Renaturalizar la ciudad

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Podemos extender la biodiversidad por todas partes con plantas autóctonas de las que se alimentarán los insectos.

Este artículo es un extracto del libro Volver a la naturaleza, de Richard Louv (RBA).

Doug Tallamy, profesor y jefe del Departamento de Entomología y Ecología Animal de la Universidad de Delaware, es un hombre modesto con una idea innovadora: la clave para el renacer de la biodiversidad se halla en nuestros jardines y huertos caseros.

–Mi mensaje fundamental es que si no recuperamos la vegetación autóctona en nuestros ecosistemas suburbanos, el futuro de la biodiversidad no es nada prometedor.

Innumerables especies podrían vivir de manera sostenible con nosotros si diseñáramos los espacios donde vivimos teniéndolas en cuenta

Atenúa esta sombría predicción con dos gotas de optimismo:

–Ante todo, aún no es demasiado tarde para salvar la mayor parte de las plantas y los animales que mantienen los ecosistemas de los que dependemos nosotros mismos. En segundo lugar, recuperar la vegetación autóctona en la mayoría de paisajes dominados por el hombre es algo relativamente fácil. Por primera vez en la historia –razona–, la jardinería ha asumido una función que va más allá de las necesidades del jardinero. Les guste o no, los jardineros se han convertido en un sector importante en la gestión de la flora y la fauna de nuestro país. Ahora depende de los jardineros particulares la consecución de algo que todos soñamos: «ser influyentes». En este caso, influir en el futuro de la biodiversidad, de las plantas y los animales autóctonos de Norteamérica, así como de los ecosistemas que los sustentan. (...)

Normalmente, cuando los paisajistas recomiendan el uso de vegetación autóctona lo hacen con el objetivo de ahorrar agua, salvar plantas autóctonas o bien sustituir las usuales por otras nuevas. Tallamy sugiere una nueva motivación: salvar insectos y, con ello, la flora y la fauna que dependen de ellos para subsistir. Esto responde a un descubrimiento que hizo personalmente. En el año 2000, Tallamy y su mujer se trasladaron de la ciudad a una finca de cinco hectáreas en el sudeste de Pensilvania, en una zona que había sido cultivada durante siglos antes de ser parcelada.

–Conseguimos un entorno rural, más o menos, pero no era en absoluto el pedazo de naturaleza que estábamos buscando –recuerda Tallamy–. Como en muchos «espacios abiertos» de este país, por lo menos el 35 % de la vegetación de nuestra finca (sí, lo calculé) estaba formado por especies de plantas agresivas originarias de otros continentes que estaban sustituyendo rápidamente a las autóctonas.

El entomólogo Tallamy vio que los insectos respetan las hojas de las plantas foráneas pero devoran la vegetación autóctona

Él y su familia decidieron marcarse como objetivo eliminar las plantas foráneas y reemplazarlas con las especies propias de los bosques caducifolios del este del país, las que se habían desarrollado en el lugar durante millones de años. Cuando empezaron a eliminar los olivos de otoño, las madreselvas japonesas y las centinodias se dieron cuenta de algo curioso: los insectos las habían respetado o casi no habían dañado sus hojas, mientras que resultaba evidente que la vegetación autóctona (Acer rubrum, Quercus palustris, Prunus serotina y otras) sí que les había servido de alimento.

Se podría pensar que este hecho representaba una desventaja para las plantas propias del lugar, pero Tallamy vio una cosa diferente:

–Era alarmante porque indicaba una consecuencia de la invasión de especies alóctonas en todo Norteamérica que ni yo ni nadie más (según descubrí tras revisar la literatura científica) habíamos tenido en cuenta. Si nuestros insectos nativos no pueden, ahora o en el futuro, alimentarse de plantas foráneas, entonces su población en las áreas con mucha presencia de vegetación alóctona será menor que en las áreas donde imperan las plantas autóctonas. Y como son muchos los animales que dependen de los insectos como fuente de proteínas, una tierra sin insectos es una tierra que carece de la mayoría de formas de vida superior. Dicho de otro modo: a la larga, esterilidad. Tallamy señala que:

–Los ecosistemas terrestres de los que dependemos todos los humanos para seguir existiendo dejarían de funcionar sin nuestros amigos de seis patas.

