El problema de ser ambientalmente consciente

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Hoy hemos cogido, en Madrid, uno de los coches eléctricos a compartir que hay por la ciudad. Y hemos tenido problemas considerables para llegar al lugar de destino.

Si queremos utilizar las bicicletas que el Ayuntamiento de Madrid pone a disposición de los madrileños, morimos de ahogo en el tráfico de Madrid, respirando los humos de coches diésel, autobuses y motos, éstas lanzando aceite por sus tubos de escape. 

En casa separamos la basura en papel, vidrio y otros residuos. Y lo haremos con la orgánica en cuanto haya cubos de basura para ello. Pero los contenedores están, el 90% de los días, llenos a rebosar, con cartones y vidrios por los suelos, en unas calles más bien asquerosas.

Si queremos utilizar el transporte público, debemos calcular al menos el doble de tiempo y doble de molestias que si usamos el coche privado. Por poner un ejemplo: vivo en Madrid y trabajo en Alcalá de Henares. Con transporte público (andando, autobús, tren, autobús) tardo 2 horas (con suerte) para llegar al trabajo y 2 horas para volver. Con mi coche híbrido tardo 40 minutos. No puedo emplear 4 horas de mi vida solo para desplazarme al trabajo en transporte público. 

Y sin embargo hay una línea directa de tren que me pondría en Alcalá en 35 minutos desde casa. La usa un servicio que se llama (o se llamaba) Civis. Pero solo funciona de vez en cuando. A las autoridades públicas (RENFE es una empresa pública) no les costaría nada que hubiere un tren directo desde la Estación de Chamartín a Alcalá y Guadalajara que tardase unos 15 minutos entre esas estaciones, con una periodicidad de media hora. Pero no lo hacen.

Los autobuses de la Comunidad de Madrid entre las distintas localidades, por ejemplo, de El Escorial a Alcalá de Henares, de Móstoles a Alcobendas, podrían ir directamente de un lugar a otro, pero tienen forzosamente que pasar por la ciudad de Madrid, en vez de utilizar las vías externas a la ciudad. Pero no lo pueden hacer, por una ley ridícula y obsoleta. 

Me gustaría poner paneles fotovoltaicos en el techo de mi vivienda, pero lo tengo prohibido si quiero verter energía a la red, por una ley absurda. 

Realmente mejorar el medio ambiente, eliminar la contaminación, frenar el cambio climático y hacer la vida de las personas mucho más agradable, es totalmente factible y barato. Es lo mismo que mejorar la acústica de los lugares públicos (incluidos los bares españoles) y de las viviendas. Y no cuesta casi nada.

Lo de “costar” es algo muy relativo. Se pueden gastar miles de millones en cosas absurdas o que no rinden beneficios, pero gastar dinero en cosas racionales y razonables es mucho más difícil. Se hacen infinidad de viajes en avión (contaminando y lanzando CO2) para unas reuniones que se pueden hacer mucho mejor y casi gratis por videoconferencia. Y que, en general, no resuelven casi nada. 

Se puede montar otro esquema vital, y este otro esquema implica nuevos trabajos, y muchos más. Sustituir el sistema de transporte por otro eléctrico, el esquema de obtención de energía por uno solar, elimina el dinero que sale del país hacia los productores de petróleo, gas y carbón, y generará, cuando se ponga en marcha, millones de puestos de trabajo: cada instalación solar precisa de al menos 3 personas. Si necesitamos instalar y mantener unos millones de estas instalaciones tenemos trabajo para unos 3 millones de personas, trabajo limpio, de alta calidad y bien remunerado.  

El transporte de mercancías por tubos neumáticos entre las grandes ciudades eliminaría la contaminación de los camiones, y el manejo del flujo de contenedores daría un trabajo de mucha mayor calidad a los millones de camioneros que ahora se juegan la vida en las carreteras y viven lejos de sus familias. 

Y así con todo. 

Cada revolución industrial ha mejorado radicalmente la vida de los ciudadanos.

No se entiende la resistencia numantina (Numancia desapareció de la faz de la Tierra) a aceptar estos cambios tecnológicos.