El don de la flexibilidad

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Abandonar la rigidez y potenciar nuestra capacidad de adaptación nos ayuda a superar las adversidades y a conseguir una relación más armoniosa con los demás.

En tiempos tan convulsos y cambiantes como los actuales, para sobrevivir es necesaria una buena medida de paciencia y otra de flexibilidad. El tiempo de las certezas ha terminados y no sabemos cuándo volverá la estabilidad tras el vendaval.

Debido a la crisis, muchas personas se han visto obligadas a buscar un nuevo empleo o, con suerte, a seguir en el que tenían bajo peores condiciones: más exigencias con una menor retribución y la incertidumbre planeando sobre su puesto.  En esta clase de escenarios, la persona rígida sufre mucho más que el resto, ya que no puede apoyarse en la rutina de lo previsible. Cada día hay un fuego distinto que apagar y las soluciones de ayer pueden ser inútiles para mañana. Es necesaria la imaginación para, como el bambú, no rompernos bajo el azote del huracán.

Ser flexible implica adaptarse a nuevas situaciones y a otros puntos de vista constantemente, aprender con rapidez y no aferrarse al mundo conocido. Fluir con el viento, como decía Bob Dylan, y adaptarnos a las pruebas cotidianas –también a las personas con las que compartimos el viaje- con humor y desapego.

La mente rígida

Ya en el siglo XIX, Charles Darwin apuntaba que “no es la más fuerte de las especies la que sobrevive, sino la más adaptable a todos los cambios”. Esto explicaría por qué el ser humano, siendo uno de los mamíferos peor dotados para la caza, la carrera y la lucha, logró imponerse a especies mucho más poderosas hasta dominar el planeta.

Es necesaria la imaginación para, como el bambú, no rompernos bajo el azote del huracán.

La humanidad ha sido capaz de abandonar la selva, domesticar animales, cultivar alimentos y construir hábitats para proteger su débil cuerpo. Ante la necesidad, ha sabido reinventarse rápidamente para regresar a una situación de ventaja sobre su entorno.

En su ensayo El poder del pensamiento flexible, el psicólogo y terapeuta Walter Riso sostiene que es justamente esta virtud la que nos permite adaptarnos a las presiones del medio. Por el contrario, “la mente rígida se resiste a cambiar comportamientos, creencias y opiniones, aunque la evidencia y los hechos le demuestren que está equivocada. Al tener tan poca variabilidad de respuesta, su capacidad de adaptación es muy pobre.”

La rigidez no solo no ayuda a adaptarse a las situaciones adversas, sino que nos aleja de la felicidad y de las buenas relaciones con los demás. Y lo peor de todo es que quien padece este mal a menudo no es consciente de ello, ya que acostumbra a atribuir todos sus males al enemigo exterior.

Antes de adentrarnos en el don de la flexibilidad, veamos cuáles son los síntomas de la rigidez para saber si necesitamos ejercitarnos en el yoga mental:
Creencia de que existe una sola verdad aceptable.
Necesidad de tenerlo todo bajo control.
Adaptase al cambio es visto como una debilidad.
Insistencia en lo que se piensa, siente o hace, aunque la realidad demuestre lo contrario.
Todo es blanco o negro, no se tienen en cuenta los matices.
De la información existente, la persona selecciona solo la que está acorde con sus creencias e ignora los hechos que las contradice.
Extrae conclusiones rápidamente.
Cree más en el sentimiento que en la evidencia.
No profundiza ni escucha las voces disidentes.
Piensa que quien no está a su favor está en su contra.

El arte de cambiar de opinión

Acostumbrados a pensar de determinada manera, no resulta nada fácil “cambiar de chip”, como se dice vulgarmente. En su libro Mentes flexibles, el psicólogo Howard Gardner señala que el cambio de mentalidad es propio de los primeros años de vida de un ser humano, ya que después la mente no consigue virar con facilidad. El motivo es que desarrollamos unos puntos de vista y unas opiniones muy sólidas y resistentes al cambio.

Si miramos las biografías de los emprendedores que, partiendo de la nada, han dejado huella en el mundo actual, veremos que la flexibilidad a la hora de cambiar de planteamiento y dirección ha sido uno de sus secretos. Es el caso de Richard Branson, creador del imperio Virgin. Empezó vendiendo discos en el maletero de su coche, se atrevió a grabar un trabajo tan singular como Tubular Bells, de un entonces desconocido Mike Oldfield, que había sido rechazado por todos los sellos discográficos. Era el principio de una carrera meteórica que le permitiría lanzar fenómenos de masas como Culture Club, fichar a los Sex Pistols o incluso a los Rolling Stones.

Pero Branson no se detuvo en el negocio música. También fundó la compañía aérea Virgin Atlantic Ariways. Preguntado por un periodista sobre cómo conseguía salirse con la suya en todos los campos, Branson recetó las siguientes cinco reglas:
Seguir las pasiones Si te fascina volar, trabaja en una línea aérea.
Mantener lo sencillo Si adminisras tu vida solo con un cuaderno y una bolsa de gimnasio, sabrás dónde está todo y mantendrás el enfoque en lo que es importante.
Buscar a la mejor gente Si eres optimista, contrata a algunos realistas Si detestas las matemáticas, contrata a los mejores controladores.
Reinventarse Si los jóvenes compran menos música, es mejor iniciar una tienda de teléfonos móviles.
Jugar Hay que hacer bromas en el trabajo, jugar al tenis con los hijos e ir en traje de baño todo un día.

La paciencia del bambú

Un inspirador texto oriental nos habla de algo muy especial que sucede con el bambú japonés y que lo convierte en algo no apto para impacientes. El agricultor siembra la semilla, la abona y se ocupa de regarla constantemente, pero durante los primeros meses no sucede nada visible. De hecho, no ocurre nada con la semilla durante los primeros siete años, hasta el punto que un cultivador inexperto puede pensar que ha comprado semillas estériles.

Quizá por la misma impaciencia, muchos de los que buscan resultados a corto plazo abandonan justo cuando estaban a punto de conquistar la meta.

Hasta que, de repente, durante el séptimo año, en solo seis semanas la planta de bambú crece... ¡más de 30 metros!

¿Tarda solo seis semanas en crecer? Error. La verdad es que se ha tomado siete años para crecer y seis semanas para desarrollarse. Durante los siete primeros años en los que no parece moverse, este bambú hunde en la tierra largas raíces par asostener el crecimiento que vendrá después.

El bambú japonés nos enseña que, en la vida diaria, muchas personas tratan de encontrar soluciones rápidas, triunfos inmediatos, sin entender que el éxito es el resultado del crecimiento interno y siempre requiere su tiempo. Quizá por la misma impaciencia, muchos de los que buscan resultados a corto plazo abandonan justo cuando estaban a punto de conquistar la meta.

Es tarea difícil convencer al impaciente de que solo llegarán al éxito los que luchan elásticamente una jornada tras otra y saben esperar el momento adecuado.

Del mismo modo, en los momentos de aparente estancamiento, cuando la dificultad parece eternizarse, nos encontramos a menudo frente a situacioens en las que creemos que nada está sucediendo. Esto pone a prueba nuestra paciencia. Cada vez que eso suceda, debemos recordar la lenta maduración del bambú japonés .Nos enseña que no hay que bajar los brazos ni abandonar porque no veamos aún el resultado esperado, ya que sí que está sucediendo algo dentro de nosotros: estamos creciendo, madurando.

Por eso, si somos flexibles y pacientes como el bambú, los resultados acabarán llegando.

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