Odile Rodríguez de la Fuente: "El mérito de Felix fue 'naturalizar' al ser humano"

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Al cabo de más de 40 años, su voz resuena como si estuviera vivo, su figura se engrandece y su legado sigue creciendo, condensado ahora en “Félix, un hombre en la tierra”, el libro que le dedica la más pequeña de sus tres hijas.

Odile Rodríguez de la Fuente no tiene nada en contra del sobrenombre de “Félix, el amigo de los animales” con el que su padre pasó a la historia. Al fin y al cabo, es una denominación “cariñosa” que le acerca a los niños, que sirve para recordarle como “un personaje simpático, popular y aventurero”. Pero es un apelativo que se queda terriblemente corto para describir al mayor naturalista de nuestra historia, que fue también comunicador, antropólogo, filósofo, visionario, agitador de conciencias…

Su muerte en accidente aéreo, cuando viajaba en avioneta por Alaska para rodar uno de sus fascinantes documentales, provocó un duelo nacional y dejó una tremenda sensación de orfandad en grandes y pequeños. Al cabo de más de 40 años, su voz resuena como si estuviera vivo, su figura se engrandece y su legado sigue creciendo, condensado ahora en “Félix, un hombre en la tierra”, el libro que le dedica la más pequeña de sus tres hijas.

“He querido redescubrir al Félix auténtico”, confiesa Odile, que tenía siete años cuando ocurrió la tragedia y llenó el inmenso vacío siguiendo los pasos de su padre, y estudiando biología y cine. “Creo que este libro destila lo extraordinario que fue, más allá de su labor como naturalista y divulgador científico. Félix fue también un pensador, un humanista que elevó nuestro nivel cultural”.

“Y lo hizo llevado por su pasión y su necesidad de compartir con nosotros su asombro y su amor por el mundo natural”, añade Odile. “Félix provocó un despertar colectivo, una reconexión con la naturaleza, y con nuestra naturaleza atávica. Fue como un chamán o un filósofo socrático, con una visión holística e interconectada de la vida”.

“Félix, un hombre en la tierra” es como el intimísimo y definitivo cuaderno de campo de 375 páginas del “amigo del ser humano”, con ilustraciones que nos devuelven aquel sentido de la aventura que tuvimos fugazmente de niños… El aullido del lobo. Y el vuelo del halcón. Y el águila perdicera, el buitre leonado y el quebrantahuesos. Y el último lince, el macho montés y el lirón careto. Especies que forman ya parte de nuestra eterna infancia, con aquella música tribal que anunciaba la llegada inminente de “El hombre y la tierra” y convocaba a la familia entera en el sofá.

Pasando las páginas de “Félix, un hombre en la tierra”, uno tiene también la sensación de volverle a escuchar en aquellos programas hipnóticos de “La aventura de la vida” en la radio, a los que acudía sin guión y presto a improvisar. Y eso por no hablar de las páginas deslumbrantes de la Enciclopedia Salvat de la Fauna (18 millones de volúmenes vendidos).

Toda la sabiduría de Félix está concentrada ahora en este homenaje palpitante de su hija, que le recuerda como “un niño con piel adulto” y que nos invita a viajar hasta sus orígenes en Poza de la Sal (Burgos) para entenderlo todo. Allí disfrutó el futuro médico (antes que naturalista autodidacta) de casi total libertad para explorar su entorno hasta los diez años, cuando tuvo que pasar finalmente por el rigor escolar, y decir adiós a sus llanuras soleadas y su afán explorador de niño prehistórico, como él mismo decía…

“Dichosa infancia campestre, maravillada cada día ante los secretos de la vida. Dichosa curiosidad antigua, telúrica, que colma tu sed directamente en las fuentes de la tierra y va ligando al hombre, mediante raíces fuertes y profundas, a la naturaleza de la que es síntesis y espejo”.

“Mi padre temía que el ser humano se desnaturalizara cada vez más y acabara neurótico y perdido en el laberinto de su propia mente”, recuerda Odile. “La mayoría de los niños crecen hoy en ciudades sin apenas contacto con la naturaleza y se les “domestica” cada vez antes en los colegios. Estamos forjando una sociedad futura desnaturalizada, vacía y muy perdida, lo que nos hace muy vulnerables y sin la fortaleza necesaria para afrontar los retos que se ciernen sobre nosotros”.

El libro pone a Félix no solo en su entorno geográfico en el corazón de Castilla, donde podía escuchar bajo la luna llena el aullido del lobo, sino también su contexto histórico y hostil de la España tardofranquista… “Estábamos al final de la dictadura, en medio del desarrollismo que incitaba a la gente a dejar los pueblos y a emigrar a las ciudades, en un país el que existía la Junta de Extinción de Animales dañinos”.

Y sin embargo Félix tuvo la virtud de no provocar odios ni recortes con una visión radical para aquellos tiempos, con su mensaje de “no agresión” a la naturaleza… “Siempre fue un vitalista que veía el vaso medio lleno y que afrontaba los retos como estímulos para sacar lo mejor de sí mismos. Quizás pensaba que estábamos tan confundidos y distraídos que tendríamos que tocar fondo para tomar conciencia de que lo único importante en la vida”.