E. O. Wilson llama a los insectos «esas cositas que hacen funcionar el mundo».

–A menos que cambiemos los lugares donde vivimos, trabajamos y jugamos para que satisfagan no solo nuestras necesidades, sino también las de otras especies –dice Tallamy–, prácticamente todas las especies de flora y fauna autóctonas desaparecerán para siempre.

Esto no es ninguna hipótesis, insiste, sino un pronóstico que se basa en décadas de investigaciones ecológicas sobre la necesidad de la biodiversidad. Sin embargo, lo que las predicciones no tienen en cuenta son las posibilidades de incrementar el número de especies con las que cohabitan los humanos.

–Innumerables especies –afirma– podrían vivir de manera sostenible con nosotros si diseñáramos los espacios donde vivimos teniéndolas en cuenta.

Tallamy y sus colegas han iniciado los proyectos de investigación necesarios para establecer con certeza este punto y ya se empiezan a acumular datos preliminares.

–De momento, los resultados obtenidos dan toda la razón a los jardineros que ya han empezado a cultivar especies autóctonas o que se muestran entusiasmados con la idea.

Si su hipótesis resulta cierta, Tallamy afirma que estos jardineros pueden cambiar el mundo, y lo cambiarán, modificando la alimentación de la fauna y la flora autóctonas. Su trabajo subraya uno de los puntos básicos del Principio de la Naturaleza: conservar la naturaleza salvaje no es suficiente; debemos conservar y crear naturaleza, en la forma de hábitat autóctono, allí donde nos sea posible: sobre los tejados y en los jardines de nuestras ciudades y barrios. Es este el camino que conduce a las comunidades naturales. El libro de Tallamy Bringing Nature Home: How Native Plants Sustain Wildlife in Our Gardens es uno de los mejores sobre este tema y resulta muy útil para los que quieren naturalizar su casa. Cuando le pedí algunos consejos al respecto, me dio los siguientes:

• Rehacer las redes alimentarias autóctonas. No hay nada que viva aislado. Todas las especies existen dentro de sistemas de especies interrelacionadas que los ecólogos llaman redes alimentarias. Para que determinada especie prospere en el jardín, debemos proporcionarle las partes fundamentales de su red alimentaria.

Y por lo que se refiere a mantener las redes alimentarias, el césped es casi tan malo como el pavimento

Todo empieza con las plantas. Las redes alimentarias empiezan con las plantas, puesto que son los únicos organismos (exceptuando algunas bacterias) que pueden captar la energía del sol, fuente de la vida. Todos los animales obtienen la energía que necesitan comiendo directamente plantas o comiendo otros animales que se alimentan de plantas. La cantidad de vegetación que tengamos en el jardín determinará la cantidad de naturaleza presente en él.

No todas las plantas son iguales. Desgraciadamente, no todas las plantas tienen la misma capacidad para sustentar las redes alimentarias. Estas se han desarrollado localmente a lo largo de miles de generaciones y cada miembro de la red se ha adaptado a las características especiales del resto de miembros. Una planta que se haya desarrollado fuera de una red alimentaria determinada, con frecuencia no podrá transmitir su energía a los animales de dicha red, porque su sabor les resultará desagradable.

Las especies autóctonas son mejores para la naturaleza. Normalmente, cuando urbanizamos alguna zona arrasamos todas sus comunidades vegetales autóctonas y luego la ajardinamos con plantas ornamentales. Podemos estar seguros de que una planta ornamental originaria de Asia o de Europa no se integrará en la red alimentaria autóctona, y por lo tanto su valor nutritivo será escaso o nulo para las criaturas cuyo crecimiento intentamos fomentar. Busquemos plantas autóctonas de nuestra región porque son mejores para la naturaleza de nuestro jardín.

