Un viaje alrededor de una planta

Un viaje alrededor de una planta

08 Septiembre 2014
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Resulta difícil  imaginar que una simple flor, más bien la agrupación de centenares de ellas como la que ocurre en la inflorescencia del tajinaste, sea el motivo que aglutine conservación y ecoturismo. 

A la vez que surgen esas flores que se amalgaman en coloración, desde el rojo a los tonos rosáceos, tanto como en su agrupación por centenares con su belleza sencilla y diminuta se desvía la atención turística de una de las estrellas de nuestra naturaleza, el Teide, volcán que con sus 3718 metros es protagonista indiscutible del Parque Nacional de las Cañadas del Teide. Pero que, por unas semanas, ve eclipsada su belleza. Tanto como dure la floración del tajinaste rojo, planta endémica de este parque nacional y de las zonas altas tinerfeñas del sur insular y que es cada vez más cultivada en jardinería en algunas localidades canarias.

Todo comienza avanzado mayo, cuando el final de la primavera empieza a dejarse sentir y el estío comienza a dar señales de instalarse definitivamente en el archipiélago canario. Es entonces cuando esta planta herbácea, que suele pasar desapercibida la mayor parte de su vida, pues es un simple roseta de hojas pilosas con forma lanceolada y de un verde blanquecino que crece pegada al suelo, sufre una extraordinaria transformación debido a que ha llegado su momento de floración. 

Curiosamente esto ocurre cada dos años, pero cuando lo hace es de una manera espectacular. Ya que durante una pocas semanas desarrolla una robusta y erecta inflorescencia que se yergue como una vara destacando sobremanera en el paisaje. Ya que en la geografía mineral del parque nacional solo predominan roquedos, coladas de lavas y arenas coloristas, surgidas en sucesivas erupciones, entre las que apenas medran matorrales como máxima representación florística. Es así como el tajinaste rojo cuando florece compone una de las más singulares manifestaciones botánicas del paisaje de las cumbres tinerfeñas. Ya que su multitud de flores agrupadas sobrepasa generosamente los 2 metros de altura. De este modo no solo quiebra las formas del paisaje a 2200 metros de altitud donde, con sus gruesas inflorescencias provoca a su vez un estallido de color  entre la infinidad de matices ocres de esencia mineral.

Y es en esta época cuando se desarrolla un turismo muy especializado representado principalmente por aquellos conocedores de este momento único en el ciclo anual de la naturaleza tinerfeña como son los aficionados al turismo de naturaleza, a la botánica, o fotógrafos buscando el mejor encuadre de tan efímero espectáculo natural. Es así como la biodiversidad que en este caso atesora un parque nacional, se convierte en el protagonista de un turismo que se hace tanto más sostenible en función de la conservación saludable de su paisaje y sus emblemáticos habitantes naturales como es el tajinaste rojo.

La protección de estos ecosistemas únicos no solo promueve soluciones que reconcilian conservación y biodiversidad con un uso sostenible sino que favorecen que visitantes que acuden atraídos por otros aspectos destacables de la naturaleza del lugar, como senderistas o visitantes ocasionales, queden instantáneamente fascinados ante tal despliegue floral.

A su vez la floración de esta planta de denominación guanche -cuyo significado es aguja- despierta un curioso efecto social entre la población local. Ya que los vecinos realizan su propio periplo de turismo de naturaleza . Aún siendo un paraje familiar, año tras año acuden a contemplar tamaña explosión florística que convierte el territorio alrededor del volcán en la más sorprendente fachada tinerfeña.  

Se afanan deambulando entre ejemplares, principalmente en la zona central del parque alrededor del valle  de Ucanca y en el área denominada La Fortaleza, buscando la fotografía de recuerdo, para lo que seleccionan las plantas más gigantescas, enhiestas y encendidas de color. Mientras compiten al acercarse a la larga vara floral con las abejas, afanosas a su vez en su onírico paraíso de flores que libar. Al plasmar el momento surgen los recuerdos asociados a otros años de observación de tal espectáculo natural: la altura que tenían los hijos en comparación con las plantas por aquel entonces o tal vez las huellas del paisaje volcánico asociadas a la cultura local donde más medran los tajinastes.

Surge también el orgullo por ser vecinos de tan singular planta que tantas miradas convoca y orientan al foráneo hacia algunos pueblos tales como Vilaflor. Donde el tajinaste rojo es un elemento común de su paisaje urbano gracias al cuidado jardinero prestado a las semillas plantadas.

La economía, otro de los pilares en los que se nutre un turismo sostenible, favorece que establecimientos hosteleros locales reactiven sus servicios gracias a la sencillez de una flor. Asímismo la producción local de miel se destaca gracias a esa líquido de un claro tono ambarino obtenido exclusivamente de las abejas que acuden a la flores del tajinaste rojo y que despierta una gran demanda y apreciación entre los visitantes después de haber visto tan magnífico espectáculo al natural. Siendo además la única actividad extractiva que en la actualidad está permitida en el parque nacional.

Incentivos que se suman al disfrute del turismo en la naturaleza y con ello fomentan la simbiosis necesaria para la conservación de tan extraordinarios parajes. Demostrando a su vez que conservar también es aprovechable. Puesto que enriquece en todos los sentidos a los vecinos del entorno protegido pero sobre todo los enorgullece por ser baluarte de una naturaleza tan demandada.