Félix como precursor casi de la teoría Gaia de James Lovelock, que considera la Tierra como un sistema vivo, complejo y autorregulado. Félix como impulsor del movimiento ecologista, maestro reconocido por toda una generación. Félix como pionero de la agricultura biológica y del “reciclaje total”, para reincorporar al medio terrestre eso que llamamos “basura”.

Más que ofrecernos su legado, Odile revindica la rabiosa actualidad de su padre en estos momentos críticos y ante problemas como el cambio climático o la pérdida de biodiversidad: “Hace falta un grandísimo esfuerzo de educación y comunicación, y para mí –como para tantos otros que descubrieron su vocación de niños- el paradigma sigue siendo Félix. El nos lanza mensajes atemporales que parecen escritos hoy mismo. El nos trasmite la emoción de la vida y nos habla del vínculo y de la empatía con el medio natural. Yo creo que el mérito de mi padre fue “naturalizar” al ser humano. Nos hizo vernos a nosotros mismos en el espejo de la naturaleza”. 

Odile mantuvo vivo durante años el legado de Félix a través de la fundación que llevaba su nombre, y prolongando su mensaje a través la revista Agenda Vida, o de campañas como EnArbolas y ConSuma Naturalidad, o sumándose a la campaña “Rewilding Europe” y rompiendo una lanza por el mundo rural, que para ella es el “cordón umbilical” entre los humanos y la naturaleza.

“Ahora lo más importante es comunicar”, sostiene Odile Rodríguez de la Fuente. “Mi padre no solo era un gran comunicador, sino un gran generador de cambio. Su visión no era atacar los síntomas, sino ir a la raíz del problema, redescubrir el vínculo entre el hombre y la tierra, crear una conciencia profunda y una ética ambiental”.

Y se despide Odile dejándonos con algunas de las citas predilectas su padre y recordándole al final con sus halcones, esperando siempre “el estado físico y anímico óptimo” que los expertos en cetrería definen como “yarak”… “Félix fue un hombre que emprendió el vuelo de su vida en “yarak” , conectado consigo mismo y disfrutando al máximo de su singladura vital (…) Nos estimuló a romper amarras con el miedo y adentrarnos en la vida con el corazón y el alma abiertos, a sentirnos parte de algo mucho mayor y poderoso que nos alberga y espera con infinita generosidad”.      

 

“No tenemos otro planeta. Y es maravilloso, azul, rutilante y único, como una piedra preciosa engarzada en el vacío, en el negro y silencioso espacio sideral. Y nosotros estamos dentro: en esta casa único que tenemos y que no sabemos cuidar. Solo tenemos un planeta y no podemos marcharnos de él”.

“Solo el amor por la naturaleza, la pasión por la vida y certeza de que formamos parte de una comunidad total que va desde la bacteria al hombre, nos dará fuerzas para defender el único hogar que tenemos: un pequeño planeta perdido en una galaxia remota al que hemos dado en llamar Tierra”.

“El hombre no es un ovni venido de una lejana galaxia. El hombre es un poema tejido con la niebla del amanecer, con el color de las flores, con el canto de los pájaros, con el aullido del lobo y el rugido del león”.

“El hombre forma parte de la naturaleza. El hombre está integrado en los ecosistemas, sobre todo en los ecosistemas europeos, de viejas civilizaciones, de tal manera que es absolutamente imposible hablar de la naturaleza y de la ecología sin hablar también del hombre”.

“Los únicos seres que pueden transformar la energía solar en vida son las plantas. Todos los demás no somos más o menos que parásitos y subsidiarios del estrato vegetal que cubre la corteza de la Tierra”.

“La humanidad no tiene que inventar nada nuevo. Lo único que debe hacer es funcionar con los mismos parámetros con los que funciona la biosfera, esa gran comunidad de seres vivos en la cual estamos integrados”.

“No deja de resultar irónico el hecho de que las más gloriosa criatura que puebla nuestro mundo, la que atesora en sus circunvalaciones cerebrales la más poderosa y exitosa máquina que ha producido la evolución, sea precisamente la causante de la amenaza, del acoso, de la persecución implacable de la vida, aunque esa persecución implique su propia muerte”.

“Nada es más sobrecogedor, ni más hermoso, en la noche alta estrellada, en la noche del páramo de Castilla, que el aullido lejano del lobo. Es como si nuestro planeta no hubiera perdido su espíritu salvaje, es como si la Tierra conservara todavía algo del lejano Paleolítico y estuviera viva, lozana y palpitante”.

“Los entresijos de la ecología, los entresijos de esa ciencia que seguramente allá para el año 2000 será como una especie de decálogo, formarán la base de una filosofía a la cual el hombre, como todos los animales vivientes, tendrá que atenerse”.

“Entre el hombre y la Tierra existe un abrazo profundo, un cordón umbilical irrompible, igual al que puede haber entre el niño y la madre cuando este permanece en el claustro materno”.

“Me toca decirles nuevamente no adiós, sino hasta luego. Creo que en la vida nunca se puede decir adiós, pues formamos parte de un universo que se reconstruye a sí mismo. Somos eslabones de una larga cadena cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos y cuyo fin está todavía por forjar”.