecir en diferentes lugares. En unos lugares llovería más y en otros menos. 

Un informe de la Brookings Institution, un prestigioso think tank estadounidense, planteaba un escenario para 2035 en que un país pone en marcha unilateralmente una solución de geoingeniería contra el cambio climático. Enseguida la temperatura global empezaría a estabilizarse pero podría aparecer una sequía severa en otro paía, que podría realizar un ataque militar contra el equipo de geoingeniería, una decisión apoyada por otras naciones que también creen que han sido impactadas negativamente. El progama de geoingeniería se detiene y la temperatura vuelve a subir, pero ahora hay naciones enfrentadas.

El panorama planteado es suficientemente peligroso como para que una sesentena de expertos científicos y politólogos, con Frank Biermann a la cabeza, hayan firmado a favor de un acuerdo internacional para no recurrir a la geoingeniería solar. Para poner en marcha algo así sería necesario un consenso entre los gobiernos del mundo, algo que ahora mismo se antoja más difícil que cualquier otra cosa. Un experimento de la Universidad de Harvard en el norte de Suecia, donde quería crear una pequeña nube de partículas reflectantes, fue detenido por la oposición del pueblo saami, que denunciaron que el experimento iba contra el respeto que sienten por la naturaleza. La activista Greta Thunberg se adhirió y Harvard se echó para atrás. 

No sabemos si en el futuro prevalecera la sensibilidad de los pueblos más vinculados a la naturaleza, el poder de los empresarios más ricos del mundo o la desesperación de los pueblos en peligro de desaparecer bajo las aguas o de morir en las olas de calor, que podrían demandar soluciones de geoingeniería de urgencia.

Por ahora, el incremento del precio de los combustibles fósiles y el abaratamiento de las energías solar y eólica hacen pensar que la transición energética acelerada puede ser un mejor plan para el mundo, explica Bill McKiben en The Newyorker.