Los insectos son fundamentales. A muchos de nosotros se nos ha enseñado desde pequeños que el único insecto bueno es el insecto muerto. Para alegría de muchos, hemos creado paisajes estériles, sin vida, pero precisamente es esta la razón por la que nuestros hijos ya no pueden disfrutar de la naturaleza en sus jardines. La mayoría de los animales obtienen la energía de las plantas, principalmente a través de los insectos. Los pájaros son un excelente ejemplo. El 96 % de las aves terrestres de Norteamérica crían a sus polluelos con insectos. En resumidas cuentas: si queremos que en nuestro jardín haya pájaros, o sapos, o salamandras o innumerables especies más de animales, debemos cultivar plantas que faciliten la vida de los insectos autóctonos.

• Reduzcamos nuestro parterre de césped. Los terrenos con césped son los más regados de Estados Unidos y ocupan una extensión de unos veintitrés millones de hectáreas (incluyendo los campos de golf, y zonas residenciales y comerciales), es decir, el 23 % de la tierra urbanizada, una cifra que va en aumento. Y por lo que se refiere a mantener las redes alimentarias, el césped es casi tan malo como el pavimento. Consideremos la opción de reemplazar las zonas de césped que no usamos normalmente para pasear por jardines espesos de plantas autóctonas. La vida en esos jardines hará que nuestros hijos salgan de casa.

Plantemos un jardín para mariposas. Las mariposas necesitan dos tipos de plantas: plantas de cuyo néctar se alimentan las mariposas adultas y plantas que comen las orugas durante su desarrollo.

• Las plantas leñosas sustentan más vida animal. Los árboles y los arbustos acogen más falenas y mariposas que las plantas herbáceas, y por lo tanto proporcionan una alimentación más variada a los pájaros y otros insectívoros. Una cantidad suficiente de orugas en primavera y verano atraerá a nuestro jardín tantos pájaros como un comedero en invierno.

Si tales jardines se extienden por todas partes, ¿no sufriremos pronto una invasión de insectos no deseados? Tallamy dice que posiblemente los insectos ataquen algo más los jardines ecológicamente equilibrados, pero que estos están de acuerdo con su bioma y que por lo tanto también atraerán un gran número de depredadores naturales, como por ejemplo mariquitas, luciérnagas, mantis religiosas, así como millares de diminutos insectos parásitos demasiado pequeños para ser vistos, junto con una mayor diversidad de pájaros, sapos y salamandras. Todos ellos mantendrán bajo control, a los insectos fitófagos.

Podemos empezar buscando en Internet viveros de plantas autóctonas de nuestra región. Aparte de reemplazar las plantas del patio o del jardín con especies autóctonas, plantar arbustos y árboles propios de la región alrededor de la parcela, por ejemplo, también puede producir biodiversidad. Los beneficios que obtendremos son: un paisaje más interesante y potencialmente bello, al menos para el ojo entrenado, y también recompensas psíquicas. Además de promover la biodiversidad, un jardín autóctono aporta beneficios físicos (no hay necesidad de pesticidas) y puede mejorar la salud del jardinero y la de su familia.

Este artículo es un extracto del libro Volver a la naturaleza, de Richard Louv, recientemente publicado por RBA Libros, en su sello editorial Integral. En este libro, Louv explica, a través de argumentos científicos y de sus experiencias personales, que el alejamiento de la naturaleza nos enferma, causando estrés, ansiedad o hiperactividad infantil. Vivir en estrecha relación con la naturaleza nos permite desarrollarnos con verdadero bienestar. Según Louv, nuestra sociedad padece el síndrome de Déficit de Naturaleza, cuyos síntomas son estrés, ansiedad, falta de relaciones significativas con los demás y con el mundo, y numerosos desequilibrios psicofísicos. Todos podemos recibir extraordinarios beneficios al conectarnos o reconectarnos con la naturaleza. Esta, favorece la buena salud, nuevas oportunidades profesionales y de negocio y actúa como un fuerte lazo de unión para las familias y las comunidades: nos ayuda a sentirnos completamente vivos. Editorial: Integral (RBA Libros). Número de páginas: 320. Precio: 20 €.