Dátil: el pan de los beduinos

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Los dátiles son un bien muy antiguo y están llenos de preciados nutrientes y hermosas historias.

Además están ricos y su nueva cosecha está disponible desde finales de noviembre.

Comer un dátil es un placer. Se puede ser ávido y tragárselo sin apenas masticarlo o disfrutarlo, tomándose su tiempo y apreciando todos sus matices.

Un dátil ideal está seco, pero jugoso, tiene un brillo mate y es ligeramente pegajoso. Para sacarle todo su partido habría que metérselo en la boca y pasarlo de un lado a otro, sacar el hueso y dejarlo fundir ya que se deshace sin utilizar apenas los dientes.

El dátil no es fragante pero su denso dulzor, que recuerda un poco al de la miel, ocupa todas las papilas gustativas durante su disfrute. No es de extrañar que los dátiles se consideren afrodisíacos naturales. 

Ya el patriarca Abraham y más tarde Mahoma fueron auténticos fans de los dátiles. Se dice que Mahoma se alimentó del “pan del desierto” durante meses y animó a los creyentes a que plantaran palmeras datileras (Phoenix dactylifera).

El Corán y la Biblia los nombran en diversas ocasiones. Durante el Ramadán, el mes del ayuno de los mususlmanes, es costumbre romper el ayuno tras la puesta del sol con un vaso de agua y un dátil. Así se consigue energía rápida tras un día de hambre.

Estudios británicos indican que los dátiles también hacen los dolores más soportables. De ahí que se recomiende a las embarazadas consumir un par de dátiles regularmente para preparar el parto. También la virgen María parece haberse preparado de esta manera antes del nacimiento de Jesús, y éste, según el Corán, nació bajo una palmera datilera que precipitaba dátiles maduros.

Energía sana

Hace mucho tiempo que los humanos descubrieron su apetencia por los dátiles.

En el año 4000 adC se encontraron en la ciudad de Ur (en el actual Irak) las primeras alusiones a ellos.

También los egipcios cultivaron palmera datilera, que en los jeroglíficos representaba simbólicamente un año.

A los faraones, en su tránsito hacia el otro mundo, se les ponían dátiles en la tumba. Los médicos egipcios también ponían grandes esperanzas en un sirope de dátiles que se empleaba contra los pies hinchados y los problemas de rodilla.

En la antigüedad se usaba el fruto contra las infecciones e incluso ante los tumores. Las heridas se untaban con una mezcla de pasta de dátiles y leche de camella. Los taninos tienen propiedades astringentes, por eso ayuda a que las heridas cicatricen.

Los dátiles también se consideran hoy en día un alimento casi milagroso. Con su 70% de hidratos de carbono se convierten en pequeñas bombas de calorías. Son una provisión ideal en los largos viajes en camello.

Su contenido en azúcares es menos dañino que el que contiene una bolsa de gominolas, porque son hidratos de carbono complejos que se metabolizan lentamente y no provocan un pico de glucosa en la sangre.

Los dátiles también son ricos en fibra, de esta manera favorecen el transito intestinal. Contienen además fitoquímicos como los taninos que frenan la inflamación y un montón de valiosas vitaminas y minerales.

El dátil no sólo se emplea para prevenir, sino también para tratar determinadas alteraciones. Un dátil al levantarse, uno al mediodía y uno al acostarse son un regalo para los sentidos y para el cuerpo. Aportan energía y para el intestino son un bálsamo, porque sus fibras ayudan en caso de estreñimiento y a largo plazo previenen el cáncer de colon.

Contienen vitamina K que ayuda en la regeneración ósea, vitamina B y magnesio que bajan la tensión arterial, vitamina B3 que protege del cáncer de piel y vitamina E que previene el envejecimiento de la piel.

Los carotenoides luteína y zeaxantina protegen los ojos. Además es rica en potasio, un sólo dátil contiene la mitad más que un plátano. El potasio tiene un papel importante en el sistema nerviosos vegetativo, regula el intercambio hídrico del cuerpo y reduce la hipertensión. 

Los beduinos emplean los dátiles como ayuda a la hora de irse a dormir: con cinco frutos se consigue un sueño reparador. El motivo es el aminoácido triptófano, que es un precursor de sustancias como la melatonina, una hormona que calma los nervios y ayuda a conciliar el sueño.

Comprar dátiles ecológicos

En otoño se sacan los racimos de los árboles y se dejan secar los frutos. Se conocen alrededor de 1.500 especies diferentes, muchas con nombre sugerentes que parecen salidos de las 1.001 noches como Deglet Nour (dedos de la luz) o Mecca gold. Una de las variedades más apreciadas es la Medjoul, un dátil grande marrón rojizo, jugoso, que tiene un sabor especialmente suculento.

Según su maduración  y grado de desecación reciben distintos nombres: Kimri ( frutos aún no maduros), Chalal (frutos grandes y duros), Rutab (frutos blandos) y Tamr (los secados al sol).

Más de 7,5 millones de toneladas de dátiles maduran por año en las palmeras, básicamente de Egipto, Irán, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos. Pero también en China y en California se ven cada vez más.

Los dátiles llegaron con los cartagineses a Europa. En Elche encontraron un hogar y su palmeral es hoy un patrimonio cultural mundial. Buena parte de los dátiles que consumimos en Europa proceden de Túnez.  

En el caso de los dátiles vale la pena observar su calidad y procedencia ya que muchos productores meten a los frutos en soluciones azucaradas para que se conserven más tiempo. Muchas ofertas baratas proceden de palmeras altamente tratadas con pesticidas y abonos. Pero en todas partes hay cada vez más dátiles ecológicos con los que se evita el uso de química. 

Hazte tu propio sirope de dátil (un gran endulzante natural)

Este sirope lo puedes mezclar con yogur, untarlo sobre el pan, diluirlo en infusiones o utilizarlo como endulzante en recetas de repostería. 

Ingredientes:

• 5 dátiles Medjoul
• 1 cucharadita de canela
• 1/2 cucharadita de del interior de una vaina de vainilla
• 150 ml de agua

Preparación:

Con la punta de un cuchillo afilado se abre la vaina de vainilla y se saca el interior. Se mezcla la pulpa de la vaina con el resto de ingredientes y se meten en la batidora hasta obtener una pasta homogénea. El sirope se guarda en un tarro de cristal, se tapa y se conserva en la nevera.